19/9/06

Por orden alfabético


Jorge Herralde.
Por orden alfabético. Escritores, editores, amigos.
Biblioteca de la memoria.
Anagrama.
Barcelona, 2006.


Escritores, editores, amigos
es el subtítulo de Por orden alfabético, que Jorge Herralde publica en la Biblioteca de la memoria de Anagrama.

Reunión de nombres, de homenajes y de recuerdos en un conjunto de 48 textos que, como los de Opiniones mohicanas (Acantilado) tienen como vínculo su relación con el mundo de la literatura y la amistad.

Desde los recuerdos dispersos de Jesús Aguirre, editor y duque con abanico, con los que se abre el libro, hasta una semblanza a caballo de Puco Zaforteza, el padre de Diana Zaforteza, la fundadora de la editorial Alpha Decay, se van sucediendo, con varia atención y distinta intención, una serie de textos, algunos inéditos, casi todos escritos en este siglo, los menos de compromiso, algunos llenos de suave ironía y casi todos rematados con buena prosa y en clave de narración persuasiva y directa.

Una reunión de afectos en la que se convoca a personajes que no siempre quedan bien parados. Y es que aunque esa no haya sido la intención de Jorge Herralde, el mero hecho de que el lector no comparta el nivel afectivo hacia esos nombres le coloca en otra perspectiva menos benévola.

Homenajes y recuerdos de editores amigos como Roberto Calasso, de Adelphy; José Martínez, de Ruedo Ibérico; Paco Porrúa, que fue el primer editor de Rayuela y de Cien años de soledad; o Esther Tusquets, editora editada por la casa, a propósito de su Correspondencia privada. Y así hasta llegar al elogio de Jaume Vallcorba, sociedad unipersonal, editor de Quaderns Crema y Acantilado, antes Sirmio.

Por orden alfabético
, lo señala Herralde en la contraportada, es una cara B, una forma de prolongación del catálogo de Anagrama, del que forman parte muchos de los escritores que aparecen en el libro. Por eso en algún momento del libro se dice que este es también un croquis de autores de la casa.

Autores traducidos, como Julian Barnes, sobre el que aparece un texto de presentación de sus artefactos literarios, con carga de profundidad incluida en esta paradoja del autor de El loro de Flaubert: “Los críticos no son escritores frustrados. Lo que son es críticos frustrados.”

¿Más? Un texto elegiaco y admirativo sobre Carver; un elogio de Claudio Magris, autor de ese monumento literario que es El Danubio, a zancadas entre fronteras; el recuerdo cruel del francés voluntarioso de Tierno Galván con Patricia Highsmith...

Y los nacionales, desde Rafael Chirbes a José Antonio Marina, desde Carmen Martín Gaite el día de su entierro, al Vila-Matas de Bartleby y compañía y El mal de Montano.

Uno de los momentos más altos del libro es el díptico dedicado a Alberto Méndez en su vida y en su muerte, un emocionado requiem laico. Y en el capítulo dedicado a Álvaro Pombo y su ingreso en la Academia se consigue otro de los textos más redondos.

Se desliza ahí un error, más cómico que molesto, cuando Herralde, no sé si para compensar el requiem laico a Alberto Méndez, santifica el nombre de la calle en la que vive Pombo, que es Martín de los Heros, no San Martín de los Heros.

Error bien fácil de subsanar en nuevas ediciones, como el de una foto en la que el autor está con Laly Gubern y Juan Villoro en Jerez y en el pie se dice que es el Puerto de Santa María.

Detalles menores, como se ve, que no enturbian en absoluto un libro de lectura tan grata y fluida como la prosa que lo hilvana.

Santos Domínguez