16/1/08

Antonio B. el Ruso

Ramiro Pinilla,
Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera.
Tusquets. Barcelona, 2007.


Volver, al cabo de tantos años, sobre Antonio Bayo, es recuperar el calvario de su vida y la oscura noticia de su muerte. Esta vez, su infantilismo ya no se hinchará contemplando el segundo nacimiento de su libro en los escaparates y sintiendo el acoso de los medios. Y es que estamos hablando de un hombre que, desde su nacimiento, fue perseguido por la forma más lacerante de nuestra injusticia social hasta hacer de él un despojo humano.

Así comienza el prólogo que Ramiro Pinilla ha escrito para la reedición en Tusquets de Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera. Treinta años después de la primera edición de la obra, el prólogo da cumplida noticia de la génesis, la técnica y el propósito de esta espléndida novela-biografía contada por su propio protagonista:

¿Por qué se me ocurrió escribir este libro? Literariamente, me atrajo el disponer de un personaje de carne y hueso como alternativa a los habituales míos de ficción. Podría constituir un descanso. Pero, no: el gran motivo que me movió fue la denuncia. ¿Pertenecía a España aquella Cabrera Baja, aquel mísero y desheredado pueblo de La Baña?, ¿y eran españolas aquellas gentes dejadas de la mano de todos los dioses?

Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera es una narración escrita en primera persona con la fuerza perturbadora y testimonial de quien fue a la vez una víctima y un resistente. La vida de ese hombre entre los años treinta y el comienzo de la transición posfranquista es uno de los mejores relatos sobre la durísima España de la posguerra que le rebajó a la condición de animal hambriento.

Sus más de seiscientas páginas son una demostración sobrecogedora y sostenida de cómo la realidad supera en dureza y humillaciones la capacidad imaginativa de cualquier lector. Elaborada con información de primera mano, extraída de un mes intenso de conversaciones grabadas, el trabajo literario de Ramiro Pinilla consistía en encontrar un tono adecuado para que el personaje-narrador se expresara en la novela:

Pasé un tiempo buscando el tono, como para un instrumento musical. A veces, se encuentra a la primera. No fue así en este caso. No se trata de pulsar teclas o cuerdas sino de escribir las primeras líneas. Realicé muchos ensayos para el primer párrafo. Y al leer un día bajo el bolígrafo…

“Me llamo Antonio Bayo, pero cuando madre me echó al mundo, una mujer que estaba allí dijo: ¡Leches, si es rubio como un ruso!... Así que no vaya usted por las Cabreras preguntando por Antonio, porque desde entonces todo el mundo me conoce por el Ruso. Ahora tengo seis años y madre me dice: –Súbeme una berza.”

…supe que ya lo tenía.

Lo que tenía Pinilla era la voz adecuada para el relato: un estilo invisible y transparente que canalizara la denuncia de aquella realidad y narrara la vida de aquella criatura en un agujero sin salida, como un animal salvaje y montaraz.

Prisiones, penales y manicomios, guardias civiles, curas y jueces son los escenarios y los actores de barbaridades escalofriantes, una sucesión de vejaciones y humillaciones de aquel espíritu indomable, asilvestrado e inocente, producto de una España rural, de esas otras Hurdes que se llaman las Cabreras de León.

Santos Domínguez