25/6/06

Poemas de Emily Dickinson

Emily Dickinson.
Poemas.

Selección y traducción de Silvina Ocampo.
Fábula Tusquets. Barcelona, 2006.
Just before the whistles sounded for six. Justo antes de que dieran las seis del día 15 de mayo de 1886 moría Emily Dickinson de una forma tan secreta, tan callada como su vida y su obra.

Desde 1861, se había parapetado detrás de lo que ella misma llamaba mi blanca elección. A partir de entonces llevó un luto particular de color blanco. Se recluyó tras los muros íntimos de la casa familiar, ajena a la atmósfera asfixiante de una ciudad pequeña. Hasta que murió en esa mítica penumbra en 1886, casi nadie la vio y de ella sólo se conserva esa diáfana imagen de una blanca mariposa de la luz.

Dejaba sin revisar, sin ordenar ni fechar 1.775 poemas de una rara e inquietante belleza, de una insondable tristeza, con un agudo sentimiento de la naturaleza y un ensimismamiento que le permite expresarse con enorme independencia estilística. Solo siete de esos poemas los había publicado en vida y el resto fue saliendo a la luz desde 1890.

De esos poemas, Silvina Ocampo, tan ligada a Borges y a Bioy, con quien se casó, tradujo 596 que aparecieron en 1985 en Marginales Tusquets. Ahora se reeditan en formato de bolsillo y son una inmejorable muestra de dos sensibilidades semejantes y dos tonalidades poéticas cercanas.

De ahí la nitidez con la que nos llega la voz de la norteamericana en estos poemas seleccionados y traducidos por la argentina.

Poesía tan hermética como el mundo pequeño en el que se encerró su autora, retirada de la vida y confinada en los límites de su cuarto y un jardín que veía desde la ventana, con una discreta rebeldía ante la sociedad puritana de la que fue no sólo víctima, sino una de sus flores más pálidas y tristes:

La tierra tiene muchas llaves.
Donde no está la melodía
está la desconocida pnínsula.
La belleza es la realidad de la naturaleza.

Pero testigos para su tierra
y testigos para su mar,
el grillo es su extrema
elegía para mí.

Dice en el texto que lleva el número 1.775 y cierra por tanto el libro.

Me temo que JRJ, que tradujo tres poemas de Emily Dickinson en los Recuerdos de América del Este del Diario de un poeta recién casado, no estuvo demasiado fino cuando la definió como una Santa Teresa laica presumida y coqueta de alma. Claro que le dio tiempo a rectificar y acabar diciendo que era una mujer en gracia cuya influencia marca el desarrollo de la poesía americana más moderna.

Santos Domínguez