8/10/06

Filología de la miseria



Victor Klemperer.
LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo.
Traducción de Adan Kovacsics
Editorial Minúscula. Colección Alexanderplatz.
Barcelona, 2004.

Entre los refugiados que había en el pueblo se hallaba también una trabajadora berlinesa con sus dos hijitas. No sé cómo fue, pero el hecho es que antes de la llegada de los norteamericanos nos pusimos a hablar. Dicho sea de paso, durante unos días me hizo gracia escuchar un berlinés tan auténtico en plena Alta Baviera. Era muy amable y enseguida percibió nuestra afinidad política. No tardó en contarnos que su marido había estado largo tiempo en la cárcel por comunista y que ahora se encontraba en un batallón de castigo, Dios sabe dónde, si es que aún vivía. Y ella también pasó un año en prisión, añadió llena de orgullo, y aún seguiría allí si las cárceles no hubieran estado atestadas y no la hubieran necesitado en la producción.
—¿Por qué estuvo usted en la cárcel? —pregunté.
—Pues por ciertas palabras... (Había ofendido al Führer, los símbolos y las instituciones del Tercer Reich.)
Fue una iluminación para mí. Al oír esta frase lo vi todo claro. Por ciertas palabras. Por eso y en torno a eso emprendería el trabajo en mis diarios. Quería extraer el balancín de todo cuanto lo rodeaba y limitarme, además, a esbozar las manos que lo sujetaban. Así se creó este libro, no tanto por vanidad, espero, sino más bien por ciertas palabras.


En 1933, el mismo año que los nazis llegan al poder, Victor Klemperer empieza a recopilar un material que redactaría clandestinamente para acabar publicándolo en 1946 en LTI. La lengua del Tercer Reich que ha editado por primera vez en español la Editorial Minúscula, en un tomo elegante, cuidado y sobrio.

LTI eran las siglas secretas de Lingua Tertii Imperii, el objeto de análisis inicial de estos apuntes de un filólogo que había desempeñado su cátedra en Dresde, donde escribe en la navidad de 1946 la emocionada dedicatoria a Eva Klemperer, su mujer, que es también el eje del prefacio.

Sólo en parte es este libro lo que anuncia el subtítulo: un análisis de la lengua del nazismo como caldo de cultivo de su ideología, un heroísmo de uniforme y de culto al cuerpo que acabó teniendo ecos necrológicos.

Sólo en parte, decía, porque LTI es mucho más que eso. En él la visión filológica acaba teniendo menos relevancia que el ambiente, la lengua se revela como vehículo esencial de la intrahistoria del nazismo, como reflejo de la zozobra que llevó aquel tiempo a la vida cotidiana. La lengua del Tercer Reich es menos una reflexión filológica que un testimonio estremecedor. Y menos un testimonio que un alegato terminante contra la tiranía y el terrorismo de estado.

Y así como el estilo es el hombre, las épocas se delatan por su lenguaje. En el Tercer Reich, por la uniformidad de la lengua escrita y hablada, por la pobreza lingüística, por la expresión monótona propia del pensamiento único.

Acosado, depurado y perseguido por el nazismo, de Klemperer supimos por sus magníficos diarios que publicó Galaxia Gutenberg hace unos años y por su presencia en Quien espera, un desolador y brillante capítulo de Sefarad, de Muñoz Molina.

En aquellos días feroces su forma de sobrevivir y de mantener la libertad interior y la dignidad fue hacer esta filología de la miseria, este análisis de un lenguaje que funcionó como excipiente y vehículo de penetración del nazismo en las masas. Un lenguaje que acaba hablando y pensando por uno mismo.

El canon lo había fijado Goebbels: era el estilo del agitador que grita como un charlatán frenético. Era un modelo lingüístico pensado para la invocación exaltada y para el énfasis.

Una jerga sentimental en la que el efecto tóxico ataca como un veneno con nuevas palabras o con palabras viejas que se cargan de sentidos nuevos: pueblo, heroísmo, patria, raza, heroísmo, fanático, histórico, eterno...

Las runas y los signos de puntuación, el uso significativo del entrecomillado irónico, los nombres propios y las abreviaturas, el léxico de la fe y la divinización del jefe, los anuncios de acontecimientos familiares y ritos públicos, nacimientos, bodas y necrológicas trazan la memoria de aquellos días de oprobio y revelan que el lenguaje del vencedor no se habla impunemente, que la lengua se respira y ordena la vida. Y que la vida acaba viviéndose según la ordena la lengua.

Pero con ser esto importante en el libro, lo decisivo es que se trata de una autobiografía parcial en la que se incorporan con naturalidad fragmentos de sus diarios y se conjuran los demonios que convocaba aquella sociedad y aquella lengua.

Santos Domínguez