5/2/06

El fin de la pobreza


Jeffrey Sachs. El fin de la pobreza. Debate. Barcelona, 2005.

El fin de la pobreza, del profesor Jeffrey Sachs, es un ensayo que contiene en sus más de 500 páginas un auténtico manual de economía explicando como podrían salir extensas zonas del planeta de la extrema pobreza. Pero es además una obra militante, pues Sachs no es sólo un teórico (como muchos de los ejecutivos del Fondo Monetario Internacional a los que critica) que desde su torre de marfil diseña un plan económico supuestamente infalible que al final acaba estrellándose con la terca realidad. Sachs conoce de primera mano amplias porciones de América del Sur, Asia y África y nos cuenta en clave autobiográfica sus primeros contactos en países de esas zonas, y cómo al llegar sobre el terreno con todo su bagaje intelectual de economista de Harvard, se daba cuenta de que había diseñado un plan para reactivar un país del que no conocía prácticamente nada. Una primera conclusión de Sachs es que no hay una receta única para salir de la pobreza válida para todo el planeta.
Tampoco ahorra críticas a aquellos economistas que piensan que la solución única para cualquier economía, ya se trate de un país rico, en desarrollo o de pobreza extrema, sea ordenar el sistema monetario y abrirse al comercio internacional y a la competencia en general. Sachs utiliza la metáfora de la escalera: el desarrollo económico es algo que se logra peldaño a peldaño, y ahora mismo hay países en la tierra que son incapaces de poner un pie en el primer escalón. Y necesitan ayuda.
Estos países incapaces de iniciar su desarrollo económico son aquellos en los que una alta proporción de sus habitantes vive con menos de un dólar al día. Esos estados se encuentran principalmente en el continente africano y el profesor Sachs, desbaratando algunos tópicos nos explica por qué, sin caer en el determinismo geográfico: las enfermedades (la malaria y el SIDA, principalmente), las malas comunicaciones, la lejanía a zonas desarrolladas y el clima, cercan las posibilidades económicas de África. Especial peso tienen en sus argumentos la malaria y el SIDA, que convierten al continente, sobre todo al sur del Sahara, en un continente enfermo.
La solución para África es, según Sachs, aumentar las ayudas, y es en este momento cuando el autor nos reserva unos de los mejores momentos del libro, al comienzo del capítulo 16, cuando nos cuenta en apenas quince líneas todos las razones que explican que la ayuda internacional no sirva de nada en África, razones a las que asentimos porque las hemos leído y oído muchas veces.
Hasta que comienza el siguiente párrafo y Sachs nos las desmonta una tras otra con las mejores armas de un economista, con datos: la corrupción no puede ser la razón del atraso africano, pues en las clasificaciones internacionales algunos países asiáticos como Indonesia o la India, que están creciendo a buen ritmo, figuran como más corruptos que varios países subsaharianos cuyas economías apenas crecen o retroceden. Tampoco el autoritarismo africano como freno al desarrollo nos sirve, pues China, prototipo del país que camina por la senda del desarrollo, no es precisamente un ejemplo de democracia y respeto a las libertades.
Las ayudas no han funcionado en África por dos razones: porque no siempre han ido bien dirigidas y coordinadas y sobre todo (y las cifras que aporta Sachs son inesperadas a la vez que sonrojantes), porque han sido ridículamente exiguas. Llegados aquí, Sachs extrae la calculadora para saber cuánto costaría acabar con la pobreza extrema en el mundo (el libro se acompaña de un aparato estadístico amplio y claro, incluso para profanos de la economía), y el resultado es que se necesitan unos cuantos cientos de miles de millones de dólares, lo que supone entre el 0,4 y el 0,5 por ciento de la riqueza de los países ricos: no hace falta ni el miserable 0,7 %.
Pero claro, Estados Unidos no llega ahora mismo en ayudas al desarrollo ni al 0,2 % de su producción nacional, esto es, treinta veces menos que su presupuesto de defensa (el gobierno estadounidense para engordar ese magro porcentaje pretendió hace un par de años que contasen como ayuda al desarrollo las remesas que envían a sus países los inmigrantes que trabajan en su territorio: para algunas personas la indignidad no tiene límites).
Después Sachs nos dice de dónde sacar ese dinero en Estados Unidos: de un pequeño recorte del presupuesto de defensa y de dar marcha atrás a las rebajas impositivas que George W. Bush concedió en su primer mandato a los multimillonarios de su país.
El profesor Sachs, a pesar de estos argumentos, no es ni de lejos, uno de esos fanáticos antiglobalización que odia todo el legado de occidente y que van por el mundo contando su arrepentimiento retrospectivo y dando abrazos y besos, babosos y paternalistas, a sus interlocutores de países pobres. Sachs defiende la herencia de la Ilustración: el progreso científico y técnico, con sus sombras y asignaturas pendientes, han mejorado el bienestar de muchos seres humanos. Hoy podemos extender esos beneficios a toda la humanidad, y para contarnos cómo conseguirlo, ha escrito este libro.
Un consejo: lean el prólogo de Bono (el irlandés que canta en U2, no nuestro afectado ministro de la guerra) al final. Un libro que tiene algo de militante debe acabar con una buena arenga que nos desarme el corazón y la cartera, pues para acabar con la pobreza extrema hacen falta solamente, dicen Bono y Sachs, voluntad y dinero. Así sea.

Jesús Tapia Corral