27/5/06

El amor y el tiempo y su mudanza


Kenneth Rexroth.
El amor y el tiempo y su mudanza. Cien nuevas versiones de poesía china.

Traducción de Carlos Manzano. Gadir. Madrid, 2006.


Heterodoxo, autodidacta y beat, Kenneth Rexroth (1905-1982) es uno de los nombres imprescindibles en la poesía norteamericana contemporánea.

Y lo más reciente es El amor y el tiempo y su mudanza. Cien nuevas versiones de poesía china. Un libro que apareció en 1970 y que publica Gadir, donde se había editado recientemente una antología de su obra poética en Actos sacramentales.

Pensadas en un principio para su propio y privado uso y disfrute, Rexroth se decidió a publicar estas versiones de poesía china en lengua occidental. La sugerencia, el temblor, la sensibilidad, la reflexión y un agudo sentimiento de la naturaleza se unen aquí para darnos otra dimensión de la poesía y de la realidad en una actividad que tiene más de ejercicio espiritual que de simple práctica literaria.

Actividad de la que surge la piedra filosofal de la poesía como una forma superior de conocimiento y depuración del espíritu. La contemplación serena y una conciencia que ilumina el mundo y es iluminada por él en un diálogo incesante que llamó la atención de otros poetas occidentales como Ezra Pound, que la tradujo, la imitó y la integró en su propia creación.

El amor, el ensueño y la meditación se funden en el marco de una naturaleza estilizada, con otoños propicios para sentir la fugacidad y el agua de los años y un sfumato difuso como la pena que flota en estos poemas y estos paisajes como una variante de la plenitud.
Pocas veces tendrá el lector oportunidades como esta para adiestrarse en el consuelo de la quietud y la escuela de la mirada entre bosques de bambú y flores de almendro, bajo la luna llena y por los senderos del tiempo.

Y en muchos de estos poemas, la sorpresa de encontrar un fondo compartido con la lírica primitiva europea, con las canciones femeninas que aquí se ponían en boca de las muchachas de Al Andalus.
En algunos de estos poemas nos parece oír a aquella misma muchacha inquieta y agitada que no quiere que amanezca o a la criatura impaciente ante la llegada del amigo.
Es la misma que canta junto al río de aguas verdes, al otro lado de un puente. Al otro lado del mundo y al otro lado del tiempo, es la misma muchacha la que se exalta o llora.


La intachable traducción de Carlos Manzano contribuye a acercar a nuestra sensibilidad estos poemas que no son cien, sino ciento once, en parte por generosidad y en parte por la supersticiosa seguridad de que eso trae buena suerte.

Santos Domínguez