14/6/06

La nieta del señor Linh



Philippe Claudel. La nieta del señor Linh.
Salamandra. Barcelona, 2006.

Un anciano en la popa de un barco. En los brazos sostiene una maleta ligera y una criatura, todavía más ligera. El anciano se llama Linh. Es el único que lo sabe, porque el resto de las personas que lo sabían están muertas.

El francés Philippe Claudel (Nancy, 1962) abre con ese párrafo La nieta del señor Linh, que publica Salamandra. Desde ese momento hasta el final estremecedor el lector avanza sobrecogido por sus páginas mientras mantiene su intensidad esta novela corta centrada en la figura de un anciano que huye de la guerra con su nieta.

Como una alegoría sobre el exilio y la amistad ha definido Claudel esta obra en la que los lugares no tienen nombre porque asumen una condición simbólica que va más allá de la anécdota o de la referencia histórica.

La nieta del señor Linh se abre con la llegada en barco de un anciano a un país extraño. Viaja en compañía de su nieta, casi una recién nacida a la que colma de cariño: huyen de la terrible guerra que ha arruinado su país. Los paisajes de la novela son indefinidos. El escritor no menciona ni el lugar de origen de esta triste diáspora, ni su puerto de destino, una gran ciudad occidental que desprecia a los extranjeros. La guerra de la que huye el personaje es todas las guerras, sus víctimas, todas las víctimas. No son arquetipos, pero tienen un valor universal, como sus modelos literarios, que remiten en último extremo a la Odisea, otra historia de viajes, guerras y exilios.

Como en todos los exilios, lo que cuenta en principio es lo que se deja atrás: el señor Linh mira hacia atrás desde la popa de un barco. Pasa todo el viaje mirando la estela que deja el barco. Y aunque la orilla ya es invisible, cuando mira el rostro de su nieta ve en él los paisajes y la bruma y las mañanas luminosas de su tierra.
No quiere bajar del barco que es lo único que le une a una tierra asolada por la guerra, a un país de arrozales en el que no le queda nada ni nadie.
En el nuevo país no huele a nada el aire, no sabe a nada la comida y hace mucho frío, pero el viejo canta una vieja canción a la niña. Las palabras de la canción le alivian, se burlan del tiempo, del lugar, de la edad y son una declaración de esperanza en que pese a todo vuelva la luz de la mañana, como en el nombre de la niña. Porque La nieta del señor Linh es también una historia de esperanza, amistad y solidaridad, por encima de diferencias culturales o barreras lingüísticas, de seres solitarios que se comunican con gestos y algo tan impalpable como la melancolía.

En torno a ese abuelo y a su nieta, en torno a su evidente simbología de vida y de muerte, de presente y futuro se desarrolla una fábula de enorme intensidad, una alegoría dedicada a todos los señores Linh de la tierra y a sus nietas. Un relato sobrecogedor desde el principio hasta el final. Y una tristeza blanca y amarilla, en la que flotan la memoria y el olvido, la guerra y las personas sencillas que las sufren.
Santos Domínguez