31/3/12

Nietzsche


Michel Onfray. Maximilien Le Roy.
Nietzsche.
Traducción de Elena Martínez.
Sexto Piso Ilustrado. Madrid, 2012.


En La inocencia del devenir, su más discutida que discutible biografía de Nietzsche, Michel Onfray explicaba que su objetivo era contar en imágenes una vida filosófica.

Aquella biografía tenía pues algo de guión, de storyboard sobre la vida del filósofo a través de una serie de escenas intensas que abarcaban los momentos más significativos de su existencia entre 1844 y 1900.

En 2010, el ilustrador Maximilien Le Roy convirtió esa biografía de Nietzsche en una espléndida novela gráfica que conecta vida, escritura e imagen para confirmar -como señalaba Onfray- que una vida filosófica es una vida en la cual la teoría y la práctica, el pensamiento y la acción, el verbo y el comportamiento, el discurso y la existencia, los libros y los compromisos no son distintos, sino que están correlacionados, ligados de manera consecuente. En esta configuración, el texto sostiene el gesto y el gesto genera el texto en perpetuo ir y venir.

Articulado como un flashback, Nietzsche enhebra vertiginosamente las sucesivas secuencias cronológicas que marcaron la vida y el pensamiento del filósofo.

Con colores encendidos o fríos, en el tono sepia del recuerdo, en el rojo del pensamiento apasionado o en el morado del hombre atormentado que creó el modelo moral del superhombre entre la lucidez y la locura, se suceden en las páginas de este volumen tiempos y lugares, reflexiones y pesadillas, Schopenhauer y Wagner, Lou Andreas Salomé y Elisabeth Nietzsche, la libertad y la fatalidad, para resumir la evolución intelectual de uno de los padres del pensamiento contemporáneo que sabía que la vida filosófica resumía el talento del pensamiento antiguo y que el cristianismo es una enfermedad mental destructiva que invita a un suicidio lento.

El eterno retorno y Zaratustra, Basilea y Leipzig, Venecia y Niza en un camino que cerró un irreversible acceso de locura en Turín. También en eso Nietzsche fue un profeta, un adelantado de la modernidad.

Ahora acaba de aparecer en español en un espectacular volumen editado por Sexto Piso, traducido por Elena Martínez.

Santos Domínguez

30/3/12

Nikolái Gumiliov. El tranvía extraviado


Nikolái Gumiliov.
El tranvía extraviado.
Edición de José Mateo
y Xènia Dyakonova.
Linteo. Orense, 2012.

Pocos meses después de la aparición de El diablo listo en Reino de Cordelia, aparece en Linteo El tranvía extraviado, otra antología de Nikolái Gumiliov (1886-1921).

Seleccionada, traducida y prologada por José Mateo y Xènia Dyakonova, es un espléndido recorrido por la obra de un poeta que fundó el movimiento acmeísta y formó parte del círculo poético de Anna Ajmátova -de quien fue efímero marido- y de Ósip Mandelshtam.

Menos conocido en el ámbito hispánico que ellos o que otros poetas de la edad de plata de la poesía rusa como Maiakovski, Pasternak o Marina Tsvetáieva, su poesía, heredera de las actitudes románticas, anclada a menudo en una actitud adolescente y proyectada en una constante voluntad de huida hacia lugares lejanos, fue prohibida por el régimen soviético tras su fusilamiento en 1921.

La superación del simbolismo y sus nieblas impresionistas, junto con la recuperación de referentes clásicos y de las propuestas parnasianas, caracteriza la poesía acmeísta y la obra de un poeta como Gumiliov, que halló en los viajes y en lugares como Egipto, Sudán, Somalia o Abisinia una fuente fundamental de inspiración poética y la raíz de la potencia plástica y sensorial de sus imágenes, como la de La jirafa, un poema de 1908 que podría haber firmado entre nosotros Rubén Darío:

Conozco los cuentos alegres de extraños países,
del joven guerrero y la chica, de amor y de furia…
pero con el tiempo te has hecho a una densa calígine:
no es fácil que creas en nada, si no es en la lluvia.

Y ¿cómo podría contarte un jardín tropical,
la palma sutil, el olor de una flor nunca vista?
No llores, escucha... muy lejos, a orillas del Chad,
hay una jirafa de gracia exquisita.

Esa voluntad evasiva atraviesa la poesía de Gumiliov durante toda su evolución (hay un relincho de caballos fieros,/y el alma, la más triste de los encarcelados,/así, ligera y libre, eleva el vuelo).

La antología toma su título -El tranvía extraviado- de un poema que escribió en 1921, el mismo año de su muerte, y al que pertenecen estas estrofas:

Tarde: hemos pasado hasta la última almena,
todo un palmeral se perdió a nuestro lado,
y a través del Neva, del Nilo y del Sena
por tres puentes nuestras ruedas han chirriado.

Surgió en la ventana, por sólo un momento,
mirando hacia dentro con un gesto huraño
un viejo mendigo —si no me lo invento—
aquel que murió en Beirut el pasado año.

¿En dónde me encuentro? Afligido, angustiado,
el corazón dice latiendo a raudales:
«Ves la estación donde se vende al contado
el billete a las Indias Espirituales».

Esta panorámica retrospectiva, que organiza los poemas en tres secciones y con un orden cronológico inverso a partir de su último libro, Columna de fuego, deberá contribuir a consolidar su nombre como uno de los referentes de la poesía rusa del siglo XX.

Santos Domínguez

28/3/12

En huelga

Todo Sherlock Holmes


Arthur Conan Doyle.
Todo Sherlock Holmes.
Edición y prólogo de Jesús Urceloy.
Bibliotheca AVREA Cátedra. Madrid, 2012.

La historia de la literatura traza a veces relaciones secretas y azarosas entre los textos, sus autores y los personajes que imaginaron alguna vez de forma esporádica o persistente.

Es evidente la afinidad de la pareja Don Quijote-Sancho y Holmes-Watson, personajes persistentes en la imaginación de Cervantes y de Conan Doyle. Pero más allá de esa relación evidente y de otras afinidades que los convierten en seres complementarios, hay entre ellos un vínculo que los une caprichosamente en el territorio de lo apócrifo.

Igual que don Quijote nunca pronuncia ese “ladran, luego cabalgamos” que la ignorancia iletrada le atribuye, Holmes nunca le dice a su ayudante esa manida frase “Elemental, querido Watson”. Tan llena de suficiencia como falsa, la crearon los guionistas que adaptaron al cine algunos de los relatos más famosos del inquilino del 221 B de Baker Street.

Pero es lo que pasa con los clásicos, que están en boca de quien no los leen y llegan a imaginarse a Hamlet diciendo ese Ser o no ser que nunca declama ante la calavera de Yorick.

Para que no todo sean inconvenientes, los clásicos tienen la virtud de seguir vivos, cumpliendo años sin daño y con un vigor que en el caso de Sherlock Holmes alimenta el inconsciente colectivo más allá de la literatura.

Por eso, porque Holmes cumple 125 años desde aquel 1887 en que se publicó Estudio en escarlata, Cátedra recupera la imprescindible edición de todas las aventuras del detective que ha quedado como símbolo de la capacidad deductiva y de la lógica de la observación de los detalles.

Jesús Urceloy explicaba en el prólogo de 2003 la particularidad de esta edición:

“Se trata de la exposición íntegra en un solo libro de todas las aventuras de Sherlock Holmes, y al mismo tiempo ordenadas éstas según la edad del protagonista.”

Entre Estudio en escarlata y El último saludo, sesenta historias -cuatro novelas y cincuenta y seis relatos- que permiten comprobar la inteligencia implacable y el ingenio del detective creado por Conan Doyle.

