1/3/08

Mahmud Darwix


Mahmud Darwix.
Poesía escogida (1966-2005).
Edición y traducción de Luz Gómez García.
Colección La Cruz del Sur. Pre-Textos. Valencia, 2008.


De mi lengua he nacido, escribía en un verso memorable el poeta palestino Mahmud Darwix (Birwa, Galilea,1941).

En su lengua árabe, una misma palabra sirve para nombrar el verso y para designar la casa, de la misma manera que en su obra la búsqueda poética se funde con el tema de la patria y el exilio y la experiencia personal con el destino humillado de su pueblo:

Pensaba - me dijo- que la patria
era que yo bebiese a sorbos el café de mi madre

y que volviera, tranquilo, con la tarde.

Darwix es junto con Adonis el más importante poeta árabe actual, sus libros tienen una enorme difusión en los países árabes y sus recitales poéticos son seguidos por un público que llena estadios para escucharle y ver de cerca a un escritor que es casi una leyenda y un icono que simboliza la identidad palestina y la resistencia de su pueblo.

Cuando tenía seis años, el ejército israelí, en su avance armado hacia Líbano, arrasó la aldea donde nació. La expulsión de su tierra fue para él también la expulsión de la niñez. Infancia y paraíso se igualan aquí no sólo en su relación metafórica, sino en el ámbito biográfico de la pérdida:

¿Qué haré sin exilio, sin una larga noche
que escrute el agua?

Aquel mismo ejército, más eficaz que ejemplar, dinamitó en 2002 en Ramala la Casa de la Poesía y el Centro de Arte Khalil Sakakini, uno de los símbolos de la cultura palestina que dirigía Mahmud Darwix.

Esta amplia antología bilingüe, preparada por Luz Gómez García y editada por Pre-Textos, es la muestra significativa de una trayectoria poética de cuarenta años en los que la voz del poeta ha seguido creciendo y evolucionando, siempre en tránsito, en lucha por la expresión y con el telón de fondo de una realidad cada vez más dramática para su pueblo.

Desde sus primeros libros, Pájaros sin alas y Hojas de olivo, Darwix ha construido una poesía en la que el tono lírico, en línea con la poesía árabe clásica, convive con un tono más narrativo y una voluntad más testimonial. Entre el poema amoroso, el recuerdo de la infancia y la denuncia de la ocupación, Darwix ha reunido en su obra lo mejor de la tradición y la modernidad para levantar una poesía de mucha calidad, de alto voltaje emocional y político, entre la combatividad y la delicadeza intimista:

Como estar en la azotea de mi vieja casa
y que una estrella nueva
se clavase en mis ojos.

Los años han ido matizando la voz exigente del poeta, suavizándola y renovándola con las aportaciones de la poesía occidental contemporánea, encaminándola hacia una mayor abstracción a través del símbolo y el mito y de una mayor libertad del verso y convirtiéndola en una reunión de géneros y tonos que van de lo lírico a lo trágico y a lo narrativo.

Para alguien como Darwix, con la mirada tan acostumbrada a las destrucciones y a los memoricidios, la poesía es una cuestión de arquitectura que se manifiesta en un gusto por la composición de la qasida clásica y se enriquece con las aportaciones de la modernidad y el verso libre.

Su trayectoria ascendente culmina en Menos rosas y en dos libros -Mural y Estado de sitio-, estructurados como dos poemas largos que constituyen una summa poética de la vida y la escritura de Darwix.

En esos libros el poeta entabla un diálogo con los demás, con cada objeto y consigo mismo, y este diálogo es una referencia continua de su experiencia poética. Una muchacha o un soldado, el amor y la resistencia, la cárcel o los pájaros habitan la poesía de Darwix, entre el poema narrativo largo o el destello breve de unos cuantos versos que son relámpagos de belleza sobre el cielo azul y los olivos centenarios de su patria de espigas, de la que ha escrito:

Sobre esta tierra hay por qué vivir: los últimos días de septiembre, una mujer que sale de los cuarenta como melocotón maduro, la hora del sol en la cárcel, nubes que semejan un tropel de criaturas, los vítores de un pueblo a quienes encaran risueños la muerte, y el miedo de los tiranos a las canciones.

Santos Domínguez