5/1/09

El viaje a la ficción de Juan Carlos Onetti




Mario Vargas Llosa.
El viaje a la ficción.
El mundo de Juan Carlos Onetti.
Alfaguara. Madrid, 2008.



En 1966, La casa verde, de Vargas Llosa, y Juntacadáveres, de Onetti, dos novelas ambientadas en prostíbulos, aspiraban al Premio Rómulo Gallegos que finalmente se llevó el peruano. Onetti reconoció la derrota y la superioridad del burdel de Vargas Llosa, que tenía orquesta.

Cuarenta años después se reencontraban los dos novelistas. El otoño de 2006 Mario Vargas Llosa dio un curso monográfico en una universidad norteamericana sobre Juan Carlos Onetti. El resultado de aquel curso, del intercambio de ideas con los alumnos, de la reflexión y la relectura de la obra del narrador uruguayo por el narrador peruano es El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, el ensayo que publica Alfaguara.

Básicamente lo que yo hago en este ensayo es investigar la manera en la que Onetti utilizó la ficción como un mundo alternativo. La respuesta a la derrota cotidiana es la imaginación: huir hacia un mundo de fantasía. Es decir, aquella operación de donde nació la literatura, por la que existe la literatura y por eso el título del libro.

Un mundo narrativo en el que la invención de historias es un ejercicio de insumisión ante la realidad y los mundos imaginarios se integran en la memoria del narrador como una forma de sobrevivir en el desacato y la rebeldía, como una manera de paliar las frustraciones y de cubrir la distancia que separa la realidad y el deseo. Ese es el mecanismo que sostiene a los antihéroes onettianos:

¿Está loco Brausen? Lo está a la manera de esos personajes memorables de la literatura a quienes la seducción que ejerce la vida imaginaria (...) lleva a sustituir la vida real por la de sus deseos.

Como Brausen, Eladio Linacero, Díaz Grey y sobre todos ellos Larsen, los personajes de Onetti combaten el pesimismo y la abulia con la fantasía y alivian sus decepciones en el sueño de un mundo imaginario ambientado las más de las veces en la irreal ciudad del sueño que se llama Santa María, un estado de ánimo más que un espacio.

A destacar el papel fundamental de Onetti en la construcción de la narrativa latinoamericana, con sus novelas y sus relatos breves, a dilucidar la influencia de Faulkner, Céline o Borges en su obra y a explorar las semejanzas y diferencias con esos autores que interpolaron en la realidad mundos imaginarios alternativos, dedica Vargas Llosa algunas de las mejores páginas de su estudio sobre el uruguayo.

Un ensayo que no se centra sólo en el universo novelístico, sino que destaca la fuerza de sus primeras obras maestras, de relatos como El sueño realizado, Bienvenido, Bob o Jacob y el otro, que anticipan la potencia de unas narraciones breves que están a la altura de Borges, Rulfo, Scott Fitzgerald o Faulkner y alcanzan su cumbre en El infierno tan temido, el mejor de los cuentos de Onetti y una inquietante inmersión en la maldad humana.

El tema de la ficción y la vida es una constante que, desde tiempos remotos, aparece en la literatura, y, además de las obras que ya he citado —el Quijote y Madame Bovary—, muchas otras lo han recreado y explorado de mil maneras diferentes. Pero acaso en ningún otro autor moderno aparezca con tanta fuerza y originalidad como en las novelas y los cuentos de Juan Carlos Onetti, una obra que, sin exagerar demasiado, podríamos decir está casi íntegramente concebida para mostrar la sutil y frondosa manera como, junto a la vida verdadera, los seres humanos hemos venido construyendo una vida paralela, de palabras e imágenes tan mentirosas como persuasivas, donde ir a refugiarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal como es.

A ese impulso con el que la imaginación se instala en la realidad y la ficción invade la vida obedece la invención por Brausen en La vida breve de Santa María, un territorio imaginario en el que Onetti ambientará sus relatos más significativos y una metáfora que va más allá del espacio personal y se plantea como una alegoría de la ruina y el fracaso de la realidad política de Uruguay y de América Latina.

Como en algunos de sus memorables ensayos sobre García Márquez, Flaubert o Tirant lo Blanc, un Vargas Llosa lúcido y brillante -pese a la discutible displicencia con que despacha injustamente Los adioses como si fuera una obra menor- hace un análisis certero y profundo de las claves vitales y narrativas de Onetti, con especial atención a esas dos cimas que se titulan La vida breve y El astillero, en las que la vida es una desgracia y la imaginación es una respuesta a la derrota cotidiana, el billete de ida del viajero que huye.

Y como en la obra de Onetti, también en el texto de Vargas Llosa la realidad y la ficción se cruzan en la bruma porteña o en la evocación del tumbado de los últimos años en la casa de la Avenida de América donde escribió Cuando ya no importe, su última novela, en la que emerge la memoria de un exiliado de su país y de la realidad.

Santos Domínguez