Detective y caballero llama a Holmes el magnífico microensayo anónimo que incluye siempre en sus solapas esta espléndida colección. Se leen allí observaciones como esta:

Si don Quijote tuvo su narrador —algún tanto oscurecido por obra de intérpretes y traductores—, también Sherlock Holmes tuvo el suyo, y tanto el doctor Watson como Mycroft y el propio Holmes se mostraron casi siempre por encima de las posibilidades de sir Arthur. En ambos casos hubo crítica interna. Desde el momento en que don Quijote se supo en letras de imprenta, se vio «pensativo» e inquieto, imaginando cómo lo habría tratado su historiador, y ya desde el principio lamentó que el autor se valiera «de novelas y cuentos ajenos, habiendo tanto que escribir» de los suyos (II,3). También Holmes vapuleó con cierta displicencia a su cronista, que tan orgulloso se sentía del "Estudio en escarlata":

«—Lo miré por encima —dijo [Holmes]—. Sinceramente, no puedo felicitarle por ello. La investigación es, o debería ser, una ciencia exacta, y se la debe tratar del mismo modo… Algunos hechos hay que suprimirlos o, al menos, hay que mantener cierto sentido de la proporción al tratarlos. El único aspecto del caso que merecía ser mencionado era el curioso razonamiento analítico, de los efectos a las causas, que me permitió desentrañarlo» (SC, 1)

El volumen añade seis apéndices: la relación completa de las aventuras de Sherlock Holmes y de todos los casos conocidos, tanto narrados como citados y no narrados en detalle; comentarios notas finales y curiosidades sobre los textos narrados; una addenda con tres poemas semiapócrifos; un epílogo con dos textos preliminares; y un índice alfabético descriptivo de los personajes que aparecen en las distintas historias.

Santos Domínguez

27/3/12

Dickens. La Casa lúgubre


Charles Dickens.
La Casa lúgubre.
Traducción de Alberto Reyes.
Debolsillo. Barcelona, 2012.

Habitualmente traducida al español como Casa desolada, Bleak House es para la crítica contemporánea la mejor novela de Dickens, su empresa más compleja y memorable, como indicó Harold Bloom cuando la destacó como una novela imprescindible en El canon occidental.

La espléndida traducción de Alberto Reyes que acaba de publicar Debolsillo se ha titulado –a última hora, con la portada ya diseñada-, seguramente por algún problema de derechos, La Casa lúgubre, y va precedida de un agudo prólogo de Chesterton, que hace un profundo análisis de su trama, sus ambientes y sus personajes.

No es el único novelista que se ha acercado a esta obra de Dickens. Nabokov le dedicó un estupendo ensayo que forma parte de su Curso de Literatura Europea en el que exploró la red de relaciones que conecta los temas y los personajes de la novela.

Y sin embargo, La Casa lúgubre, que Dickens publicó en veinte entregas de 1852 a 1853, no tuvo una buena acogida entre sus contemporáneos, seguramente porque utilizaba unos planteamientos técnicos avanzados para su época, porque –como señaló W. J. Harvey- su doble sistema de narradores proponía “un elaborado experimento de narración y de composición argumental, único en Dickens.”

Si fue la peor valorada en su momento quizá fuese también por su complejidad argumental y por un radical cambio de tono narrativo. Porque esta es su obra central, pero también la más sombría de sus novelas desde su arranque en un noviembre lluvioso en el que la niebla, el barro y el humo se adueñan del panorama de un Londres fantasmagórico.

Ese comienzo memorable y simbólico marca el mundo narrativo de la novela, centrada en el mundo de los tribunales de justicia. Marcada por una niebla que no levanta en toda la obra y que acaba por invadir los espacios interiores, La Casa lúgubre es una sátira de la burocracia que contiene una trama policiaca.

Dickens es aquí un maestro del claroscuro que se mueve entre el humor y la denuncia y abandona la narración en sarta que había caracterizado sus anteriores entregas para utilizar una estructura cíclica.

No es la única novedad: además prescinde de personajes errantes o erráticos y asume Londres como eje ambiental de una concentrada unidad de lugar y un eje temático de referencia: el prolongado pleito en torno al que se organizan las tramas y los personajes.

Pero La Casa lúgubre es mucho más que un mero recorrido por el mundo de los niños pobres, de la Cancillería y de la maraña detectivesca y judicial que la envuelve como la niebla. Un Dickens poderoso, en su plenitud estilística y en su obra más intensa, crea aquí uno de sus personajes más acabados: Esther Summerson, cuya rememoración del porvenir la conecta con Kierkegaard y la convierte en un personaje prekafkiano.

No es el único personaje consistente y perdurable de los muchos que recorren esta obra maestra: el abogado Tulkinhorn, Harold Skimpole, Mr. Bouythorn, el detective Bucket o John Jarndyce completan una obra en la que el lector encontrará una representación global del mundo y de la vida.

En sus páginas hay intriga y enredos, personajes despreciables y criaturas deslumbrantes, acciones ruines y admirables, altura literaria y ritmo narrativo. De todo menos tedio.

Santos Domínguez

26/3/12

Jacques el fatalista


Denis Diderot.
Jacques el fatalista.
Traducción de
María Fortunata Prieto Barral.
BackList Clásicos. Barcelona, 2012.

¿CÓMO se habían encontrado? Por casualidad, como todo el mundo. ¿Cómo se llamaban? ¿Qué os importa eso? ¿De dónde venían? Del lugar más cercano. ¿Adónde iban? ¿Acaso sabe nadie dónde va? ¿Qué decían? El amo no decía nada; y Jacques decía que su capitán decía que todo cuanto nos acontece de bueno y malo aquí abajo está escrito allá arriba, en el cielo.

AMO
Mucho decir es eso...

JACQUES
Mi capitán añadía aun que cada bala disparada de un fusil sale con su billete de destino.
AMO
¡Y cuánta razón tenía!

Con esa declaración de principios que explica la clave del título comienza Jacques el fatalista, una de las más deslumbrantes piezas de ficción jamás escritas, en palabras de Félix de Azúa que define esta novela como el artificio más moderno del siglo XVIII y ve en su protagonista un precedente del agrimensor kafkiano.

Diderot trabajó en ella durante veinte años, pero no se publicó hasta 1796, doce años después de su muerte.

Satírica y filosófica, delirante y transgresora, de estructura compleja y trama divertida, Jacques el fatalista, heredera de la ironía de Cervantes y del buen humor de Sterne, es un soplo de libertad en el reglado y racional siglo de las luces.

Desde su comienzo es una provocación, una ruptura con las convenciones del género, con la noción misma de realidad, pero también una afirmación de la libertad que caracteriza a la novela moderna desde su fundación.

La ambigüedad de lo real que estaba en la base del Quijote es también fundamental en Jacques el fatalista. Porque hasta lo único que parecía claro desde el principio, quién era el amo y quién el criado, se convierte en algo dudoso pocas páginas después.

La relación de dependencia entre el amo y Jacques sugiere una inversión de papeles semejante a la que se produce en la segunda parte del Quijote entre el caballero y Sancho también por efecto del valor dialéctico de la conversación.

Una influencia evidente que se completa con la relación episódica, constructiva y tonal con el Tristram Shandy de Sterne.

Crítica del relato, celebración de la ironía, la paradoja y la imaginación, esta novela itinerante y conversacional crea su propia realidad a través de cinco narradores y de una reunión de historias y de personajes extravagantes en una estructura de cajas chinas con la que unos relatos se encajan en otros mediante un sabio uso del diálogo.

Una conversación en voz alta y una explosión de impertinente libertad escribía Milan Kundera de esta novela que definía como un festín de la inteligencia, el humor y la fantasía /.../ sin el que la historia de la novela estaría incompleta.

BackList la ha recuperado en una espléndida traducción de María Fortunata Prieto con una sabia presentación de Barbara K. Toumarkine.

Santos Domínguez

25/3/12

Europa al borde del abismo


Economistas aterrados.
Europa al borde del abismo.
Barataria. Barcelona, 2012.


Aunque hay quien prefiere seguir creyendo que la crisis mundial que comenzó en 2008 se debió a los derroches del último gobierno de Zapatero, todo parece indicar que, en realidad, la causa fue la acción conjunta de un grupo de banqueros, políticos y burócratas que se aprovecharon de la desregulación neoliberal de los mercados financieros internacionales para crear extraños y casi incomprensibles productos financieros con el único objetivo de acumular lucros escandalosos.

