29/1/10

La casa que habitaste


Jorge de Arco.
La casa que habitaste.
Rialp. Colección Adonáis. Madrid, 2009.


Lenguaje de la culpa tituló su segundo libro Jorge de Arco (Madrid, 1969). Y desde el principio hasta el final su última entrega poética, que mereció el Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz en 2009, está sometida a ese círculo cerrado y opresivo de la culpa.

Organizada en tres partes, La casa que habitaste no es un conjunto disperso de poemas, sino un desagarrado poema amoroso articulado con una evidente coherencia temática y estilística y una notable unidad de tono.

No es esta la casa sosegada de San Juan, pero sí resuena aquí su oscura noche purgativa y la madrugada fría de las separaciones:

A veces la memoria es una casa
por habitar, un ámbito
oscuro, al que se accede
a través de un postigo que carece de llave

A esa casa de la memoria regresa el poeta para reencontrarse con las cenizas y las heridas, con unas brasas y una sed que persisten en la soledad y en el silencio frente a la escarcha y el humo de los otoños.

En intenso diálogo consigo misma, la voz poética que se proyecta en una segunda persona rememorativa o en una primera persona a veces reflexiva y a veces confesional, entre la puerta que se abre en el primer poema y se cierra en el último, entre el sueño y la vigilia, el pasado y el presente, recorre las estancias vacías para asomarse a la luz del amanecer:

Me asomo al ventanal de la memoria
y la lenta alborada me devuelve
el río ardiente de tus pies descalzos.

Entonces, el pasado, pareciera
no haberse ido,
no haber disuelto

la amante ceremonia del gozo en nuestros labios.

Pero ya sin remedio tus palabras golpean
los resquicios del alma,
y el eco de tu voz
se derrama en las sábanas del tiempo

desde el instante aquel en que dijiste
"Mi corazón ya late en otra casa".

Y ese vacío creciente se va llenando con palabras, con una constante capacidad de sugerir a través de las imágenes, pero con una extraordinaria contención verbal y emocional y con un ritmo sometido siempre a la creciente emoción del poema:

Aún nos queda un zumbel de pesadumbre,
una peonza pálida,
la seda de un ciprés,
el oro de los muertos,

las cenizas cautivas en las playas,

los trenes de marfil y sin destino,
las heridas abriéndose a la luz,
las sombras que tan lóbregas disuelven
los gélidos paisajes del adiós.

Esa casa vacía del abandono, no la casa encendida que vio Luis Rosales otra noche desde la calle Altamirano, sino la casa apagada del olvido, la habita finalmente el poeta con memorias y palabras que la salvan a ella de la ruina y a él de la desolación. Desde siempre, esa ha sido una de las misiones más altas de la poesía:

Nunca estuve en la casa que habitaste,
porque yo era esa casa, y tú, quizás,
la que no estuvo nunca.


Santos Domínguez