18/4/06

Mauricio o las elecciones primarias



Eduardo Mendoza.
Mauricio o las elecciones primarias.
Seix Barral. Barcelona, 2006.

Diez años después de declarar la muerte de la novela, Eduardo Mendoza publica en Seix Barral Mauricio o las elecciones primarias. Es, creo, la tercera reincidencia en el presunto cadáver del género, en el territorio quemado de la narración larga con un título que recuerda más a Rousseau que a Goethe.
Luego, claro, han venido las matizaciones: la muerta era la novela de sofá, la que no establece un contrato con la realidad. Por el contrario, la novela viva es aquella que, a medio camino entre la ficción y el periodismo, le reserva al novelista el papel de analista social y narrador.
Claro que esta declaración la hubieran podido firmar Balzac, Stendhal o Galdós. ¿Qué otra cosa sino el resultado de esa hibridación de narración y documento, de voluntad testimonial y empuje narrativo son La comedia humana o la serie de novelas españolas contemporáneas y especialmente Fortunata y Jacinta?
Construida desde esa perspectiva de compromiso con la realidad en la que la novela es la expresión narrativa de un diagnóstico social, Mauricio o las elecciones primarias no es una de las obras menores de Eduardo Mendoza.
Enmarcada por un prólogo sobre los ángeles caídos y un epílogo en el que se invocan las mitologías sobre gigantes desaparecidos y ambientada en una Barcelona preolímpica, es quizá la más barojiana de las novelas de su autor.
Barojianas son la agilidad narrativa, la precisa rapidez en la caracterización de personajes, la fluidez y la viveza de unos diálogos que son el verdadero soporte de la acción, el deje melancólico que el lector puede entrever por detrás de la ironía ácida y de la distancia del narrador.
Los lectores asiduos a Eduardo Mendoza, y son muchos y fieles desde La ciudad de los prodigios, reconocerán aquí algunos arquetipos que habitan sus novelas desde La verdad sobre el caso Savolta. Les resultarán conocidos y tendrán un aire familiar algunos de los que aparecen en esta novela. De entre todos ellos me quedo con el abogado Macabrós, un personaje redondo, de compleja ambigüedad. Uno de esos secundarios inolvidables que se pasean por un mundo barojiano de personajes abúlicos y con poco carácter. Personajes de perfil bajo para una sociedad de perfil bajo, como la barcelonesa de los años ochenta, en la que lo individual se enmarca en lo colectivo y el desaliento personal se confunde con el desencanto político.
A mí no me mires, yo solo baldeo la cubierta, dice el protagonista, sacudiéndose responsabilidades y encogiendo los hombros en un gesto de desencanto reiterado por otros personajes, un gesto que podría resumir el sentido del diagnóstico que hace Mendoza del fin de las ilusiones. Esa resignación desengañada es también muy de Baroja.
Aunque no con la fuerza que en otras de sus novelas, Mendoza pretende trazar un panorama en el que Barcelona sea más protagonista que mero telón de fondo de la acción. En ese sentido, la novela no funciona. Ese propósito no lo logra con el mosaico de historias de parejas en que se fundamenta la novela, terreno peligroso en el que la historia se desliza por los márgenes truculentos del bolero.
Vuelvo al punto de partida. A la muerte de la novela y a Galdós. Y caigo ahora en la cuenta de la decisiva influencia genética de Fortunata y Jacinta sobre este Mauricio o las elecciones primarias. Como es natural, desconozco si Eduardo Mendoza la ha tenido en cuenta o si ha sido una afloración de sustrato.El triángulo amoroso Juanito Santa Cruz, Jacinta, Fortunata, con toda su carga simbólica, se reproduce en este otro cuyos lados se llaman Mauricio, Clotilde, Porritos, que muere para completar la metáfora del fracaso de las ilusiones y los ideales políticos, igual que moría Fortunata para simbolizar el final de los ideales de la burguesía progresista de los años ochenta, aunque de un siglo antes.
Esto no desmerece el valor de una novela como esta. Al contrario, la incorpora a una brillante tradición novelística en la que desde Cervantes ha consistido buen parte de la narrativa más brillante. una crítica, sino la demostración de la vitalidad de la novela. Y no entremos en matices, porque los matices, como se dice en algún lugar de la novela, lo echan todo a perder.

Santos Domínguez