Que los países que más están sufriendo las consecuencias de esta crisis tengan hoy como ministros de economía o presidentes de gobierno a algunos de estos genios que desde sus altas poltronas de burócratas o banqueros obtuvieron ganancias pasmosas y no supieron prever la recesión que se avecinaba, va más allá de la ironía y el sarcasmo. Porque quienes crearon el problema con su avaricia y mostraron su incompetencia, hoy nos dicen que conocen la solución para el problema: austeridad. Pero, eso sí, antes recomendaron a los estados conceder ayudas cuantiosas a los bancos con deudas, que mágicamente se transformaron de privadas en públicas. Y de esta manera los estados, tras salvar a los ricos, son ya incapaces de atender a los pobres. Por eso necesitamos austeridad en forma de recortes. Si es fácil de entender.

Conforta saber que otros economistas, como los autores de este libro que acaba de publicar en España Barataria, que ya editó antes su manifiesto fundacional, proclaman no estar de acuerdo ni con el diagnóstico ni mucho menos con la terapia. Y que les sorprende que países más endeudados que Grecia y Portugal puedan financiar sus deudas a tipos de interés de auténtico saldo, mientras los antes citados, más Irlanda, Italia y España, son puestos al borde del abismo por una Unión Europea indolente, cerril y encorsetada por normas internas que impiden acudir al rescate de países en problemas. Una Europa que además, con sus propuestas de austeridad condena a nuestro continente a una recesión prolongada, y con sus recortes amenaza un modelo social que ha permitido vivir en paz a tres generaciones de europeos.

También anima la lectura del capítulo dedicado a Islandia, país cuyo gobierno preparaba el rescate de sus bancos (peligrosamente endeudados tras años volcados en la especulación financiera) con dinero público, cuando una serie de manifestaciones (en las que participó una quinta parte de los islandeses) seguidas de un referéndum, consiguieron algo tan sorprendente como obvio: obligar al gobierno a proclamar que las deudas privadas de estos bancos debían ser pagadas por sus propietarios y no por el estado.

Aunque deprimente, es también obligatoria la lectura del capítulo dedicado a nuestro país (España, doce años de ceguera) en el que se analiza en veinte magníficas páginas nuestro modelo económico, al que se califica de insostenible por estar basado en una burbuja inmobiliaria hinchada con dinero procedente del extranjero, y que sirvió para acabar con el paro a base de crear empleos de baja cualificación. Mientras gastábamos nuestro dinero (y el que nos prestaban) en comprar casas y destrozar lo que quedaba de nuestro litoral mientras la productividad del país bajaba de modo incesante, desatendíamos aspectos tan importantes como la formación y la investigación.

Hoy un panorama de casas vacías, parados sin formación y deudas impagables, ensombrece nuestro futuro. Y quienes nos gobiernan sólo nos ofrecen recortes y paro, porque aunque hasta el país más pobre y desgraciado puede recurrir a su Banco Central para que alivie sus deudas, nosotros, a causa del privilegio que supone estar bajo el control del Banco Central Europeo y protegidos por la fortaleza del euro y el virtuosismo del gobierno alemán, estamos a los pies de los mercados. Si es fácil de entender.


Jesús Tapia

24/3/12

Camba. Playas, ciudades y montañas


Julio Camba.
Playas, ciudades y montañas.
Prólogo de Francisco Fuster.
Reino de Cordelia. Madrid, 2012.

Para conmemorar el cincuentenario de la muerte de Julio Camba, uno de los mejores prosistas de la primera mitad del siglo XX, Reino de Cordelia recupera Playas, ciudades y montañas, un libro de juventud que apareció en 1916 y recoge artículos de 1907 y 1908 sobre las experiencias de Camba en tres escenarios muy distintos –Galicia, Francia y Suiza.

Recorridos por la misma mirada personal del autor y por una prosa que une la agilidad y la precisión del periodismo a una alta calidad estilística, los textos de Playas, ciudades y montañas muestran a un Camba que está entrando en la madurez literaria y que se revela ya dueño de un mundo propio en el que caben la seriedad y el humor, el campo y la ciudad, el pasado y el presente, la provocación y la crítica, la reflexión y el ingenio.

Playas, ciudades y montañas, que no se publicaba en un volumen exento desde 1934, refleja ya de manera completa el universo de aquel coleccionista de viajes que fue Camba, de aquel articulista profesional en la prensa diaria obligado a la urgencia y a la síntesis, lo que le daba oficio y sustento, pero limitaba la extensión de su escritura –una superficie literaria de 150 centímetros cuadrados- y su capacidad para disfrutar del mundo:

El articulista –había escrito Camba- no puede gozar de nada, porque todo, en su organismo, se vuelve literatura, así como esos enfermos que no gozan de ninguna comida porque todas ellas se les convierten en azúcar. Esos enfermos son fábricas de azúcar, y nosotros somos fábricas de artículos.

Está en estos textos, escritos antes de la Primera Guerra Mundial, el mejor Camba, el que funde en la calidad de su prosa irónica y novecentista la neurastenia y la literatura, el bucolismo y el agua bicarbonatada, Constantinopla y la provincia de Pontevedra, Virgilio y las carreteras, la lírica cabeza del mirlo con la libertad de pensamiento y el arte de tirar bolitas de pan con la diligencia de Cambados.

Desde la isla de Arosa hasta Ginebra pasando por Compostela o el Barrio Latino de París, un Camba agudo y humorístico, irónico y cáustico mira la realidad con distancia crítica y emocional, con una perspectiva semejante a la que quería aquel Don Estrafalario de su paisano Valle-Inclán.

Una perspectiva que es la del extranjero extrañado, no la del turista, una de las bestias negras de Camba:

El inglés es turista por naturaleza. Yo he conocido en París ingleses que llevaban allí doce años y que seguían de turistas, hablando inglés, llamando la atención y haciendo el primo como si acabaran de llegar.

Un escritor todoterreno titula Francisco Fuster el prólogo que introduce esta cuidada reedición de Playas, ciudades y montañas, un escritor todoterreno -concluye el prologuista- que supo dominar como nadie el difícil arte de la brevedad, conciliando mar y montaña de la única forma que podía hacerse: en el espacio justo de una cuartilla.

Santos Domínguez

23/3/12

Espacios en fuga


Alejandro Oliveros.
Espacios en fuga.
(Poesía reunida 1974-2010).
Edición de Antonio López Ortega.
Pre-Textos. Valencia, 2012.

En su último libro publicado hasta ahora, Poemas del cuerpo (2005), incluía Alejandro Oliveros (Valencia, Venezuela, 1948) este texto que delimita su concepto de la poesía, el último sentido de su mundo poético:

Sobre la poesía

Siempre he creído que la poesía
es un don mezquino. No hay mayores razones
para sentirse orgulloso. No se trata
de los estigmas de San Francisco,
esa prueba irrefutable de la condición
de elegidos. Deberíamos ser humildes
pero nuestro castigo es la vanidad.

Una vez escribí que nuestro oficio
era sólo aproximativo y nunca alcanzaríamos
la fijeza de las estrellas. Quería decir,
me parece, que no llegamos a lo que sentimos.
Lo que sentimos es un círculo y el poema
es otro, más pequeño y hambriento.
La distancia entre ellos es el naufragio.

Treinta años más tarde, sigo pensando
que no es la poesía el mayor de los dones.
Pero, después de tantas líneas y borrones,
y las resmas de papel que han alimentado
mis cestos de basura, puedo decir
que ha servido para registrar las noches
y los días, Constanza y mi paisaje. No más.

Coetáneo del malogrado José Barroeta y posterior a la brillante generación de poetas a la que pertenecen Rafael Cadenas y Eugenio Montejo, Oliveros es una isla en el mapa de la poesía venezolana actual.

Lo destaca Antonio López Ortega en el prólogo -Fragmentos de un discurso terrenal- a la edición que ha preparado de la poesía reunida de Alejandro Oliveros. Un prólogo que sitúa su obra poética en un contexto que resalta la excepcionalidad de su voz, tanto por la tendencia a la narratividad como por la asimilación explícita de una serie de influencias literarias –de la poesía clásica grecolatina de Tristia o Magna Grecia a la anglosajona de El sonido de la casa- inusuales en una tradición poética venezolana que bebió fundamentalmente en fuentes francesas.

