19/9/08

En el gallo de hierro


Paul Theroux.
En el gallo de hierro. Viajes en tren por China.
Traducción de Margarita Cavándoli.
Punto de lectura. Madrid, 2008.


La inmensidad de China te maravilla. Más que un simple país, parece todo un mundo.

Paul Theroux (Massachussets, 1941) siente una predilección especial por los viajes en tren. A ellos dedicó El gran bazar del ferrocarril y El viejo expreso de la Patagonia. De la intensa experiencia viajera en los ferrocarriles chinos surge este espléndido En el gallo de hierro, un recorrido por la China posmaoísta que acaba de publicar en bolsillo Punto de lectura.

El libro de viajes es una autobiografía en tono menor, escribe Theroux, uno de los mejores escritores contemporáneos de narrativa de viajes. Y este, que cumple ahora veinte años, es para muchos su mejor libro.

Dos objetivos marcaban el comienzo del viaje que hizo por una China recién salida de la Revolución Cultural: llegar desde Londres sin quitar los pies de la tierra, en ocho trenes hasta la frontera china, y pasar una larga temporada con los pies en el suelo recorriendo el país.

No fue tan sencillo –recuerda el viajero-. Nunca lo es , de modo que se impone una explicación: este libro.

Como en las tragedias antiguas, el error suele ser también el desencadenante del relato de viajes. Aquí el error se produce en la forma de viaje organizado en un grupo heterogéneo de más de veinte personas.

París, Varsovia, Moscú, el Transiberiano, Mongolia, son las estaciones de paso antes de llegar a China, un país de gente creativa, civilizada y trabajadora que aún conservaba durante la visita de Theroux algunos de los peores lastres burocráticos del maoísmo.

Cuando viajo sueño mucho –afirma Theroux-. Tal vez es uno de los principales motivos por los que viajo. Tiene que ver con habitaciones nuevas y ruidos y olores extraños, con vibraciones, con los alimentos, con las angustias del viaje –sobre todo el miedo a la muerte- y con las temperaturas.

El gallo de hierro es el nombre con que se conoce el tren que cubre el trayecto ferroviario más largo de China: cuatro días y medio de viaje entre montañas y desiertos desde Pekín a Urumchi. En trenes lentos o en expresos, con calor asfixiante o muerto de frío, el viajero recorre en doce meses ciudades como Shanghái, Cantón, Lanzhou o Xian, hasta llegar al Tibet. Y en esos viajes acaba teniendo tanta importancia la vida en el tren como la radiografía de lo cotidiano en las ciudades que visita, la intrahistoria de las conversaciones o los paisajes que ve pasar por la ventanilla.


Santos Domínguez