25/1/08

Asombro y búsqueda de Rafael Barrett


Gregorio Morán.
Asombro y búsqueda de Rafael Barrett.
Anagrama. Barcelona, 2007.


Las putas gallinas tuvieron la culpa.

Así comienza
Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, la semblanza biográfica que publica Gregorio Morán en la espléndida Biblioteca de la Memoria de Anagrama.

Una reivindicación apasionada y polémica de aquel escritor malogrado, un radical subversivo que antes de serlo fue un señorito adinerado calavera y pendenciero en el Madrid bohemio de fines del XIX y comienzos del XX.

Las pobres gallinas, con su mala fama de promiscuidades y lascivias, son las de
un artículo que Barret publicó en Paraguay y que arranca con estos dos párrafos:

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Como al personaje de ese texto, a Gregorio Morán también le cambiaron la vida esas perturbadoras gallinas que en 300 palabras trazaban una parábola en la que el hombre degenera en propietario.

A partir de ese artículo, el biógrafo se interesa por el escritor desconocido:

¿Quién es Barrett? ¿Nadie sabía quién había sido Rafael Barrett? Una referencia malévola de Baroja, unas páginas excéntricas de Maeztu, un retrato póstumo de Manuel Bueno, un apunte cariñoso de Cansinos y una leyenda de intenciones atribuida a Valle-Inclán. Con eso no basta para existir. Se podría decir que está su obra. Pero su obra es tan efímera como la flor de un día porque se fijó en algo tan ligero como el papel de periódico y ahí quedó, pasados los primeros años de emoción ante su prematura desaparición.

Fue uno de aquellos seres excéntricos que se movieron con naturalidad entre lo ridículo y lo admirable, entre la brillantez y la mangancia siempre cuesta abajo, a menudo al filo del abismo. Un Baroja despectivo lo mencionó en sus memorias, aunque lo conoció menos que un Cansinos que lo recuerda con respeto. Pudo haber sido uno de los figurantes de Las máscaras del héroe, una de aquellas criaturas marginales y desahuciadas que el mismo
Prada reunió en Desgarrados y excéntricos.

Un personaje impulsivo y estrafalario que tuvo su primera muerte -muerte civil- una tarde en el circo. Fue el 24 de abril de 1902 y revistió la forma de un escándalo que, junto con una exploración anal que certificaba su virginidad, sirvió para defender su hombría puesta en entredicho.

La muerte civil se disfrazó en la prensa de presunto suicidio. Y el presunto suicida, expulsado de la alta sociedad, en vez de irse al otro mundo, se fue a América para recomponer su fortuna. No salió de la ruina, pero primero en Argentina y luego en Paraguay y Uruguay, desarrolló su actividad literaria como articulista.

Buenos Aires fue una ciudad determinante en su vida y en su obra, como luego lo sería Asunción (un jardín desolado y más tarde un rincón maldito). Allí, un Barrett arrogante y todavía seguro de sí mismo radicaliza su pensamiento libertario, ejerce como agrimensor o funda la revista Germinal antes de sufrir la transformación que supuso en su vida la travesía del río Paraguay camino del destierro.

Volvió desde Montevideo, clandestino, enfermo y abandonado, para morir en Europa, en Arcachon, a mediados de diciembre de 1910.

La fotografía de la portada, la última que se le hizo -en Montevideo, un 6 de septiembre de 1910-, resume su existencia “en pendiente hacia el abismo”, su conciencia del fracaso y le muestra ya casi como un póstumo de sí mismo.

Un autor de breve y brillante producción literaria, que se concretó en artículos y aforismos y en un libro que se publicó muy poco antes de su muerte. Lo elogió un Borges adolescente que lo tomó por argentino y genial, y Roa Bastos, con más temple, escribió sobre su importancia estas líneas:

Barrett nos enseñó a escribir a los escritores paraguayos de hoy; nos introdujo vertiginosamente en la luz rasante y al mismo tiempo nebulosa, casi fantasmagórica, de la "realidad que delira" de sus mitos y contramitos históricos, sociales y culturales.

Vuelven a encenderse con este libro las luces tristes de bohemia para iluminar la vida y la obra de un maldito olvidado y recuperado ahora en la prosa de Gregorio Morán.


Santos Domínguez