Oliveros es en ese sentido un raro ajeno al canon, una voz personal que construye un mundo propio con el potente paisaje vegetal de Venezuela, con la ciudad evocada –Valencia- o vivida –Nueva York-, con la noche y la sonoridad del lenguaje poético, con el homenaje a los escritores que han marcado su escritura y con el paso del tiempo.

Porque la mirada de Oliveros no se queda en el paisaje ni en el acontecimiento, sino en su rastro, en la huella que dejan. Por eso, en su poesía, de profunda raíz elegiaca, los espacios –íntimos o públicos- contienen siempre una alusión al tiempo en que se contemplan o se evocan.

Eliot y Tibulo, Pound y Ausonio, H.D. y Virgilio, Esquilo y Robert Lowell, Ovidio y John Donne conviven y reviven en los textos de Espacios en fuga, el título que reúne toda la obra poética de Alejandro Oliveros escrita o publicada entre 1974 y 2010.

Dejo aquí un ejemplo, el poema Ars, que abría El sonido de la casa, un libro que está a punto de cumplir treinta años:

Con los mismos pronombres y adjetivos,
todos los poemas deben estar escritos
en alguna parte. Tal vez nuestra derrota
sea lo puramente aproximativo, la cercanía
máxima del ave a la rareza de los cuerpos fijos.

A menos que el círculo cuadre y se encierre
en el techo convexo de su doble, que la palabra
resista y se reconozca en el horizonte.
Reconocer los confines del canto, su extensión,
no frente a la muerte en la rama del árbol
sino ante el mismo centro que nos evade.

Esta edición de Espacios en fuga, revisada y autorizada por el autor, incorpora dos secciones, una de poemas dispersos y otra de textos inéditos. Desde Espacios hasta Poemas del cuerpo, pasando por dos libros centrales como Tristia y Magna Grecia, esta edición en Pre-Textos de la poesía de Oliveros, poco conocida en España, debería consolidar y difundir una obra de enorme calidad y de inusual fuerza expresiva.

Santos Domínguez

22/3/12

El XIX en el XXI


Christopher Domínguez Michael.
El XIX en el XXI.
Universidad del Claustro de Sor Juana.
Sexto Piso. México, 2010.


El XIX en el XXI recopila treinta y cinco artículos de Christopher Domínguez Michael sobre algunos de los autores esenciales del ochocientos.

Escritos y publicados a lo largo de veinte años, el volumen que edita Sexto Piso los organiza en cuatro apartados cronológicos (Románticos, Reformadores, Decadentes y Casi contemporáneos) que en conjunto constituyen una mirada a la persistencia de lo decimonónico en la actualidad: desde autores representativos del pensamiento reaccionario como De Maistre o Chateaubriand hasta casi contemporáneos como Poe, pasando por Balzac y Chejov, por Sainte-Beuve y Dostoievski, o por Tolstói y Galdós.

Algunos de los artículos de este volumen aparecieron ya hace casi veinte años en el libro La utopía de la hospitalidad o fueron publicados originariamente en Letras Libres o en el suplemento de Reforma, como reseñas o notas de lectura, de manera que a veces son críticas directas de una obra como las Memorias de Ultratumba –“un vasto epígrafe” escrito desde la otra orilla- a propósito de una nueva traducción al español, pero en muchas otras el acercamiento al autor es indirecto.

Y así se habla de Víctor Hugo desde el ensayo que le dedicó Vargas Llosa; a Galdós se accede a través de la biografía de Ortiz Armengol; a Chejov, a partir de la biografía que escribió Irene Nemirovsky; a Rilke, desde la edición en Losada de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge; a Henry James, a través de dos novelistas -Tóibin y Lodge- que lo convirtieron en protagonista de sendas obras; o en relación con Poe se analiza su acogida crítica más que su mundo literario.

En todo caso, y pese a su indisimulado carácter circunstancial, estas páginas contienen abundantes iluminaciones, aunque su luz sea indirecta, y constituyen en conjunto un buen mapa para orientarse en la literatura del XIX.

No faltan aquí momentos brillantes como este, a propósito de De Quincey y su Memoria de los poetas de los lagos:

La adolorida delicadeza con la que Thomas de Quincey analizó sus sueños, sus alucinaciones y sus experiencias, dejan en el misterio si su vida entre los poetas de los lagos formó parte o no de ese infierno de donde Carlyle lo creyó fugado, como una chispa que salta del fuego.

Santos Domínguez

21/3/12

Schwob. La cruzada de los niños


Marcel Schwob.
La cruzada de los niños.
Traducción de Luis Alberto de Cuenca.
Ilustraciones de Jean-Gabriel Daragnès.
Reino de Cordelia. Madrid, 2012.

Por aquel tiempo niños sin rector y sin guía alguno acudieron corriendo con ávidos pasos desde villas y ciudades de todas las regiones hasta lugares transmarinos, y cuando se les preguntaba que hacia dónde se dirigían con tanta prisa, respondían: hacia Jerusalén, a buscar Tierra Santa... No sabían hasta dónde tenían que llegar. Pero la mayor parte volvió, y cuando se les preguntaba por el motivo de su viaje, respondían que no lo sabían. También por aquel mismo tiempo mujeres desnudas que no hablaban corrieron por villas y ciudades...

Con esa cita de los Anales de Alberto Estadense se abre La cruzada de los niños, uno de los libros más intensos y conmovedores de la historia de la literatura contemporánea. José María Anguita Jaén la localizó, porque Schwob no declaró la fuente latina que ofrezco en la traducción de Francisco García Jurado de esa "cita inquietante" (Marcel Schwob, antiguos imaginarios).

Marcel Schwob compuso La cruzada de los niños, una de esas obras milagrosas que un autor excepcional escribe en un estado de gracia irrepetible, con un envidiable temple poético y una altura verbal y emocional que hacen que probablemente este breve texto, un poco anterior a sus Vidas imaginarias, sea la cima de Schwob, lo que es tanto como hablar de una altura literaria casi inaccesible.

Ahora se cumplen ochocientos años justos del episodio que inspiró esta obra: la cruzada que iniciaron, en 1212, 30.000 niños alemanes y franceses para conquistar Jerusalén. En un estado intermedio entre la alucinación y la histeria, entre el fanatismo y la manipulación irresponsable de quienes los azuzaron, aquellas desorientadas masas infantiles sin guía ni orden, aquellos pueri sine rectore probablemente desconocían que debían atravesar el mar.

No se sabe hasta dónde llegaron en aquella peregrinación ingenua y visionaria hacia la catástrofe. Muchos murieron, otros acabaron en manos de traficantes norteafricanos de esclavos, que los vendieron en mercados de Alejandría.

Como en el resto de su obra, Marcel Schwob presenta el mundo con una mezcla de terror y piedad, las dos pasiones extremas que debía equilibrar el alma humana. Se trata, una vez más, como dijo a propósito de su Corazón doble, de llevar, por los caminos del corazón y de la historia, del terror a la piedad.

Schwob sumó al potente patetismo de aquellos hechos terribles la fuerza añadida de una larga obsesión que le permitió coronar, con lenguaje de alto voltaje poético, un retablo de ocho cuerpos con ocho breves monólogos cuya técnica aprendió en Browning y con los que presenta aquel itinerario disparatado desde distintas perspectivas: el goliardo, el leproso, dos Papas, tres niños, un clérigo...

Escribió Borges en un prólogo memorable a esta obra memorable:

A fines del siglo XIX, Marcel Schwob -creador, actor y espectador de este sueño- trata de volver a soñar lo que había soñado hace muchos siglos, en soledades africanas y asiáticas: la historia de los niños que anhelaron rescatar el sepulcro. No ensayó, estoy seguro, la ansiosa arqueología de Flaubert; prefirió saturarse de viejas páginas de Jacques de Vitry o de Ernoul y entregarse después a los ejercicios de imaginar y de elegir. Soñó así ser el papa, ser el goliardo, ser los tres niños, ser el clérigo.

