17/4/06

El beso del tiempo



Braulio Llamero.
El beso del tiempo.
Celya. Salamanca, 2005.


Braulio Llamero, que ejerce de periodista en Radio Nacional de España en Zamora y como columnista en la Tribuna de Salamanca, es un narrador experto que hasta ahora había frecuentado el territorio de la literatura infantil, labor en la que le avalan premios como el del Barco de Vapor. Guionista, conferenciante y autor de algún que otro texto teatral, su bibliografía y sus artículos pueden consultarse en este enlace.

Recientemente, con el aval de otro premio, el Mago Merlín de narrativa, ha publicado en Celya su primera novela para público adulto, El beso del tiempo.

Novelista tardío, Braulio Llamero ha esperado el momento en que ha sentido llegado el punto de la madurez. Él, que como Claudio Rodríguez, habrá aprendido en esas tierras zamoranas del pan y del vino la lentitud del paso y de la granazón del trigo y de la sazón de los frutos.

Ambientada en los Reinos de Espera, es una obra entroncada con las narraciones míticas y fantásticas de la estirpe de Narnia y El Señor de los anillos, en la estela de las sagas nórdicas y en la línea estética que alimenta un cierto tipo de comics.

Se trata, pues, de una novela de género en la que la fluidez narrativa, la demostrada capacidad para contar historias y mantener la atención del lector y esa difícil facilidad que tienen los narradores solventes se conjuran en un objetivo más profundo y ambicioso: la reflexión sobre el tiempo y sobre la imposible inmortalidad. De ese tipo de utopías e imposibles se ha alimentado siempre la literatura, como nos recuerda la cita inicial del bíblico Libro de la sabiduría.
Sobre el canon de esa épica, con sus magos y sus claves, sus mitos y misterios y mapas que deberían ir en proyección horizontal, se construye una historia que es también una reflexión sobre el poder, una evocación del paraíso perdido, de la memoria que arde en la esperanza del retorno y en los mitos de orígenes, en el planteamiento de la novela como búsqueda de identidad por parte del héroe. Y en ella el peso de la narración es el peso de las palabras medidas que la construyen y la elaboran con una sintaxis de narrador eficiente.

No es, desde luego, este un territorio narrativo de mi predilección, pero hay en este tipo de relatos un fondo que invoca a ese inconsciente originario en el que se fraguan los mitos, las esperanzas y los miedos. Algo, desde el fondo oscuro de este tipo de obras, invoca a nuestro inconsciente como los cuentos de invierno o como las obras mayores de un Shakespeare visto en blanco y negro por un Orson Welles expresionista. Pulsiones como las de los cuentos infantiles, viejas aspiraciones, remotos temores quedan convocados y conjurados en ese fondo humano en donde se debaten en lucha desigual el bien y el mal, la miseria y la grandeza, la altura de la generosidad y la mezquindad del dolor.

Como a Don Quijote en la Cueva de Montesinos, algo oscuro y secreto nos habla de nosotros mismos desde el fondo de estas historias de un mundo que no existe.

Santos Domínguez