3/2/10

A la intemperie. Exilio y cultura en España


Jordi Gracia.
A la intemperie.
Exilio y cultura en España
.
Anagrama. Barcelona, 2010.

En Argumentos, su colección de ensayo, Anagrama publica A la intemperie. Exilio y cultura en España, un estudio de Jordi Gracia sobre los exiliados españoles tras la guerra civil y sus relaciones con la España del interior.

Su propósito lo explica Gracia en el Prólogo para una insatisfacción:

El origen de este libro no está en una reacción emocional, sino en una insatisfacción. Es concreta pero es más difusa de lo que me gustaría reconocer. Intenta vencer la ferocidad que transmite esa ruta de la derrota, e intenta explicarse desde ese punto la evolución de la derrota en el exilio sin separarla de su única alternativa: la derrota vivida en el interior.

Esa evolución fue desde la ilusión efímera de una tregua que forjaron quienes se quedaron en un exilio interior - nombres como Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre o Rafael Lapesa, que tuvieron que esgrimir coartadas para explicar su permanencia en la España franquista-, hasta la postura de quienes decidieron convertir el exilio en un destino asumido para siempre – Juan Ramón Jiménez, Salinas, José Gaos, Casals, Gaya o Buñuel- pasando por los que volvieron pronto, como Ortega, que representó para los exiliados la imagen de la deserción.

Y es que el exilio y la posguerra fueron un laboratorio ético que puso a prueba a los intelectuales de dentro y de fuera. El momento decisivo del exilio ocurre entre 1946 y 1948. A partir de entonces quedaría claro que el franquismo no iba a ser un paréntesis transitorio, sino un régimen duradero. Los exiliados asumen entonces su condición de exiliados y admiten la posibilidad de que la continuidad con la cultura española no la tenían en exclusiva los desterrados.

Fue una evolución convergente del mundo del exilio y de la España del interior, una evolución en la que se vieron implicadas varias generaciones de escritores: el novecentismo, el veintisiete, la primera generación de la posguerra y el grupo del medio siglo para ir tendiendo puentes que desde ambas orillas conectarían la cultura del exilio con la del interior.

A través del intercambio epistolar y de la publicación en editoriales españolas y en revistas como Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos o Papeles de Son Armadans, Ramón J. Sender, María Zambrano, Francisco Ayala, Max Aub, Rosa Chacel o Bergamín fueron restableciendo los nexos con la vida cultural del interior.

Tras el franquismo, no fue fácil la reincorporación de aquellos exiliados a la nueva España democrática. Su integración en esa democracia caníbal de la que habla Jordi Gracia en el último capítulo del libro tuvo la forma de una curiosidad anacrónica.

Por eso, Jordi Gracia hace en las últimas páginas de su ensayo una elegía de la invisibilidad social y cultural de los derrotados, reivindicados por la memoria histórica desde finales de los noventa en novelas como Soldados de Salamina, Los girasoles ciegos, La voz dormida o Enterrar a los muertos y películas como La lengua de las mariposas o El laberinto del fauno.

Suscitará más de una controversia por su benevolencia o su comprensión con las actitudes colaboracionistas de un buen número de intelectuales, pero este ensayo de Jordi Gracia tiene una virtud fundamental: completa un panorama del exilio y la posguerra desde una perspectiva inusual y por eso mismo enriquecedora.

Santos Domínguez