Reino de Cordelia
acaba de reeditar La Cruzada de los niños con una espléndida traducción de Luis Alberto de Cuenca y con las bellísimas ilustraciones a dos tintas de Jean-Gabriel Daragnès, unos grabados que tienen la consistencia de las esculturas románicas de madera o de piedra.

O las de las pequeñas osamentas blancas devueltas por el mar, tendidas en la noche, con las que se cierra el último monólogo.

Santos Domínguez

20/3/12

Bloom. Novelas y novelistas


Harold Bloom.
Novelas y novelistas.
El canon de la novela.
Traducción de Eduardo Berti
Páginas de Espuma. Madrid, 2012.

Novelas y novelistas, que forma parte de un proyecto más amplio en seis volúmenes de los que Páginas de Espuma ha publicado ya los dedicados al cuento y al ensayo, propone un canon desequilibrado, amplio y discutible, elaborado también por la mano sabia y caprichosa de Harold Bloom.

Discutible no sólo por los narradores elegidos, sino por la elección de sus títulos canónicos. Unas cien novelas y cincuenta y seis novelistas, casi todos de lengua inglesa, con algunos inevitables autores franceses o algún ruso del XIX, no sirven para evitar el excesivo sabor local de este panorama, algo que en principio contradice por su alcance limitado la misma esencia del canon.

Porque llama mucho la atención que a Cervantes Bloom le reconozca un papel central en la configuración de la novela y apenas le dedique página y media de ejercicio comparatista con Shakespeare –brillante, eso sí, como en el mejor Bloom-, mientras que se extiende en la obra de nombres decididamente menores como Kate Chopin o Upton Sinclair.

He dado esos dos nombres prescindibles para cualquier lector que no sea Bloom, pero podría haber dado catorce o quince más, hasta completar la tercera parte más discutible y arbitraria de la nómina.

En todo caso, es la propuesta personal de un lector menos dogmático y seguro de lo que aparenta. Porque Bloom es un lector sabio y magistral, pródigo en iluminaciones y en arbitrariedades, y es habitual que en sus ensayos nos conduzca a espacios luminosos o a callejones sin salida, a laberintos absurdos o a bosques numerosos.

Al ojear el superpoblado índice de este volumen choca en principio que sus casi novecientas páginas dejen fuera el Ulises de Joyce, el ciclo del tiempo perdido de Proust o Moby Dick. Para tranquilidad del lector, en el prólogo ya se le avisa de que esos textos se estudian en otro de los tomos de la serie, el dedicado a la épica. Aunque no se le menciona, supongo que es ese también el caso de Thomas Mann y La montaña mágica.

Y aunque es probable que la tercera parte de estos nombres sobren, la mayoría son imprescindibles en cualquier recorrido por la novela: desde Defoe y Swift, padres de la novela inglesa y practicantes de la distancia narrativa, o el subversivo sutil que fue Sterne, hasta Philip Roth, Cormac McCarthy, DeLillo o Pynchon.

Y en medio, Balzac –un inductor a la lectura-, Dickens –una fiesta interminable-, al que se dedica el mayor despliegue, con casi cuarenta páginas, Dostoievski y su horror visionario; Kafka –un gnóstico moderno-, Faulkner y su visión del abismo o García Márquez y sus Cien años de soledad como un milagro irrepetible porque es menos una novela que una Escritura.

Y en medio, también, un estupendo trabajo de traducción de Eduardo Berti, que ha contado con la ayuda de Salvador Biedma para localizar las mejores ediciones en español de las citas literales que usaba Bloom en el original.

En conjunto este es un estudio lleno de pasión y de lucidez, la propuesta de un sabio con sentido del humor y con una divertida inclinación a lo estrafalario que aprendió de su maestro, el excéntrico doctor Samuel Johnson, otro sabio que de vez en cuando hacía unas apuestas literarias estrambóticas.

Porque cuando un genio hace afirmaciones caprichosas o infantiles sigue siendo un genio, mientras que un tonto a la violeta, por más que se empine sobre los talones de su modestia y su pedantería, sólo conseguirá ser un tonto. Estupendo y a la violeta, pero un tonto.

Santos Domínguez

19/3/12

Ritos de paso de Paul Auster



Paul Auster.
Diario de invierno.
Traducción de Benito Gómez Ibáñez.
Anagrama. Barcelona, 2012.




Paul Auster.
La invención de la soledad.
Traducción de Mª Eugenia Ciocchini.
Anagrama. Barcelona, 2012.

Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro.

Treinta años justos, casi el tiempo exacto que separa a dos generaciones, han pasado también entre La invención de la soledad y el reciente Diario de invierno, dos obras de Paul Auster que acaba de publicar Anagrama.

Diario de invierno es una novedad absoluta que aparece en España con traducción de Benito Gómez Ibáñez casi a la vez que la edición original de Henry Holt and Company en Nueva York.

La invención de la soledad es una recuperación en la colección Otra vuelta de tuerca de una obra fundamental que Auster publicó en 1982.

En estas tres décadas Auster ha ido creando un potente mundo literario, desarrollando una literatura que él mismo ha definido como un espacio de colaboración entre el escritor y el lector, como “el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad.”

Y de eso se trata especialmente en estos dos libros: de revelar la intimidad más personal del escritor y sus fantasmas a través de un diálogo con el lector, pero sobre todo del diálogo de Auster consigo mismo, con su memoria y con ese lugar oculto y profundo del que, más allá de la segunda persona, surgen los recuerdos, los personajes y las palabras.

Hay en Diario de invierno una frase que justifica no solo esta obra, sino la totalidad de su literatura: Te gustaría saber quién eres.

Pero Diario de invierno es también, y quizá antes que otra cosa, un libro sobre el cuerpo en el espacio abierto de la ciudad o en los espacios cerrados de las casas; un inventario de los veintiún domicilios sucesivos de Auster, entre New Jersey y París, entre Manhattan y Brooklyn, con el Sena o el Hudson al fondo.

Ese inventario de domicilio, además de reflejar las distintas etapas y situaciones económicas del escritor o el estudiante, refleja un itinerario vital y sentimental por interiores con personajes triviales o extravagantes, por incidentes diversos evocados con la mirada maestra y aguda de un novelista experto.

La frecuencia de esos cambios de domicilio revela que Auster no ha permanecido quieto mucho tiempo seguido y da lugar a que este sea también un libro sobre el cuerpo en el pasado o en el presente:

así es como te ves a ti mismo siempre que te paras a pensar quién eres: un hombre que camina, un hombre que se ha pasado la vida andando por las calles de la ciudad.

La memoria personal y la conciencia del tiempo -a través de la muerte del padre, de la madre o con las primeras señales de la propia vejez- unen estos dos libros en que la escritura genera un vaivén constante entre el presente y el pasado o se convierte en motor del recuerdo para mirar a la infancia o para repasar un inventario de cicatrices que se superponen a la herida interior que el escritor sobrelleva como un pecado original, porque se siente un hombre que lleva una herida en su interior desde el principio mismo, ¿por qué, si no, te has pasado toda tu vida adulta vertiendo palabras como sangre en una hoja de papel?

Para subrayar ese vínculo entre las dos obras se ha elegido como fotografía de portada de Diario de invierno la imagen de un Auster contemporáneo de La invención de la soledad.

La muerte del padre en 1979 conecta estas dos obras: provocó la escritura de La invención de la soledad, que no es una novela, pero contiene la semilla de toda su narrativa y abre la puerta a su ficción posterior, y se evoca intensamente en Diario de invierno, que Auster ha escrito cuando tiene casi la misma edad con la que murió su padre, con una perspectiva muy distinta de la que aparecía en La invención de la soledad:

Que ya no eres joven es un hecho indiscutible. Dentro de un mes cumplirás sesenta y cuatro años, y aunque eso no es ser demasiado viejo, no lo que todo el mundo consideraría una edad provecta, no puedes dejar de pensar en todos los que no han logrado llegar tan lejos.

Desde esa mirada ya cercana a la vejez, en un mes de enero pródigo en tormentas y en hielo, un Auster frágil y autobiográfico, seguramente previsible, pero emocionado y contundente, construye un autorretrato evocando sus ritos de paso y recuerda aquella noche de invierno mientras ve caer la nieve en Brooklyn treinta años después:

Tienes sesenta y cuatro años. Afuera, la atmósfera es gris, casi blanca, no se ve el sol. Te preguntas: ¿Cuántas mañanas quedan?

