7/9/07

La desaparición de Majorana


Leonardo Sciascia.
La desaparición de Majorana.
Traducción de Juan Manuel Salmerón.
Tusquets. Barcelona, 2007.

El siciliano Leonardo Sciascia (1921-1989) es uno de esos escritores con tanto talento que convierten cualquier tema en excelente literatura. Poco tiempo antes de su muerte le preguntaron en una entrevista cuál prefería de entre todas sus obras:

-Hasta hace unos años –contestó- habría respondido: Muerte de un inquisidor; ahora en cambio la respuesta es La desaparición de Majorana.

Con ese olfato especial que tenía Sciascia para aprovechar historias reales, la escribió en 1975 y ahora la edita Tusquets con una traducción nueva de Juan Manuel Salmerón. A medio camino entre la narración novelística y el reportaje periodístico, este tipo de relatos van siempre más allá del hilo de la historia y la superficie de los hechos para transcenderlos con una reflexión sobre la condición humana, sobre las relaciones con el poder o sobre la responsabilidad moral de los intelectuales.

El motivo del libro es el caso Ettore Majorana, un brillante físico de 31 años, que desapareció el 26 de marzo de 1938, durante un viaje en barco de Palermo a Nápoles. Dejó dos cartas en las que anunciaba su intención de desaparecer, dos cartas que no parecen las de un suicida, sino las de quien expresa su voluntad de ocultarse y planea su desaparición.

Novela filosófica de misterio, según la definición de Sciascia, el texto es una indagación en las circunstancias que rodearon a aquel joven científico y provocaron su ocultamiento o su suicidio. Majorana era un raro, un siciliano nacido en una tierra que llevaba más de dos mil años dando la espalda a la ciencia y sin dar un solo científico. De una precocidad retrasada al máximo y reprimida, como la de Stendhal, Majorana procura no hacer lo que debe hacer y lo que no puede dejar de hacer.

Un tipo extraño aquel científico eminente, como de otro mundo, una personalidad con un fondo neurótico y proclive a la teatralidad. Se había anticipado en la descripción de la estructura atómica a Heisenberg, a quien visitó en Leipzig y con quien mantuvo una estrecha relación científica e intelectual. Un Heisenberg que, por cierto, mantuvo una postura más digna en relación con la bomba atómica que sus colegas americanos. Los supuestos esclavos de Hitler se comportaron como hombres libres que se negaron a desarrollar la bomba atómica, mientras que los supuestamente libres (los estadounidenses) se comportaron como esclavos al construirla y ponerla en manos de Truman.

Tras describir los últimos meses napolitanos de un Majorana asustado por la responsabilidad del científico ante el peligro de la energía atómica, la tesis de Sciascia pone en cuestión la teoría del suicidio y se inclina por la posibilidad de que la intención del científico fuera ocultarse y hacer creer que había muerto.

¿Un loco astuto o un suicida desbordado? En cualquiera de los dos casos, y aunque no apareció el cadáver, la policía dio carpetazo a la investigación. Si era un suicida no había crimen que investigar. Si era un loco, no merecía la pena seguir investigando.

¿Vio el horror en un puñado de átomos como lo vio Eliot en un puñado de polvo? ¿Acabó su cadáver suicida en el mar o dio con su persona en un convento cartujo?

Un Sciascia prodigioso retoma aquí el enigma y nos lleva a donde quiere con su inteligencia persuasiva y su estilo envolvente.


Santos Domínguez