2/2/06

El síndrome de Estocolmo



Antonio Pereira. El síndrome de Estocolmo. Alianza editorial. Madrid, 2006


“Para escribir el Quijote lo mejor es que te metan en la cárcel”, decía Antonio Pereira, activista del cuento, un género que va ganando cada vez mayor prestigio después de años y siglos de ser considerado como un género menor.

“A Truman Capote llegué a conocerlo a tiempo, y para mí sus historias son ahora lo que son y además “otra cosa”, como si al leerlas me llegaran vivas y coleando desde sus labios irónicos.”
Así comienza Truman Capote cuenta un cuento, el último relato de El síndrome de Estocolmo, que acaba de reeditar Alianza editorial en su colección de bolsillo.
Yo también, por suerte, he llegado a conocer a Antonio Pereira, y para mí sus historias son ahora lo que son y además “otra cosa”, como si al leerlas me llegaran vivas y coleando desde sus labios irónicos.
Pereira es, además de un hombre entrañable, un narrador cordial que nos habla al oído. Sobre sus cuentos, tan vinculados a la oralidad de los filandones leoneses, nos cuenta un secreto creativo, su particular prueba del nueve: “Cuando termino un cuento y tengo dudas sobre su calidad me lo leo a mí mismo en voz alta para ver si funciona.”

“A los de aquí nos gustan los viajes y es por contarlos al volver.” Esas palabras las dice un personaje de uno de los cuentos de Antonio Pereira, pero las podría haber dicho el mismísimo Cunqueiro, o el viejo Simbad. Ese Simbad que somos todos, como nos recordaba Landero en un texto memorable.
La precisión y exactitud de la prosa en el cuento lo aproxima a la poesía. Y así surge un relámpago de acero como el de la navaja de la barbera alemana de otro de sus libros, Picassos en el desván.
Antonio Pereira empezó en la poesía y su actitud ante la literatura sigue siendo la del poeta que como Fray Luis pesa y sopesa las palabras. Su Cancionero de Sagres es uno de esos libros de poesía que le acompañan a uno muchas veces. Habrá novedades con esos libros de poesía hoy casi inencontrables.
Está claro que el hombre es el estilo. Por eso, la dimensión humana de los textos de Antonio Pereira es proporcional a su autenticidad, a la calidad humana y a la cordialidad de su autor. Su frente cervantina es un claro síntoma que anuncia la ironía, el humor, la profundidad sicológica, la distancia y la ternura hacia los personajes. Y una melancolía en la evocación que tiene algo de indecible y que convive en él con la cordialidad zumbona, con esa forma castiza de ironía que llamamos retranca.
Pereira nos vuelve a recordar con la reedición de El síndrome de Estocolmo que el del cuento no es un género menor, sino una manifestación fundamental de la literatura, un género para el virtuosismo. Nos lo tuvieron que venir a decir los autores sudamericanos y entonces se empezó a valorar a Ignacio Aldecoa o al mismo Antonio Pereira como referencias fundamentales cuya sombra ha ido creciendo en el panorama narrativo español.
Si uno no supiera cómo está el patio de vecinas que es el mundillo literario, tendría por imperdonable que Antonio Pereira no sea más conocido. Como lo sabe, no dice nada. O mejor, dice que Pereira es escritor no de multitudes, pero sí de escritores.
Los mayores elogios que he oído de su obra han salido de Mateo Díez, de José Mª Merino, de Martín Garzo. Y no sólo de narradores como esos, también de poetas como Antonio Colinas o Juan Carlos Mestre.
Con Ignacio Aldecoa, seguramente el más importante autor de cuentos de la literatura española contemporánea es el maestro Antonio Pereira.
Maestro.

Santos Domínguez