Santos Domínguez

18/3/12

Isabel González. Casi tan salvaje


Isabel González.
Casi tan salvaje.
Páginas de Espuma. Madrid, 2012.


Isabel González es una joven escritora que acaba de sacar a la luz su primer libro, Casi tan salvaje, en Páginas de Espuma. Se trata de un volumen que recoge veintiún relatos que narran diferentes situaciones cotidianas llevadas a un terreno adverso y hostil, y trazadas con pinceladas de surrealismo. Historias humanas que perturban, incomodan la conciencia y nos hacen mirar en derredor en busca de secretos disimulados.

Isabel González creció en un pueblo de Zaragoza, de ahí que lo agreste y montaraz esté tan presente en sus páginas. Los protagonistas de estos relatos son fuertes, endurecidos; se enfrentan a la realidad tomando las riendas y entrando en combate sin el miedo del que tiene algo que perder. A pesar de esa contienda diaria e íntima, los suyos son personajes que aman y sufren, que padecen por un poco de afecto, de ternura y de dignidad. Quizás sea este el hilo conductor de todos los cuentos, el de la lucha por alcanzar este sentimiento y así hacer más llevadera la supervivencia en esta selva llena de fieras que es la vida.

La mirada ácida de esta escritora, los toques de humor negro y la demora en las coloristas imágenes y detalles minuciosos, hacen muy recomendable la lectura de este libro.

NO TE AMO. Pero cómo puedo estar segura si vienes y te sientas a mi lado y acariciándome la mano dices: “ treinta años juntos”.

Alba Pavón

17/3/12

Cabrera Infante. El cronista de cine


Guillermo Cabrera Infante.
Obras completas I.
El cronista de cine.
Edición y prólogo de Antoni Munné.
Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores.
Barcelona, 2012.

Un espléndido prólogo de Antoni Munné –Retrato del crítico como ente de ficción- presenta El cronista de cine, el volumen que abre la edición de las obras completas de Guillermo Cabrera Infante en Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.

Es un impresionante volumen de más de mil quinientas páginas que recogen la ingente producción de Cabrera Infante como crítico de cine en un tomo que tiene como eje Un oficio del siglo XX, el libro que recopiló una selección de las críticas que firmó con su acrónimo G. Caín y organizó en seis secciones: desde el Retrato del crítico cuando Caín hasta el Requiem por un alter ego.

Acrónimo y alter ego en el que se desdobla el novelista cubano, que une en estos textos vida y ficción, cine y literatura en un juego de espejos que constituye uno de los momentos más altos de su creación literaria.

Unos textos que hablan de películas, actores y directores, pero además trazan la autobiografía vital, sentimental e intelectual de quien tuvo su primera experiencia del cine con menos de un mes, y dibujan el autorretrato estético y ético de quien empezó firmando sus críticas cinematográficas impersonales como el cronista, porque se sentía más cronista que crítico, y declaraba que entre los libros y la vida siempre he escogido el cine, al que dedicó libros como Un oficio del siglo XX, Cine o sardina y Arcadia todas las noches.

Críticas, reportajes, crónicas y entrevistas son las modalidades genéricas a las que responden los artículos de El cronista de cine. Varios centenares de ellos, escritos entre 1954 y 1960 para Carteles, no habían sido recogidos en libro y permanecían desperdigados e inencontrables. Son dos tercios del volumen, más de mil páginas que agrupan ahora –entre el blanco y negro y el technicolor- en la sección El cine según G. Caín reseñas brillantes como El día de Laughton, Kafka y Hitchcock o Freud y Wagner van al oeste; crónicas y reportajes sobre Hemingway, obituarios como el dedicado a Bogart (Un actor hace mutis) y entrevistas impagables como las que hizo a Brando, a Cantinflas o a Buñuel.

Dos utilísimos índices, uno de películas citadas y otro onomástico, completan con brillantez este inmejorable comienzo de la recuperación de quien es ya un clásico contemporáneo, un maestro de la lengua y un genio de la narrativa que nos prestó su mirada y nos dejó textos memorables sobre La Habana, la vida, la literatura y el cine.

Santos Domínguez

16/3/12

William-Olsson. Una ciudad sin muros


Magnus William-Olsson.
Una ciudad sin muros.
Poesía escogida 1989-2011.
Traducción y prólogo de
Ángela Inés García.
Libros del Aire. Madrid, 2012.

En su colección Jardín Cerrado, Libros del Aire publica en edición bilingüe Una ciudad sin muros, una antología que recoge casi veinticinco años de escritura de Magnus William-Olsson (Estocolmo, 1960) con traducción y prólogo de Ángela García.

La muestra incluye una decena de poemas no recogidos en libro hasta ahora. En el primero de ellos se lee este verso, que da título a la antología:

Ante la muerte poblamos todos una ciudad sin muros, dice Epicuro.

Es la primera vez que se publica en español la poesía de Magnus William-Olsson, una poesía corporal que explora a la vez los límites de la expresión, los del placer y la temporalidad; una poesía que propone una imagen del mundo y se convierte en su espejo sonoro a través de un pensamiento analógico articulado en metáforas que traducen una experiencia del cuerpo, el verdadero escenario de la escritura de William-Olsson.

La lírica coral griega, los arquetipos clásicos o bíblicos, Píndaro y Calímaco, los iconos ortodoxos y el Louvre, Héctor y Antinoo, Platón y Heidegger son referentes de unos textos que alcanzan su expresión más intensa en un libro de 2006, El instante es para Píndaro un pequeño espacio en el tiempo, donde llaman mucho la atención las presencias de La niña de los peines y de Antonio Machado, de Granada o de María Zambrano.

En ese libro, y probablemente en la poesía toda de William-Olsson, ocupa un lugar central el poema Analogía, al que pertenecen estos versos:

En la séptima oda nemeica de Píndaro la canción se iguala al espejo. El de la memoria.

El rostro. Un espejo sonoro. El poema. Un espejo de sonido. ¿Podemos llamar a esto una analogía?

No es, como en la Biblia, la palabra hecha carne. Es la carne hecha palabra. Igual de reveladora.


Santos Domínguez

15/3/12

Vidas del Renacimiento


Robert Davis y Beth Lindsmith.
Vidas del Renacimiento.
Traducción de Ramón Sala Gili.
Lunwerg. Madrid, 2012.

Contar la vida, retratar la individualidad reivindicada, mirar al interior de la persona desde su fisonomía, su gesto o su indumentaria.

Esos fueron los intereses y las ambiciones de la pintura renacentista, en la que se proyectó ejemplarmente el vitalismo humanista, el redescubrimiento del cuerpo, el interés por el paisaje natural o urbano, la perspectiva civilizada del cortesano refinado y culto.

Para demostrarlo una vez más, vida y cultura, mirada y palabra, pintura e historia cultural, literatura y biografía se reúnen en Vidas del Renacimiento, un volumen espectacular que acaba de publicar Lunwerg.

A lo largo de las siete secuencias cronológicas en las que se organiza la obra se recorre un periodo crucial en la historia de Europa: desde el cruce prerrenacentista de las viejas tradiciones tardomedievales y las nuevas ideas del Humanismo –Nebrija, Boticelli, Leonardo, Aldo Manuccio- hasta la fundación de la modernidad que culmina en los ensayos de Montaigne, la pintura de Brueghel o la música de Palestrina.

Y en medio las cimas renacentistas que se llamaron Colón, Erasmo, Copérnico, Rafael, Tiziano, Rabelais o Carlos V, personajes que cambiaron el pensamiento occidental desde todos los ámbitos y en un proyecto global coherente aunque heterogéneo en los matices.

Entre 1400 y 1600, casi un centenar de retratos plásticos y literarios, noventa y cuatro semblanzas en primeros planos que se recortan sobre el fondo del paisaje histórico, de la mentalidad social y de la nueva sensibilidad individual.

