18/3/07

Cuatro poetas en guerra


Ian Gibson.
Cuatro poetas en guerra.
Planeta. Barcelona, 2007.


La figura olvidada del periodista argentino Pablo Suero, amigo de Lorca que llegó a España en 1936 en pleno ambiente preelectoral, entrevistó a los poetas de los años treinta y recogió aquel material en el volumen España levanta el puño, es el hilo conductor que ha utilizado Ian Gibson para escribir Cuatro poetas en guerra, que acaba de publicar Planeta en su serie España Escrita.

Tomando como punto de partida la epifanía del Frente Popular en febrero de 1936, se habla en este libro de la actitud ética y la lealtad a la causa republicana de cuatro poetas, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Miguel Hernández, que pagaron con su vida o con el exilio su defensa de la legalidad y su compromiso con la Segunda República frente a la España más negra que los hizo víctimas de su barbarie.

Gibson ha advertido de que este es un libro que no contiene nuevas revelaciones, sino una recopilación de abundantes materiales gráficos y documentos muy variados, procedentes de sus estudios anteriores, como Pasión y muerte de Federico García Lorca o Ligero de equipaje, y de nuevas investigaciones sobre Juan Ramón Jiménez, de quien desmiente el sambenito de escritor encerrado en su torre de marfil y ajeno a la realidad política que le rodeaba y destaca la dignidad con la que sobrellevó el exilio y sus dificultades y el orgullo con que se negó a poner los pies en la España de Franco.

Aparte de la conocida denuncia de Lorca sobre una ciudad, la suya, en la que se agitaba la peor burguesía de España, Gibson incorpora en el libro nuevos datos sacados a la luz por el reciente estudio de Manuel Titos Martínez, Verano del 36 en Granada, que permiten relacionar el asesinato del mayor poeta español del XX con viejas rencillas familiares de terratenientes y caciques.

Junto con esos episodios, sigue impresionando en el lector la actitud de Antonio Machado en la guerra, su Mairena póstumo en Hora de España, sus últimas horas o las circunstancias de su entierro en Colliure.

O la muerte de Miguel Hernández, este mes de marzo hace 65 años, en la prisión de Alicante, poco después de que su mujer le oyera hablar con la ronquera de la muerte.

Unos días después, el padre de Miguel Hernández comentó cuando fueron a darle el pésame: "Él se lo ha buscado".

Quizá no haya un testimonio más definitivo de la degradación moral que provoca el odio. O el terror de aquel régimen de sotanas, correajes y uniformes.

Santos Domínguez