5/9/06

Los apuñaladores


Leonardo Sciascia. Los apuñaladores
Traducción de Juan Manuel Salmerón
Tusquets editores. Barcelona, 2006


En este relato nos cuenta Leonardo Sciascia una historia que comienza con el apuñalamiento simultáneo de trece personas en las calles de Palermo el primero de octubre de 1862, y que pondrá en marcha una investigación judicial, que dirigida con habilidad por un juez procedente del norte de Italia, conducirá rápidamente a la detención de los culpables. El caso habría terminado de inmediato, si no fuera porque algunos de los detenidos insisten en declarar que el organizador de los asesinatos no es otro que el príncipe de Sant'Elia, respetable miembro del senado italiano, duque de Gela, señor de Bessima, Cutumino, Grottacalda… en definitiva el personaje más poderoso de Palermo, uno de esos aristócratas dispuestos a cambiar lo que haga falta, para que todo siga igual. El aroma lampedusiano que Sciascia atribuye al personaje es evidente y se explicita en la alusión a Giuseppe Tomasi que aparece en la página 62.

Un juez honesto e inteligente ve como el proceso se estrella contra los privilegios senatoriales. Tampoco ayudó que en el complot estuviesen implicados varios sacerdotes próximos al arzobispo de Palermo. El trabajo de Sciascia consiste en reconstruir el proceso actuando como un detective que maneja documentos públicos y privados para relatar una historia que acabó con tres decapitaciones y varias cadenas perpetuas y, cómo no, con el príncipe de Sant'Elia en su palacio disfrutando de sus rentas, de su poder y de sus privilegios.

El juez, decepcionado, abandona Sicilia y la judicatura, para dedicarse al ejercicio privado de la abogacía. Su caso simboliza y explica el pesimismo que Sciascia siempre tuvo por su querida isla y la indignación que le producía la inoperancia del estado italiano, todavía hoy responsable primero del increíble atraso del Mezzogiorno italiano.

Sciascia publica el relato (apenas 125 páginas de gruesa tipografía) en 1976 sin disimular los parecidos entre este complot político (que pretendía cambiar en Sicilia a los Saboya por los Borbones) y los que agitaron la vida política italiana (“la estrategia de la tensión”) de los años setenta, repletos de atentados, secuestros y asesinatos. Tampoco esconde Leonardo Sciascia el paralelismo entre la impunidad de los poderosos de 1862 y la impunidad de la que disfrutaron los dirigentes políticos de la República Italiana nacida tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Hace ya casi veinte años que murió Leonardo Sciascia y por eso se ahorró tener que novelar las andanzas de Silvio Berlusconi, detto “Il Cavaliere” (supongo que por su pericia como jinete, pues otras virtudes que justifiquen ese sobrenombre no se le conocen), primer ministro italiano hasta mayo de 2006, e incapaz de distinguir entre la cosa pública y la “Cosa Nostra”, y muy capaz de, estando acusado por la fiscalía de Milán de falsear el balance contable de una empresa, impulsar la redacción en el parlamento de una ley que, seguro que lo adivinas, caro lector, despenaliza el falseamiento de un balance contable. Bravo, bravissimo "Il Cavaliere".

Jesús Tapia