Los espléndidos textos de Robert Davis y Beth Lindsmith sitúan en su contexto significativo a cada uno de los personajes que fundaron o iluminaron la Edad Moderna y resaltan cada vida con un conjunto de más de doscientas ilustraciones que refuerzan los textos o subrayan su sentido.

Porque nunca como en el Renacimiento vida y arte fueron tan equivalentes, nunca como entonces la representación de la vida interna y del mundo exterior se fundieron de una manera tan correlativa para cambiar la historia de la cultura y de las mentalidades, conviven en estas páginas artistas e inquisidores, arquitectos y precursoras del feminismo, reyes y maestros de coro, impresores y blasfemos, predicadores incendiarios y conquistadores, corsarios y papas, escritoras y bufones, relojeros y médicos, teóricos de la cortesanía y acróbatas palaciegos.

Un conjunto de nombres y rostros que reflejan que el Renacimiento fue, además de una época fundamental en la creación de la modernidad, una forma de vivir y un estado de ánimo.

Santos Domínguez

14/3/12

El libro negro


Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg.
El libro negro.
Traducción de Jorge Ferrer.
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores. Barcelona, 2011.


Mi padre fue sacado de casa a culatazos. Mientras mi hermana Roza se vestía apresuradamente alcanzó a ver que uno de los policías avanzaba hacia mi madre empuñando un puñal. Mi hermana hizo ademán de correr en socorro de nuestra madre, pero una lluvia de culatazos cayó sobre su cabeza y la empujó hacia la calle descalza y a medio vestir. Roza cayó al suelo; mi padre consiguió levantarla a duras penas y la ayudó a llegar hasta el punto de reunión, ubicado frente a la iglesia que se alza en la Plaza del mercado.

Así se iniciaba una macabra peregrinación a una muerte anunciada. Así se lo habían contado a él, oficial del ejército rojo que volvía a Bráilov, su pueblo, tras la liberación de la ocupación nazi.

Y así lo contaba en El libro negro, en el que Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg organizaban un ingente material con el que completaron un memorial de crímenes del ejército alemán en los territorios ocupados de la Unión Soviética y en los campos de concentración de Polonia.

Entre 1943 y 1946, Grossman y Ehrenburg, por encargo del Comité Judío Antifascista y a instancias de Albert Einstein, recogieron testimonios del genocidio en conversaciones con supervivientes, en diarios y cartas personales, en relatos de testigos directos del exterminio.

Todo ese material documental de primera mano, que ocupó casi treinta tomos y que fue utilizado parcialmente en el juicio de Nuremberg, se iba a publicar en 1947, aunque Stalin impidió su impresión a última hora y no se editó hasta 1988 en Jerusalén por el Museo de la Shoá.

Ahora acaba de aparecer en español en Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores con traducción de Jorge Ferrer y con introducciones de Irina Ehrenburg e Ilyá Altman.

Poco después de la invasión alemana en junio de 1941, un grupo de escritores soviéticos se alistó en el ejército rojo para luchar contra el nazismo y la ocupación extranjera. Uno de esos voluntarios era Vasili Grossman, que por problemas de salud tuvo que limitarse a acompañar a las tropas como corresponsal de guerra.

Y desde esa posición –privilegiada o desgraciada, según se mire- esos escritores fueron testigos de las masacres y portavoces de las víctimas de la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial, de una maquinaria destructiva y perfecta al servicio de un calculado plan de exterminio de la población judía de esos territorios.

De todas esas masacres que habían ido perpetrando las tropas alemanas ninguna impresionó tanto a Grossman como el holocausto de la población judía en Ucrania, Bielorrusia, Lituania o Polonia.

Cuando las tropas soviéticas liberaron Berdíchev, su ciudad natal, Grossman se enteró del asesinato de treinta mil judíos, entre ellos su madre. Poco después, en Odessa y en Kiev, comprobó que las matanzas habían sido sistemáticas y habían triplicado aquella cifra.

Y al avanzar por territorios polacos como Maidanek o Treblinka, conoció los campos de exterminio y fue el primero en entrevistar a los supervivientes. De esa experiencia y de aquellos testimonios surgió su informe El infierno de Treblinka, que se aportó como prueba documental en el juicio de Nuremberg.

El libro negro contiene, además de esas aportaciones testimoniales de las víctimas y los testigos de las masacres, las crónicas y los reportajes de los escritores soviéticos sobre aquella realidad diabólica y criminal y las confesiones de los verdugos y de sus instigadores ideológicos.

La brutalidad de los alemanes y los rumanos, los refugios y los huérfanos, los guetos y la resistencia, las complicidades colaboracionistas de parte de la población ucraniana, la clandestinidad, las muchachas y los ancianos, las imprentas y los bosques, las fugas y las ejecuciones masivas, los campos de concentración y de exterminio, Auschwitz y los médicos asesinos, los saqueos y el levantamiento del gueto de Varsovia, las declaraciones de los nazis... recorren las mil doscientas intensas páginas de una obra que refleja uno de los momentos más negros de la historia.

Santos Domínguez

13/3/12

Schwob. El libro de Monelle


Marcel Schwob.
El libro de Monelle.
Traducción y prólogo de Luna Miguel.
Demipage. Madrid, 2012.


Se llama Marcel Schwob. Tiene veintitrés años.

Su vida ha sido plana hasta el día de hoy.
Pero el relieve acecha en forma de una puta
a la que lo conduce, una noche, el azar.

Se llama Louise. Es frágil, menuda y enfermiza,
silenciosa y abyecta. Casi no se la ve.
Sólo hay terror y angustia en los inmensos ojos
que le invaden la cara, dignos de Lillian Gish.

En sus brazos Marcel olvida que mañana
citó en la biblioteca a su amigo Villon.
Se olvida hasta de Stevenson, su escritor favorito,
de Shakespeare, de Moll Flanders y del Bien y del Mal.

Qué tres soberbios años de amor irresistible
aguardan al judío en la paz del burdel.
El cielo de París aún retiene sus vanas
promesas y las tiernas caricias de Louise.

Pero lo bueno acaba. Ella muere de tisis
y Marcel languidece, privado de su sol.
«No queda más remedio que volver a los libros»,
se dice, y da a las prensas El libro de Monelle.


En esos veinte versos de El hacha y la rosa resumía Luis Alberto de Cuenca la génesis, el sentido y el desenlace de una historia que Schwob vivió y escribió con la médula, con una intensidad verbal que está más cerca de la lírica que de la narrativa.

Marcel Schwob había conocido en 1890 a Louise, una niña prostituta de la que se enamoró y que murió de tuberculosis en 1893. Un desolado Schwob la acompañó hasta el final, hasta una muerte que dejó en él un poso definitivo de soledad y desconsuelo.

El libro de Monelle, que acaba de publicar Demipage con traducción y prólogo de Luna Miguel, fue su desahogo y su bálsamo insuficiente:

¿Cómo podría olvidarte amado mío? Tú estás en mi espera, sobre la cual duermo, y no puedo explicar. ¿Te acuerdas? Me gustaba mucho la tierra y arrancaba las flores del suelo para volverlas a plantar. ¿Te acuerdas? Solía decir que si yo fuera un pajarito, me meterías en el bolsillo al marcharte. Amado mío, estoy aquí, en la buena tierra, como una semilla negra, esperando convertirme en pajarillo.

Esa es la tonalidad sostenida de una colección de versículos, aforismos y relatos que van directamente al corazón o a lo más profundo de los lectores. O a lo más secreto, porque -sobre todo en la tercera parte- este es un libro onírico, como lo definió Francisco García Jurado, experto en Schwob, en su Antiguos imaginarios.

Y, junto con la recién aparecida La cruzada de los niños, con la que comparte un inquietante final con niños que vagan vestidos de blanco, queda como uno de los momentos de más hondura emocional de la escritura de Schwob, como uno de sus libros imprescindibles.

Santos Domínguez

12/3/12

Apollinaire. El poeta asesinado



Guillaume Apollinaire.
El poeta asesinado.
Traducción de Manuel Hortoneda.
Barataria. Barcelona, 2012.


