13/1/06

"¡Lárgate de aquí!"




Con esa orden terminante, dada mientras rescataba de las llamas el manuscrito de Lolita, Vera Nabokov pasaba a la historia de la literatura y se convertía en la madre de la nínfula cuya historia, una bomba incendiaria, acababa de arrojar al fuego su marido.
Ocurrió en el otoño de 1948 en Ithaca, cuando Vladimir Nabokov, que llevaba trabajando en el germen del relato desde el verano del 47, no acababa de dar con el toque verosímil en el carácter de la preadolescente y tuvo un pronto de pirómano.
Habría otros intentos en el 50 y en el 51, pero no fueron serios. Los hacía Nabokov mirando (como en la fotografía de portada) con el rabillo del ojo a Vera, que de ese modo se sentía importante y olvidaba los escarceos documentales de su marido con jovencitas. Labor híbrida de voyeur y cazador de mariposas, doblemente armado de libreta y red.

Lo cuenta con detenimiento y perspicacia Stacy Schiff en su ensayo Vera. Señora de Nabokov, que publica Alianza literaria. Relato divertido que va más allá de la biografía de quien convivió cincuenta y dos años (con pausas para tomar aire) con Nabokov.

Perteneciente a la alta sociedad de San Petersburgo, y con una inteligencia y cultura tan excepcionales como para soportar a su marido, sus restos reposan bajo el epitafio “esposa, musa y agente”.

Vladimir Nabokov estuvo dando clases de Literatura en la Universidad de Cornell desde 1948 a 1959. Clases chocantes, llenas de provocaciones gratuitas y de disparates puros como afirmar que Los hermanos Karamazov era una mala novela o que Cervantes desconocía el ambiente en el que transcurría la acción del Quijote. Alguien que decía esas cosas en clase se ganaba fácilmente al alumnado adolescente

Por aquellos días Vera era su chofer. Aquella mujer de cabello blanco conducía un Oldsmobile, lo aparcaba y del brazo de su marido entraba en el aula.

Siempre en las primeras filas o en el estrado, la misteriosa dama permanecía en silencio y solo entraba en acción cuando Nabokov, en aquellos números de ilusionismo, se dirigía a ella como “mi asistente” y le encargaba dibujar un rostro femenino en el encerado o localizar el pasaje de Casa desolada o del Quijote que Nabokov comentaba.

Entre los alumnos algunos la tuvieron por la madre del escritor, otros por su guardaespaldas y otros por una mera presencia disuasoria para las alumnas.

Fue mucho más que eso: corrigió los cuentos que escribía Nabokov en alemán y la poesía que redactaba en italiano, fue su agente literaria, y buscaba sistemas para procurar una muerte dulce a las mariposas que coleccionaba su marido .

Hablando de muertes, la del novelista se produjo en 1977. Vera le sobrevivió hasta 1991, casi quince años en los que siguió traduciendo su obra al ruso, y supervisó cada traducción, cada nueva edición de la obra de Nabokov.

Otras órdenes hubo en aquella casa. Una de las más memorables, "Volodya, vete a la cama", le impidió al autor de Habla, memoria terminar un palíndromo de cuatro versos con rima en el que pensaba emplear la noche insomne.

La mujer, sensata, como casi todas, no tuvo necesidad de decirle que hay formas menos cansadas de hacer el tonto.

Santos Domínguez
Stacy Schiff. Vera. Señora de Nabokov. Alianza Literaria. Madrid, 2002