22/1/06

La vida difícil


Ese es el título de la segunda novela de Andrés Carranque de Ríos (1902-1936). La publicó en 1935 Espasa-Calpe y en 1975 la recuperó Turner. Treinta años después la reedita Cátedra. Letras Hispánicas.

Anarquista resabiado, donjuán repeinado con bigote a lo Errol Flynn, aficionado a la literatura decidido a convertirse en un gran escritor, contó solo con treinta y cuatro años para intentarlo. Apenas empezaba a ser valorada su obra en Madrid, en los años treinta, enfermó.

Así, con sentimientos encontrados, empieza la presentación del autor en el prólogo de Blanca Bravo, responsable de esta edición.
Autodidacta, de origen muy humilde, el mayor de catorce hermanos, de vida azacaneada y dura en la que ejerció oficios tan variados como pintorescos: voceador de periódicos con seis años, aprendiz de ebanista, albañil, actor, vendedor ambulante de navajas y cuchillas, estibador, mendigo en París, activista del anarquismo, bohemio. Un huésped del hambre y las fatigas.
En la versión cinematográfica de Zalacaín el aventurero hacía de cuñado del protagonista. Gesticulaba demasiado y miraba a la cámara cuando no debía. En la cinta trabajó Baroja en un papelito de jabonero. Con esa excusa, Carranque le pidió a Baroja un prólogo para Uno, su primera novela. No conozco esa novela, pero tengo delante el prólogo, en la edición de las Obras completas de Baroja. El fino crítico que era el novelista vasco remataba aquella presentación diciendo que el autor entraba en la literatura "con garbo y con prestancia." Méritos literarios no le reconoce ni uno. Quizá porque no había hecho más que hojearla con desgana. La broma acababa así, pero antes Baroja había tenido la piedad de recordar al lector (por si no lo sabía) que entre sus compañeros Carranque tenía fama de golfante. Baroja lo eleva a la categoría de "supergolfante", para decir a continuación que esa condición es "síntoma de honestidad espiritual." Uno de esos razonamientos rigurosos del maestro, como se ve.
De estirpe barojiana, La vida difícil recuerda lo peor de su modelo, el Baroja en decadencia de los años veinte y treinta. Con un estilo desaliñado a veces, afectado otras, es la obra confusa de una mentalidad en la que conviven el misógino insoportable y retrógrado y el anarquista de ideas avanzadas, la piedad y la homofobia, el cosmopolitismo y la mugre.
Andan juntos en esa confusa turba los mártires de Chicago y Martínez Anido, Lenin y Napoleón, los cadetes de West Point y la sublevación de Jaca, un relojero y un pianista que no conocía a Stravinski.
Es todo muy lamentable en una obra que quizá solo tiene la disculpa que expresa el título: La vida difícil de su autor, un pobre diablo en el que convivieron la vanidad y el idealismo, la brutalidad y una estudiada pose de dandy. Por alguna oscura razón, Cansinos no lo menciona ni una sola vez en esa mezcla de guía de teléfonos y de índice de la mala vida y la mala literatura que tituló La novela de un literato.
Lo peor es que el lector deja la lectura con una sensación de malestar y de tristeza que le han dejado pocos libros.
Cuando parecía que Carranque maduraba en Cinematógrafo, su última, su mejor novela, le diagnosticaron un cáncer de estómago que le arrasó en unos pocos meses. Murió en octubre del 36, en un Madrid asediado por el ejército de África.
Todo muy lamentable.
Santos Domínguez