1/10/08

El hombre que detuvo a García Lorca


Ian Gibson.
El hombre que detuvo a García Lorca.
Punto de Lectura. Madrid, 2008.


Ramón Ruiz Alonso y la muerte del poeta
es el subtítulo del ensayo en el que Gibson vuelve a acercarse a un personaje que ha pasado a la crónica negra de la literatura.

Cuarenta años después de entrevistarle por primera vez, Gibson revisa en este libro, a la luz de la bibliografía más reciente y de las aportaciones de Emilio Ruiz Barrachina y su documental Lorca. El mar deja de moverse, la figura siniestra de aquel personaje en busca de notoriedad, del que decía textualmente Luis Rosales: “este era un inconsciente, este creía que se estaba llenando de gloria ante la historia.”

Una revisión orientada sobre todo a fijar el papel de Ruiz Alonso en la represión granadina, en las rondas depuradoras de las escuadras de la muerte y en la denuncia, arresto y asesinato del poeta.

La monografía de Gibson, que publica Punto de Lectura en formato de bolsillo, reconstruye la biografía de Ruiz Alonso y se remonta a sus raíces familiares en un pueblo de Salamanca. Hijo de terratenientes arruinados por el juego, su familia se trasladó a Madrid, donde pasó una infancia con estrecheces y educación en los salesianos. Yerno de Penella, el autor de El gato montés, y padre de actrices que eludieron su apellido, fue tipógrafo en El Debate y en Ideal de Granada desde 1932.

Entonces empezó su carrera política en la CEDA, en la que demostró ser un orador de voz poderosa y palabra radical. Le acompañaba con frecuencia Juan Luis Trescastro, familiar lejano de Lorca que se jactaría en los cafés granadinos de haberle “metido dos tiros en el culo por maricón.”

Como obrero honorario le solían presentar en los mítines de la derecha granadina. Más despectivamente, José Antonio Primo de Rivera le llamaba el obrero amaestrado en una época agitadísima en la que coincidieron la revolución política y la revolución teatral, Asturias y el escándalo que provocó el estreno de Yerma en la prensa de la derecha.

Con una acusada tendencia a la matonería, a la amenaza y a la agresión física, fue diputado en el bienio negro, aunque en las elecciones de febrero del 36 sólo obtuvo diez votos en Granada. En aquella campaña electoral, aquel fino intelectual llamaba en Fuente Vaqueros a Lorca “el poeta de la cabeza gorda.”

Propagandista del corporativismo, con ese título y un prólogo de Gil Robles se autoeditó un manual fascista. Paralelamente, el compromiso de Lorca y su apoyo al Frente Popular, sus declaraciones a los periódicos y las alusiones a parte de su familia en La casa de Bernarda Alba lo iban poniendo en el punto de mira de los conspiradores.

Los últimos días de Lorca en casa de los Rosales y en el Gobierno Civil centran la parte más intensa de una monografía que recoge las aportaciones de la bibliografía reciente y las declaraciones de Ruiz Alonso, que huiría de España poco después de la muerte de Franco.

Santos Domínguez