24/5/07

El sueño de la nación indomable

Ricardo García Cárcel.
El sueño de la nación indomable.
Ediciones Temas de Hoy. Madrid, 2007.

Con el pretexto del segundo centenario del dos de mayo de 1808 (que de aquí a pocos meses dará lugar a festejos y celebraciones varias, siempre a costa de los dineros públicos) se están empezando a publicar obras que revisan los históricos episodios que se sucedieron en las dos primeras décadas del siglo XIX y que son considerados fundamentales en la construcción de nuestra historia contemporánea.

Entre estos libros recientemente publicados destaca El sueño de la nación indomable, de Ricardo García Cárcel, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona, y que acomete el análisis de “los mitos de la Guerra de la Independencia” (al menos ese es su subtítulo).

En realidad el libro es mucho más, pues dedica abundantes páginas a describir la España del último cuarto del siglo XVIII y proyecta biografías y acontecimientos de los protagonistas de la Guerra de la Independencia hasta mediados del siglo XIX recogiendo de forma concisa pero rigurosa la evolución de la historiografía en el tratamiento de estos hechos históricos.

Quizás las dos fechas más señaladas sean 1808 que dará origen al mito de la nación (indomable) española, y 1812 marcada por el nacimiento de la primera Constitución, origen del liberalismo y de una profunda división ideológica de los españoles que llega hasta nuestros días, aunque hoy reducida a la mutua, retórica e irrebatible acusación de que es el otro el que intenta resucitar la división de España. Quizás hemos superado buena parte de las diferencias que separaban a liberales y reaccionarios, a europeístas y castizos, a laicos y a integristas; pero hemos conservado la costumbre de querer excluir a los disidentes.

Todavía hoy los historiadores están lejos del acuerdo en cuestiones centrales como el papel de los afrancesados, las intenciones de Napoleón, el carácter espontáneo de la revuelta popular del dos de mayo…

Las cosas no parecen tan simples como tradicionalmente se consideraba y García Cárcel nos cuenta como los afrancesados eran en muchos casos tan honestos como los patriotas (además hubo numerosos cambios de bando), que José I venía cargado de buenas intenciones (no tanto su egregio hermano), y que el dos de mayo es más que probable que fuese estimulado por los franceses para, con la excusa de la anarquía, tomar el control total de la situación.

En esta línea García Cárcel huye de las simplificaciones y desmenuza capítulo tras capítulo la complejidad ideológica de nuestra historia y la fuerza de los acontecimientos que llevó a algunos afrancesados a colaborar en la redacción de la Constitución de Cádiz, a no pocos liberales a acabar aceptando a Fernando VII como un mal menor comparado con el integrismo carlista, y a antiguos ilustrados progresistas a defender las virtudes estabilizadoras del Antiguo Régimen.

La potencia de algunos de los mitos que analiza el profesor García Cárcel queda ilustrada con el mito del dos de mayo, fecha que reivindicaron los reaccionarios porque creían que con ella comenzó el rechazo castizo a la modernidad; los liberales porque pensaban que quien se rebeló fue la nación ansiosa de libertades; los franquistas que quisieron ver en los franceses un precedente de la sucia pezuña estalinista encubierta tras la España republicana; los republicanos que pensaban que las ambiciones napoleónicas eran precursoras de las peludas orejas de Hitler y Mussolini ocultas tras los golpistas de julio de 1936…

Todavía, y en forma de coda postmoderna, la víspera del dos de mayo de 2007 grupos de jóvenes provocaron altercados en Madrid reclamando su derecho a conmemorar la fiesta patriótica bebiendo, vomitando y gritando (no necesariamente en ese orden) en la calle. Al final hubo carga policial y heridos, pero Goya no estaba y no sabría decirles en qué bando luchaban los mamelucos.
Jesús Tapia