4/5/07

Las bodas de Pentecostés


Philip Larkin.
Las bodas de Pentecostés.
Traducción y prólogo de Damián Alou.
Lumen. Barcelona, 2007.


En 1964, diez años antes de publicar Ventanas altas, Philip Larkin (1922-1985) se convirtió con Las bodas de Pentecostés en una de las voces más personales y renovadoras de la poesía inglesa.

Áspero y directo, insolente e incisivo, Larkin ejerció una influencia determinante también en la poesía norteamericana con este libro que se publicaba en febrero de 1964 en Inglaterra y en octubre en Estados Unidos y se convertía en un éxito de ventas inmediato: en dos meses vendió 4.000 ejemplares y las reediciones se sucedieron con cadencia más propia de la narrativa que de la poesía.

Tras unos inicios juveniles con poemas marcados por la lectura de Yeats o con meros pastiches impostados de Auden, Larkin encuentra en la lectura de Thomas Hardy un modelo poético: una modesta atención a la realidad, una incursión en lo cotidiano es lo que le enseña esa poesía.

No se trata sólo de una cuestión de temas. El tono coloquial y la actitud de retraimiento ante el mundo sitúan esta poesía en las antípodas de Pound, Eliot o Auden.

En un artículo sobre Hardy, Philip Larkin habla de ese autor en términos que definen su propia poesía, su propia literatura:

No es un escritor trascendente, no es un Yeats, no es un Eliot; sus temas son los hombres, las vidas de los hombres, el tiempo y el paso del tiempo, el amor y el apagarse del amor.

Es justamente esa modestia de los temas la que define esta poesía y orienta su tono. Lo anota el propio Larkin:

Mis poemas se explican tan bien solos que cualquier comentario sería superfluo. Todos derivan de cosas que he visto, pensado o hecho, y dudo que entre sus temas haya nada extraordinario.


El dolor, el fracaso y la angustia, las humillaciones o el complejo por su tartamudez escolar y su voz aflautada, la dureza degenerativa de la vida cotidiana en la Inglaterra de posguerra son algunos de esos temas.

La poesía, señalaba Larkin en una reseña para la radio, debería comenzar con una emoción en el poeta, y acabar con esa misma emoción en el lector. El poema no es más que el instrumento de transferencia.

Larkin era bibliotecario en la Universidad de Hull, un lugar situado en el extremo oriental de Inglaterra. Lejos de todo, desde ese rincón periférico, un Larkin solitario y aislado escribe Las bodas de Pentecostés en un tono elegiaco que convive con la ironía para construir una poesía autobiográfica que tiene menos de confesión que de venganza y de ajuste de cuentas con los agravios de la vida:

La vida primero es tedio, luego miedo.
La utilicemos o no, pasa,
y deja lo que algo ajeno a nosotros eligió,
y la vejez, y luego el único fin de la vejez.

escribe al final de Dockery e hijo, uno de los mejores textos de un libro alejado a veces de un mundo de sombras industriales y del sonido gutural de los apeaderos bajo la niebla, de suburbios con solares de maleza y desperdicios. Otras veces, Larkin escribe una partitura compasiva como Sidney Bechet, el clarinetista más famoso de Nueva Orleans, al que está dedicado uno de los poemas más emocionados del libro.

Damián Alou ha escrito para esta edición un prólogo exacto y directo, el que requería una poesía y una personalidad como la de Larkin. El mejor elogio que se puede hacer de su traducción es decir que cumple eficientemente la parte que le corresponde en esa transferencia de emociones que es la poesía para Larkin.

A la vez que esta versión de Las bodas de Pentecostés, Lumen recupera en su espléndida colección de narrativa la traducción de Marcelo Cohen de Jill (1946), la primera de las dos novelas de Larkin. Una novela de college, sobre los ambientes universitarios de Oxford en el trimestre de otoño de 1940, en los primeros meses de la segunda guerra mundial.

Hay más de un punto de contacto entre esta novela y la poesía de Larkin: el mismo tono incisivo, la misma ironía turbia, la misma amargura ante la dureza de la vida, idéntico pesimismo ante una realidad gris. El mismo contraste entre el aquí y el allí, entre la realidad y el deseo, un tema que atraviesa toda la literatura de Larkin.

Santos Domínguez