20/4/06

Proust, el indiferente




Marcel Proust.
El indiferente y otros relatos.
Funambulista. Madrid, 2005.

En 1918, veinticinco años después de publicados algunos de los seis relatos que edita Funambulista en un volumen titulado El indiferente y otros relatos, Marcel Proust se declaraba orgulloso de ellos. Incluso les adjudicaba un valor superior al de Swann.
Algunos de estos relatos aparecieron en Los placeres y los días, otros, como El indiferente y Antes de la noche no formaron parte de aquel librito inicial y misceláneo. Lejos de la densidad del universo proustiano que cuajó en La recherche, estos textos son una inmejorable vía para adentrarse en la selva de ese mundo narrativo acogedor y complejo.

Proust no estaba, pese a todo, demasiado cómodo con unas formas narrativas breves que no volvió a frecuentar. De hecho, casi todos estos textos parecen esbozos, adelantos y aproximaciones de las siete novelas amplias que vendrían después.

Esbozos, por ejemplo, de situaciones y de personajes en las que las palabras de la tribu (la alta sociedad parisina, los salones aristocráticos) delatan sus intereses y perfilan un mundo con términos como charme, ardent, gentil.
Ya se inauguran aquí temas y actitudes que aparecerían con mayor consistencia en A la recherche: la muerte, la aristocracia, el amor homosexual, la melancolía, el refinamiento...
Y ambientes de la decadencia en triunfo: salones, carreras de caballos, teatros para las insinuaciones y el galanteo y el relato de los largos viajes exóticos. En fin, todo eso que en manos de un escritor que no sea Proust, con su capacidad estilística para crear atmósferas y una languidez inconfundible hasta en la sintaxis, no sería más que el reino de lo cursi.

El aprovechamiento de los materiales autobiográficos sirve de base a la fabulación sublimada, al refinamiento sutil, a las suaves matizaciones psicológicas en la luz declinante de la tarde, a las delicadas atmósferas que envolverán al buen lector de poesía y de prosa que lea este puñado de relatos.

La traducción de Silvia Acierno y Julio Baquero, que firman también el postfacio, es tan delicada y sensible como el texto y ayuda mucho a esa fascinación.

Santos Domínguez