9/2/11

Años de vértigo


Philipp Blom.
Años de vértigo.
Traducción de Daniel Namjías.
Anagrama. Barcelona, 2010.

Cuando en el siglo XVIII Giambattista Vico definió los periodos históricos y culturales como ciclos sucesivos que obedecen a movimientos pendulares (del racionalismo al irracionalismo, del optimismo al pesimismo, de la prosa al verso) demostró su agudeza analítica y legó un inteligente instrumento crítico.

Lo que no pudo prever es la enorme aceleración de ese péndulo a partir de la segunda mitad del siglo XIX y sobre todo en el siglo XX, cuyos primeros años fueron testigos de una serie acelerada de transformaciones que cambiaron con rapidez la realidad histórica, social y cultural del mundo occidental. Y a ese movimiento vertiginoso alude Philipp Blom desde el título de su amplio, inteligente y ameno análisis de los primeros años del siglo XX.

Cultura y cambio en Occidente, 1900-1914,
es el subtítulo de estos Años de vértigo que publica Anagrama. Un magnífico ensayo en el que Philipp Blom analiza quince años cruciales en la configuración de la cultura y la sociedad contemporáneas. A cada uno de ellos dedica los quince capítulos de un libro que, como su anterior Encyclopédie, combina rigor histórico, lucidez crítica y amenidad expositiva.

Ese es probablemente uno de los rasgos que hacen especialmente recomendable este ensayo que cuenta con enorme destreza narrativa lo que fueron esos años a través de la evocación de detalles triviales de la vida cotidiana y la intrahistoria. Sirvan como ejemplo estos tres párrafos iniciales:

Están en el arcén de una carretera arbolada, en el campo. Son, en su mayoría, hombres y niños varones, desbordantes de expectación. Cae sobre ellos el calor del verano. Miran la carretera que se extiende ante ellos hasta donde alcanza la vista. Se empieza a oír un débil murmullo. Un coche aparece en la línea recta entre los árboles, diminuto y envuelto en una nube de polvo, y va aumentando de tamaño con cada segundo que pasa. El vehículo se precipita a toda velocidad hacia los espectadores, propulsado por un potente motor, ruge aún con más fuerza... Es un espectáculo de potencia concentrada.

Entre el público, un joven de dieciocho años prepara la cámara para tomar la foto que lleva tiempo deseando hacer. El bólido se acerca, rugiente, vibrante de energía. Ya casi está ahí. El fotógrafo adolescente mira atentamente por el objetivo. Puede ver con claridad al piloto y al copiloto detrás del imponente capó; ve el número seis pintado en el tanque de gasolina; siente la onda expansiva producida por el ruido y la potencia cuando la máquina pasa a su lado a toda velocidad. En ese preciso momento ha apretado el disparador. Luego, cuando se asiente la polvareda, tendrá que esperar para ver cómo saldrá la foto.

Cuando ve la fotografía tomada ese veintiséis de junio de 1912 en el Grand Prix francés, el fotógrafo se decepciona. Del coche número seis sólo se ve la mitad, y el fondo ha salido borroso y extrañamente dilatado. El joven la descarta. Se llama Jacques-Henri Lartigue. La imagen que él considera un fracaso se expondrá cuarenta años después y lo hará famoso; será la prueba de toda la energía y la velocidad que tanta importancia tuvieron en los años que van desde el comienzo del nuevo siglo hasta el otoño de 1914.

En o alrededor de 1910, la naturaleza humana cambió, afirmaba Virginia Woolf en una conferencia sobre literatura. Quizá la realidad no fuera tan exacta como sostenía la autora de Las olas, que situaba el cambio en un mes concreto, el de diciembre, pero fueron quince años críticos que cambiaron el mapa del mundo, los valores sociales, el papel de la mujer, la maquinaria, la ciencia, el arte, la literatura y la música.

Pocas veces se acumulan en tan escaso tiempo tantas novedades y tantas aportaciones al pensamiento contemporáneo: el feminismo y Freud, Picasso y la teoría de la relatividad, los rayos X y Marinetti, Joyce y la crisis del lenguaje artístico, el genocidio colonialista del Congo y la angustia del patriarcado machista.

La velocidad de los automóviles, los primeros aviones, las cámaras fotográficas, el cine, las multitudes futuristas se suceden en este ensayo de ritmo rápido que refleja una acumulación de novedades y contradicciones, de incertidumbres y avances que contenían el germen del peligro.

Esa época problemática se inició con la Exposición Universal de París y con la muerte de la reina Victoria de Inglaterra, que había reinado durante 64 años, y desembocó en la Gran Guerra, con la que acabó definitivamente el mundo decimonónico, supuso el fin de una época, pero es analizada con rigor y contada con su destreza habitual por Philipp Blom, que destaca su potencia germinal y consigue acercar aquel mundo al nuestro a través de evidentes paralelismos, porque la historia sólo adquiere sentido desde la mirada del presente, desde la incertidumbre compartida con este comienzo del siglo XXI.

Apartados como La dinamo y la Virgen, Su Majestad y el señor Morel, Señoras de armas tomar, El culto de la máquina rápida o El crimen de Wagner enganchan desde el título, como su evocación del tráfago en las calles de París o de la Viena de Freud y Hofmannsthal, del domingo sangriento en la Rusia zarista, de las manifestaciones de las sufragistas y las prácticas naturistas de la juventud, de las carreras y de la locura y las gamberradas de los apaches en las noches parisienses.

Sus casi setecientas páginas hablan con agilidad sobre el dinamismo artístico y sobre el vértigo de la vida urbana. Y se leen con facilidad y con sostenido interés, como los quince capítulos, uno por año, de la novela con la que se abrió el siglo XX.

Santos Domínguez