1/5/07

El insurrecto


Jules Vallès.
El insurrecto.
Traducción de Manuel Serrat Crespo.
ACVF Editorial. Madrid, 2007.


ACVF Editorial completa la brillante publicación en español de la trilogía de Jacques Vingtras de Jules Vallès. Tras El niño y El bachiller aparece ahora el último volumen, El insurrecto, la más comprometida, la más radical y amarga de las tres novelas.

El insurrecto se publicó póstuma en 1886 y es probablemente la novela de más calidad de la trilogía, su ápice autobiográfico, documental y literario. Jacques Vingtras, el alter ego de Vallès, el niño maltratado de la primera parte, el ba­­chiller desorientado, hambriento y sin oficio de la segunda, es ya un escritor y un activista político que ejerce su oposición al decadente régimen imperial.

Activista y agitador periodístico, los artículos en la prensa y las conferencias de Vingtras, como las de Vallès, su modelo y su inventor, alarman a un régimen en descomposición, que niega la libertad de prensa y le encarcela por ejercer la libertad de expresión. Cuando cae el emperador y se proclama una república autoritaria, será uno de los pro­tagonistas de la Comuna de París de 1871.

En el prólogo que Andreu Nin escribió en 1935 para la primera traducción española de El insurrecto figuraban estas palabras:

La obra, que tiene un carácter autobiográfico, es no obstante una novela con todos los puntos y las íes, que nos lleva a la época turbulenta que Vallès vivió intensamente, a las postrimerías del segundo Imperio y de la “Commune” de Paris. El estilo se distingue por su originalidad deliberada, la extraordinaria riqueza de expresión y la abundancia de palabras, con abundantes giros populares, una parte de los cuales han desaparecido del lenguaje corriente. Sobre todo al evocar los años escolares, Vallès consigue, por la fuerza de su arte, hacernos revivir la emoción profunda de los momentos dramáticos de los que fue testimonio y actor.

Esta es la culminación de la obra de Vallès, su testamento político y literario, un relato crítico y de primera mano de la revolución, la crónica de su derrota y el homenaje conmovido a quienes lucharon por la libertad y la construcción de una república federal, democrática y social.

Y este es el final de la novela:

Estoy en paz conmigo mismo.
Sé, ahora, a fuerza de haber pensado en silencio, con la mirada fija en el horizonte sobre el patíbulo de Satory —¡nuestro crucifijo!—, que el furor de las multitudes es el crimen de la gente honrada, y ya no sufro por mi memoria, llena de humo y manchada de sangre.
El tiempo la lavará, y mi nombre quedará inscrito en el taller de las guerras sociales como el de un obrero que no fue perezoso.
Los rencores han muerto. He tenido mi oportunidad.
Muchos otros niños fueron abofeteados como yo, muchos otros bachilleres pasaron hambre, y han llegado al cementerio sin haber visto vengada su juventud.
Tú has recogido tus miserias y tus penas, y has llevado un pelotón de reclutas a esta revuelta que ha sido la gran federación del sufrimiento.
¿De qué te quejas?
Es verdad. Los investigadores pueden venir, los soldados pueden cargar sus armas: estoy dispuesto.

Acabo de atravesar un riachuelo que sirve de frontera.

¡Ya no me podrán detener! Y podré seguir al lado del pueblo si, de nuevo, se lanza a la calle y le fuerzan a luchar.
Miro el cielo hacia el lado donde está París. Es de un azul frío, salpicado de nubes rojas. Parece un enorme blusón manchado de sangre.


Santos Domínguez