17/6/08

Lecciones de ilusión


Pablo d'Ors.
Lecciones de ilusión.
Anagrama. Barcelona, 2008.


Además de la lección inaugural (Creación y locura) y la final (Literatura y fantasmas), cinco lecciones de ilusión y una constante lección magistral de talento narrativo y rigor intelectual. La inspiración y el estilo, el amor y los libros, la genialidad y la locura, lo sublime y lo ridículo, la tradición y el plagio se abordan en una obra asombrosa que está a medio camino entre el ensayo y la novela.

Lorenzo Bellini, de Trieste, narrador y protagonista, llega un día de primavera de 1963 al sanatorio psiquiátrico de St. Bonifaz, un manicomio peculiar perdido en un valle bávaro, para redactar una tesis en la que estudia la relación entre creación artística y enajenación mental.

Ese es el artificio narrativo del que arranca Pablo d’Ors para armar estas Lecciones de ilusión, que publica Anagrama, cinco nouvelles enmarcardas por una lección inaugural y otra final y atravesadas también por la figura de Robert Walser, una referencia constante en la apertura de cada lección, en unas citas que contienen en clave la materia del libro y del mundo.

Desde la lección inaugural, centrada en El bandido, Inferno e Hiperión, tres obras esenciales de un narrador bandido y sibarita (Walser), un dramaturgo visionario y profético (Strindberg) y un poeta errante y melancólico (Hölderlin), se suceden creaciones de personajes como el Dr. Griffenfeldt, director del sanatorio, altruista y egocéntrico; Ecker, un archivero empeñado en ordenar el mundo; Kien, el bibliotecario, y una larga serie de pacientes hermanados espiritualmente con figuras destacadas de la civilización europea en un sanatorio que es la quintaesencia de la cultura, una metáfora de Europa:

Esto es Europa, piensa el estudiante, que todavía contempla esta escena como si no fuera con él. Esto es lo que queda de Europa: una fiesta de viejos y enfermos al atardecer. Europa: champán y canapés.

Desde ese manicomio que es también un espacio lúdico y libre, es decir, lo contrario de lo que se podría esperar de un establecimiento como ese, el protagonista reflexiona sobre la realidad europea:

¿Qué es Europa?, se pregunta Lorenzo. ¿Una borrachera en los jardines de un manicomio? Se responde: Europa es un sanatorio donde se conmemora un aniversario; Europa es un psiquiatra genialoide a quien obsesiona su método de curación más que la curación misma; Europa es su ayudante, un archivero servil y lujurioso; Europa es un colega enemigo a quienes envidia y condena por un plagio; Europa es una muchacha virgen, bellísima e inalcanzable; Europa, en fin, es un joven viajero, desconcertado y curioso.

La reflexión se extiende al sentido de la literatura:

También la literatura, esa enfermedad, es la búsqueda de un hombre con quien hermanarse; y tampoco la literatura, esa medicina, puede nacer más que desde el diálogo con un lector. Todo libro -este también- es un diálogo con otros libros. Todo autor se sienta a la mesa de otros autores y conversa con ellos.

La escritura como proceso es uno de los ejes del libro, y en torno a él gira la figura de Klaus-Dieter Dorp, el corrector de estilo que aspira a resumir el mundo en una novela, en una página o en una cita a pie de página.

A través de afinidades y hermanamientos, de simetrías y correspondencias, las múltiples piezas de este mosaico narrativo, un prodigio de conocimiento y estilo que enlaza con la gran tradición crítica y novelesca de la literatura centroeuropea.

Hay otras proyecciones del proceso creativo, del sentido de la escritura en los personajes: Walter Kallmus, el cartero que inventa cartas de personas imaginarias, de personajes epistolares que acabarán existiendo; Bohumil Skarvada, un escritor de novelas eróticas al que se le prohíbe leer y escribir, y a quien pertenecen estas palabras:

Para eso se escriben novelas: para seducir y conquistar al lector, para entrar en sus pensamientos y en su corazón; y hasta en su cama, aunque sea en forma de libro /.../ Escritura y lectura son para mí las dos caras de una misma moneda: leo para poder escribir; y siempre escribo, con mayor o menor fortuna, sobre los libros que he leído.

En las últimas lecciones, el ejercicio de ventriloquía del autor se proyecta en las creaciones de otros personajes memorables: Emanuel Engelmann, que aspira a vivir sin ser visto en una celda del pabellón de los melancólicos y habla con los caballos, el hombre que se sacaba palabras de la boca, el calígrafo y el andarín que recuerdan tanto a Walser, el aprendiz de loco, o el campesino Udo De Signore, un imitador de voces cuya contribución al consuelo o a la felicidad ajena lo asemeja a la labor del cartero hasta el punto de que ambos personajes acaban confluyendo en uno solo.

Catorce meses después de su llegada, Lorenzo abandona el valle y vuelve a Trieste, pero es ya otro. De esa metamorfosis del protagonista que en el fondo es el tema de cualquier novela, de esa interacción triple entre el mundo, la literatura y el personaje, tratan estas Lecciones de ilusión con las que Pablo d’Ors ha culminado seis años de escritura fecunda y de reflexiones lúcidas.

Ambicioso y monumental, será sin duda uno de los libros más relevantes de este año y de muchos años, porque este es un texto con vocación duradera, un libro sólido para leer y releer con admiración y provecho renovados.

Santos Domínguez