30/12/07

Cuarto creciente


José Antonio Ramírez Lozano.
Cuarto creciente.
Renacimiento. Sevilla, 2007.


Luna llena, y no Cuarto creciente, debería haberse titulado esta segunda antología poética de José Antonio Ramírez Lozano que publica Renacimiento con prólogo de Enrique Baltanás y selección del propio poeta.

Es la segunda edición de la antología que publicó Libertarias en 1989, revisada y ampliada ahora con los doce libros que Ramírez Lozano ha publicado desde 1987 -el año que cerraba la primera entrega de Cuarto creciente con Teluria y Bolero-, hasta Corambo, que aparecía este mismo año.

De ese nuevo material se nutre este libro, que fija sus límites entre 1980 y 2007, pero se centra preferentemente en estos últimos veinte años en los que la voz poética de Ramírez Lozano se ha ido haciendo más ronca y oscura, más quevedesca en el lamento del estrago y más densa y profunda en la consideración del tiempo.

Y es que este Cuarto creciente, pese a la identidad del título, es otro libro: un libro menos narrativo y más proclive a la meditación. Porque toda antología –dice su autor- es un propósito de enmienda. Y en esta nueva selección, aunque sin dolor de corazón ni voluntad penitente, se expresa un Ramírez Lozano quizá menos brillante, con una poesía menos dada al destello espejeante de la superficie del río y más anclada en su profundidad transparente.

Imaginativa e ingeniosa, sí, pero con más fuego que juego y menos pirotécnica que minera, la poesía de Ramírez Lozano ha pasado, como señala Enrique Baltanás en su prólogo, del retablo barroco al telegrama conceptista. Y en esa evolución, más visible en una selección amplia y extensa como esta, una lucha doble, con la creación y con la facilidad de la palabra, articula cada vez con más intensidad sus últimos libros.

Lo explica el poeta en este Almuédano, de Razón de la impostura:

IGUAL que la plegaria
remota del almuédano,
hay mañanas que das
con el mismo poema
y tratas de evitarlo
esquivando su burda,
su torpe reincidencia.

—Mis poemas son todos
el mismo -te consuelas—.
Lo dijo Juan Ramón.

Y te dejas llevar
por los versos de siempre,
por las palabras mismas,
como un dios aburrido
—dijo también Cernuda—
que para convencerse
de que existe tuviera
que escucharse su voz.

Dioses que son palabras,
sólo apenas palabras
y para ser obligan
a rezar a los hombres.

La voz inconfundible de Ramírez Lozano ha levantado –en su poesía y en su narrativa- un mundo propio que no es el resultado de la repetición amanerada de una fórmula, sino el fruto de un crecimiento orgánico y radial, de un ir y venir como el de la tela de una araña.

Insistente y sólida como ella, llena de brillos en el trasluz y de avisos graves en su simbología de premoniciones, su obra ha ido creciendo desde el tono de salmodia y misterio de Sybila Famiana, un texto con un cuarto de siglo a cuestas en el que no ha envejecido, hasta la expresión depurada y meditativa de Corambo, su último libro.

Quedan en medio la narratividad de Bestiario de cabildo, con sus espléndidas miniaturas, sus hormigas y sus difuntos; el tono sombrío que se insinúa ya claramente en Teluria y Memento, con Mañara al fondo; la claridad del Agua de Sevilla, donde la ironía convive con la emoción como el azahar con la bosta en las calles sevillanas; el Azogue impuro de la palabra del poeta, angustiada en la noche oscura de la incertidumbre creadora; la muerte y la memoria de Oscura trashumancia; y sobre todo a partir de El arquero ciego, en Gata sola y en Corambo, la clave de arco cada vez más visible de sus últimos libros, en los que la palabra es un antídoto contra el tiempo y el poema se plantea como una forma de aplazar la muerte:

Los poemas
son todos en el fondo una manera

de aplazar el destino
terrible del abismo.

Esos dos temas, la muerte y la palabra, se funden y se cruzan de manera cada vez más explícita en los últimos libros de Ramírez Lozano, para culminar en el último verso de Corambo:

Lo que importa es, al cabo, derrotar a la Muerte.

Santos Domínguez