13/3/12

Schwob. El libro de Monelle


Marcel Schwob.
El libro de Monelle.
Traducción y prólogo de Luna Miguel.
Demipage. Madrid, 2012.


Se llama Marcel Schwob. Tiene veintitrés años.

Su vida ha sido plana hasta el día de hoy.
Pero el relieve acecha en forma de una puta
a la que lo conduce, una noche, el azar.

Se llama Louise. Es frágil, menuda y enfermiza,
silenciosa y abyecta. Casi no se la ve.
Sólo hay terror y angustia en los inmensos ojos
que le invaden la cara, dignos de Lillian Gish.

En sus brazos Marcel olvida que mañana
citó en la biblioteca a su amigo Villon.
Se olvida hasta de Stevenson, su escritor favorito,
de Shakespeare, de Moll Flanders y del Bien y del Mal.

Qué tres soberbios años de amor irresistible
aguardan al judío en la paz del burdel.
El cielo de París aún retiene sus vanas
promesas y las tiernas caricias de Louise.

Pero lo bueno acaba. Ella muere de tisis
y Marcel languidece, privado de su sol.
«No queda más remedio que volver a los libros»,
se dice, y da a las prensas El libro de Monelle.


En esos veinte versos de El hacha y la rosa resumía Luis Alberto de Cuenca la génesis, el sentido y el desenlace de una historia que Schwob vivió y escribió con la médula, con una intensidad verbal que está más cerca de la lírica que de la narrativa.

Marcel Schwob había conocido en 1890 a Louise, una niña prostituta de la que se enamoró y que murió de tuberculosis en 1893. Un desolado Schwob la acompañó hasta el final, hasta una muerte que dejó en él un poso definitivo de soledad y desconsuelo.

El libro de Monelle, que acaba de publicar Demipage con traducción y prólogo de Luna Miguel, fue su desahogo y su bálsamo insuficiente:

¿Cómo podría olvidarte amado mío? Tú estás en mi espera, sobre la cual duermo, y no puedo explicar. ¿Te acuerdas? Me gustaba mucho la tierra y arrancaba las flores del suelo para volverlas a plantar. ¿Te acuerdas? Solía decir que si yo fuera un pajarito, me meterías en el bolsillo al marcharte. Amado mío, estoy aquí, en la buena tierra, como una semilla negra, esperando convertirme en pajarillo.

Esa es la tonalidad sostenida de una colección de versículos, aforismos y relatos que van directamente al corazón o a lo más profundo de los lectores. O a lo más secreto, porque -sobre todo en la tercera parte- este es un libro onírico, como lo definió Francisco García Jurado, experto en Schwob, en su Antiguos imaginarios.

Y, junto con la recién aparecida La cruzada de los niños, con la que comparte un inquietante final con niños que vagan vestidos de blanco, queda como uno de los momentos de más hondura emocional de la escritura de Schwob, como uno de sus libros imprescindibles.

Santos Domínguez