21/11/06

La actualidad del 98



Jesús Torrecilla.

La actualidad literaria de la generación del 98.
Editora Regional de Extremadura. Mérida, 2006.

Se esperaba el lector un libro más sobre el 98, un ensayo convencional, pero desde las primeras líneas, La actualidad literaria de la generación del 98, el ensayo de Jesús Torrecilla que publica la Editora Regional de Extremadura en su colección Ensayos literarios, le deja perplejo:

Para el español de principios del siglo XXI que tiene una criada filipina y se va de compras a Nueva York o de vacaciones a Cuba, los sucesos de 1898 no pasan de ser un recuerdo lejano, cuando no una anécdota curiosa y hasta cierto punto impertinente. Como quien experimenta un repentino cambio de fortuna y sonríe incómodo cuando se encuentra a algún viejo conocido que le recuerda sus estrecheces de otros tiempos, los españoles nos avergonzamos de nuestro pasado o, peor aún, pretendemos ignorarlo.

Ese es el punto de partida, no sé si deliberadamente provocador o cabalmente desorientado, de un conjunto de artículos que intentan desmentir el contexto europeo del 98 y denuncian el intento de reescribir aquel momento y de integrar en un horizonte transpirenaico un movimiento literario que defendió lo castizo, la tradición intrahistórica.

Jesús Torrecilla es profesor en EE. UU., narrador y ensayista. Se ha ocupado en sus libros de la España exótica y la formación de la identidad española moderna, del significado del 98 en el siglo XXI, de Europa como utopía y como amenaza en la literatura española o de los conflictos entre modernidad y autenticidad, un eufemismo de la tradición, en la literatura española desde la Ilustración.

Y eso es lo que hay en el fondo de este ensayo: una reflexión crítica sobre el mismo concepto de modernidad, como indica el subtítulo, y sobre la conciencia europea de aquel complicado final de siglo en España.

Una literatura escrita por seres tan problemáticos, tan cambiantes y contradictorios como los que integran la nómina tradicional del 98 tenía que suscitar necesariamente opiniones encontradas, polémicas y hasta contradicciones en el analista. Con Azorín, Baroja o Unamuno se puede defender una cosa y la contraria. Y documentarlas con citas literales.

Pero, con todas las salvedades que se quieran aportar, parece innegable que los modelos ideológicos y estéticos de aquel movimiento eran europeos. ¿Qué hubieran sido Unamuno sin Kierkegaard, Baroja sin Schopenhauer o Azorín sin Nietzsche? Poco o casi nada.

Y aun haciendo un esfuerzo para incorporar a la nómina del 98 a Valle o a Machado, ¿no están los modelos del primero en la literatura francesa de Barbey d'Aurevilly? ¿No es Machado un poeta simbolista, mucho más allá de Soledades o en Baeza?

En el ataque a los ultraístas con el que Max Estrella funda su reivindicación de Goya como el padre del esperpentismo, ¿hay un ataque a Europa? ¿No es una reivindicación de la modernidad europea hacerle decir al mismo personaje que España es una deformación grotesca de la civilización europea?

Lleva uno muchos días dándole vueltas a este libro chocante de apenas cien páginas que le llenan de desasosiego y le hacen ir y volver sobre sus páginas y replantearse muchas cosas. Por ejemplo, la poca necesidad que tiene de complicarse la vida con una reseña de este libro. Por ejemplo el concepto mismo de generación del 98, que aquí se da por admitido y que uno daba por superado desde hace décadas y refugiado ya sólo en la pereza de los manuales de bachillerato y de las programaciones de selectividad.

Yo, francamente, tengo muchas dudas de que Ricardo Gullón obedeciera a ese impulso de reescribir la historia literaria para integrarla en su contexto europeo cuando situaba el 98 como una dirección del Modernismo y a este último como manifestación hispánica de la crisis general de aquel fin de siglo.

Y para decir toda la verdad, tengo todavía más dudas acerca del mismo concepto del 98, no sé si una invención vanidosa de Azorín o una más de sus muchas simplezas. En todo caso, la creación desafortunada de un bosque imaginario que no nos deja ver los árboles.

Y es que la perspectiva acaba por ser determinante. Por ejemplo, no me parece demasiado certera la imagen del español de comienzos del siglo XXI que se expresa en ese primer párrafo. Será problema mío, pero desde aquí dentro no se ven así las cosas.

Puede que en la distancia, espacial o temporal, se vean de otra manera y que ese efecto separe las perspectivas del autor y de este lector, que llega con la misma perplejidad del comienzo a las frases finales del libro:

Es moderno el que tiene la capacidad o la fuerza para definir lo que es la modernidad, no el que disfruta de sus ventajas. En este sentido, parece evidente que continúan existiendo en Europa distintos grados de avance y distintos niveles de fuerza. Claro que no dejaría asimismo de ser una cruel paradoja que, cuando comenzamos a compartir un espacio común europeo, tal vez Europa en su conjunto esté dejando ( o haya dejado) de ser plenamente moderna.

Cierra el lector el libro, espera que por última vez, y se queda cavilando porque no está seguro de que no se le esté hablando, entre líneas y con óptica transatlántica, de la vieja Europa.

Contra lo que pueda parecer a primera vista, quizá sea esa agitación la mejor virtud de un ensayo como este, no más parcial, no menos hijo de su tiempo, aunque sí más provocador, que otros considerados clásicos ya.

Se agradecen en el fondo, aunque no se compartan, estos planteamientos .


Santos Domínguez