La broma ácida, la parodia, la irreverencia y la risa forman parte de la provocación característica de la vanguardia que alcanzó uno de sus momentos más brillantes y radicales en los años de la Primera Guerra Mundial y encontró en París su capitalidad cultural.

Esas son algunas de las claves con las que conviene adentrarse en la lectura de El poeta asesinado, de Guillaume Apollinaire que acaba de recuperar Barataria con traducción de Manuel Hortoneda.

Conocido como poeta, como crítico de arte o como autor de declaraciones teóricas que perfilaron las actitudes y las técnicas de la vanguardia, Apollinaire (Roma, 1880 - París, 1918) escribió en El poeta asesinado un texto inclasificable e irrespetuoso en el que conviven los rasgos característicos de las rupturas vanguardistas: la negación del canon académico y de la realidad como referente, de las normas sociales o la impugnación de los temas y los enfoques convencionales de la literatura clásica.

Frente a eso, la vanguardia fue, como aquí, destrucción y escapismo, imaginación desatada y burla, velocidad y sorpresa, sueño y libertad. Narrativo, poético, dramático, con una suma de géneros o una negación de fronteras, con una sucesión de prosa y verso, con una voluntad antinormativa que los vanguardistas comparten con los románticos, El poeta asesinado anticipa la estética irracionalista del absurdo, distorsiona la realidad, explora el territorio de lo onírico o de lo directamente delirante y mezcla tonos muy diversos en los que pasa de la ocurrencia trivial al alto voltaje poético.

Y así, si en la fábula de la ostra y el arenque Apollinaire anticipa la previsible simbología freudiana, en algún momento parece vaticinar a Lorca:

Son los instrumentos –dice de los cañones una comadre- del innoble amor de los pueblos. ¡Oh, Sodoma, Sodoma! ¡Oh, el estéril amor!

En la figura de Croniamantal proyectó Apollinaire una imaginativa recreación autobiográfica, su sólido proceso de formación literaria, su osadía y su admiración por Pîcasso –El pájaro de Benín al que se dedica todo un capítulo ambientado en el taller del pintor-, sus relaciones durante ocho días con la pintora Marie Laurencin, antes de morir asesinado, porque como Orfeo, todos los poetas estaban en peligro de tener una mala muerte.

Y a través de ese poeta y dramaturgo, Apollinaire criticó la poesía más anquilosada, el teatro más decadente y convencional de su época en esta novela en la que tiene una enorme importancia lo visual, porque esta es una obra escrita con los ojos tanto como con la imaginación y la inteligencia.

Santos Domínguez

9/3/12

Vicente Gallego. Mundo dentro del claro


Vicente Gallego.
Mundo dentro del claro.
Tusquets. Barcelona, 2012.

¿QUIÉN ha visto este mundo,
que parece tan suyo, y tan antiguo,
sino a partir del claro, ese común
en que despierta el hombre a lo más puro
de su propio sentido en la mañana,
al alba de su ser, que es su entender,
donde se muestra luego
—y en qué otro emplazamiento se vería—
el derrame sin cuento de las cosas?

Así comienza Mundo dentro del claro, el poema que abre y da título al nuevo libro de Vicente Gallego que acaba de publicar Tusquets.

Ni ese carácter de pórtico ni ese título son una casualidad, porque ese texto define el tono y la actitud de unos poemas que se mueven entre el cántico y el homenaje, por decirlo en términos guillenianos.

Mundo dentro del claro mantiene un sostenido tono celebratorio a lo largo del medio centenar de textos en los que conviven armónicamente los poemas breves de versos cortos con otros de más largo aliento y más voluntad narrativa.

Porque la armonía es seguramente la clave central de este libro en el que Vicente Gallego da un paso más hacia el despojamiento expresivo y la búsqueda de la esencialidad poética: la plenitud del mediodía, la conmemoración de la amistad, la consonancia con los animales o los árboles plasman esa armonía amorosa, ese júbilo humano que es también armonía con los objetos y con la naturaleza bajo la luz estival:

Cantó un pájaro, oí
su decir claramente,
y en todo el universo sólo había
certeza y gratitud.

Armonía entre lo interior y lo exterior en la mirada del poeta, entre pensamiento y sentimiento, entre sensorialidad y meditación; armonía que es el resultado de una dialéctica de la antítesis y se perfila verbalmente como una poética del oxímoron de la que brota el canto.

De ese debate surge como resultado la celebración de la luz y la revelación del mundo a salvo en este claro del amor. Un mundo pleno en el que el poeta se abisma y se asoma a la realidad, se pierde y se halla cuando todo está lleno y vivo de su nada.

En ese mundo en claro del poema, hasta lo más oscuro se resuelve en presencias jubilares, en presente luminoso y triunfo de la vida:

donde junta la muerte turba oscura,
ha brotado la yema de la luz.

Santos Domínguez

8/3/12

Camba. Mis páginas mejores


Julio Camba.
Mis páginas mejores.
Prólogo de Manuel Jabois.
Pepitas de calabaza. Logroño, 2012


Julio Camba (1884-1962) fue articulista ágil e ingenioso, humorista fino y errante y uno de los mejores prosistas de la primera mitad del siglo XX. Para conmemorar los cincuenta años de su muerte, Pepitas de Calabaza rescata, con prólogo de Manuel Jabois, su antología personal Mis páginas mejores, que resume su trayectoria literaria.

En aquel tomo, que publicó Gredos en 1956 y que después de varias reediciones era ya inencontrable, Camba había seleccionado los textos que le parecían más representativos de su obra, los agrupó en diversos apartados temáticos y los presentó con un comentario inicial de cada capítulo y con una justificación del sentido de la antología:

No creo que sea tarea demasiado difícil para un escritor esta de seleccionar sus mejores páginas. En último término se seleccionan las peores y se descartan, se hace una segunda selección, que es descartada a su vez, y se continúa así hasta que, descartado ya todo lo descartable, no le queden a uno en la mano más páginas que las estrictamente necesarias para formar un volumen. Entonces se cogen estas páginas, se ordenan y se le presentan al público diciéndole:

—He aquí mis páginas mejores. Las otras son también bastante buenas, no se vayan ustedes a creer. Tienen forzosamente que ser buenas porque lo mejor solo puede salir de lo bueno, pero estas les dan ciento y raya a todas las demás, y yo me apresuro a ofrecérselas a ustedes ahora en este tomo para solaz y edificación de su espíritu.

La selección preparada por Camba combinaba lo cronológico y lo temático para hacer una antología sucesiva de sus libros más significativos.

El recorrido se inicia con los primeros artículos, escritos desde Galicia, los más autobiográficos de un Camba que luego se convierte en corresponsal viajero para echar una ojeada a un mundo habitado por franceses, ingleses, alemanes, italianos, portugueses, suizos o norteamericanos.

Con una misma mirada personal, irónica y distante, con una prosa que une la agilidad y la precisión del periodismo a una alta calidad estilística, está aquí plenamente representado un Camba dueño de un mundo propio en el que caben la seriedad y el humor, el campo y la ciudad, el pasado y el presente.

Con aquel cinismo cosmopolita y un punto canalla que siempre caracterizó su enfoque de la realidad, Camba hace una crítica de la brutalidad de las escuelas rurales, habla de la comida de los ingleses y el sol de Londres, de las camas francesas o los bulevares de París, del clima muniqués o la calvicie de los alemanes, de una Suiza sin suizos o de Nueva York, la ciudad teoría de los Estados Engomados, el país de las catástrofes, los negros y los judíos, los rascacielos y los trajes en serie, los crímenes en serie o las narices en serie, de la levadura napolitana y el robo a los turistas, de Lisboa y Coimbra.

O muestra una selección de sus textos gastronómicos de La casa de Lúculo, de sus artículos reaccionarios de Haciendo de República y de esos pequeños ensayos sobre distintos aspectos de la vida española que son algunos de los artículos más representativos de su madurez.

En todos ellos brilla, como señala Manuel Jabois en su prólogo a esta reedición de Mis páginas mejores, el rigor estilístico [de Camba], que en él es desnudez y la virtud de escribir frases llenas de palabras esenciales de forma que hasta las preposiciones adquieren un relieve casi histórico.

Santos Domínguez