28/1/09

Chesil Beach


Ian McEwan.
Chesil Beach.
Traducción de Jaime Zulaika.
Compactos Anagrama. Barcelona, 2009.


Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil.

Con ese párrafo ejemplar comienza Chesil Beach, la última novela de Ian McEwan. La primera edición en español, con traducción de Jaime Zulaika, la publicó Anagrama en su colección Panorama de narrativas. Fue elegida por parte de la crítica como mejor libro de 2008 y ahora aparece en formato de bolsillo.

Muy distinta en su ritmo narrativo de su obra mayor, la famosa Expiación, en su enfoque -más limitado- y en su asunto -más nimio-, Chesil Beach es el reflejo de un época residual de la sociedad inglesa y por eso su anécdota trivial – la noche de bodas de Edward y Florence- se ambienta en julio de 1962, unos años antes de los cambios sociales e ideológicos de finales de los sesenta. Aún no se había producido el relevo entre quienes habían quedado marcados por la Segunda Guerra Mundial y la generación siguiente, que alteraría notablemente los comportamientos sociales en Inglaterra. Una convivencia visible en el hotel entre los clientes mayores de cuarenta años y quienes entraban en la vida adulta en aquella década prodigiosa, o en la distinta manera que tienen Edward y el padre de Florence de afrontar un intranscendente partido de tenis:

Era todavía la época - concluiría más adelante, en aquel famoso decenio- en que ser joven era un obstáculo social.

Construida sabiamente, con una técnica de contrapunto que pasa con naturalidad del presente al pasado, su estructura alterna los capítulos centrados en esa noche y sus consecuencias y los que rememoran la historia personal y familiar de Edward y Florence, en los que están las claves de la conducta conflictiva del presente y el desenlace de la historia.

No se trata sólo de las fuertes diferencias sociales entre ambos, sino de diferencias educativas que afectan a la distinta manera de encarar las relaciones individuales y sexuales, sometidas a las convenciones represivas del puritanismo:

¿Y qué se interponía entre ellos? Su personalidad y su pasado respectivos, su ignorancia y temor, su timidez, su aprensión, la falta de un derecho o de experiencia o de desenvoltura, la parte final de una prohibición religiosa, su condición de ingleses y su clase social, y la historia misma.

El conflicto sexual es en Chesil Beach la manifestación más radical de un problema de comunicación y una parte significativa del retrato de la sociedad inglesa de la época. Un Edward onanista y preocupado por la probabilidad de la eyaculación precoz y una Florence frígida y progresista a la que le repugnan los genitales y los besos con lengua, son los protagonistas de una penosa noche de bodas que transcurre con cautelas variadas entre el asco y el júbilo, entre el deseo y el temor, entre el miedo del muchacho a “llegar demasiado pronto” y el sentido sacrificial y culpable que tiene el sexo para la joven virgen y violinista.

Las relaciones problemáticas de Florence con su madre y el incesto sugerido con su padre parecen encubrir un secreto que marca su presente y su futuro y en todo caso esas relaciones son dignas de un análisis con los métodos de la crítica psicoanalítica:

-Quizá debería psicoanalizarme. Quizá lo que necesito de verdad es matar a mi madre y casarme con mi padre.

En esa clave interpretativa, la carrera musical de Florence podría entenderse sin mucho esfuerzo como un ejemplo de sublimación del deseo sexual. Por eso cuando ejecuta una pieza al violín su expresión revela un gran conocimiento del camino hacia el placer.

Ian McEwan ha optado por concentrar en una novela corta un argumento que podría haber sido desarrollado en trescientas o cuatrocientas páginas. Esa concentración y la aceleración temporal del último capítulo, combinados con las demoradas descripciones de un beso o de un intento de relación sexual, hacen que el relato gane en intensidad, en dinamismo y en fuerza narrativa.

Santos Domínguez