23/10/12

Javier Marías. Mala índole


Javier Marías.
Mala índole.
Cuentos aceptados y aceptables.
Alfaguara. Madrid, 2012.

Casi a la vez que aparecen los cuatro primeros volúmenes de Javier Marías en la colección Modern Classics de Penguin, un restringido club de clásicos modernos, Alfaguara reúne en Mala índole su narrativa breve, un conjunto de treinta cuentos -aceptados unos; aceptables otros, según indica el subtítulo.

Procedentes en su mayoría de dos colecciones de relatos, Mientras ellas duermen y Cuando fui mortal, se añaden a esta recopilación otros cuatro cuentos que no habían sido incluidos hasta ahora en ningún libro. Uno de ellos, Mala índole, "el más largo y acaso el más logrado", en palabras del autor, apareció por entregas en agosto de 1996 en El país y es el que da título al conjunto.

Rescatar ese cuento en un libro es una de las razones que impulsan esta  reunión de textos que se organizan en dos bloques cuyo sentido explica Javier Marías en la nota preliminar que ha escrito para esta edición: el de los Cuentos aceptados (De los que aún no me avergüenzo”) y el de los aceptables (“De los que sí me avergüenzo un poco pero no demasiado”).

Y así, aunque “hay un tercer epígrafe que no aparece en el índice puesto que las piezas correspondientes sí están excluidas, al ser Cuentos inaceptables,” Mala índole ofrece el canon de la narrativa breve de Marías, la “totalidad aceptada y aceptable de mi contribución al género del cuento.” Muchos más por cierto los aceptados que los simplemente aceptables.

Entre ellos, el espléndido La canción de Lord Rendall, que apareció como apócrifo en Cuentos únicos, atribuido a un ficticio James Denham.

Un fantasma metódico y dimisionario en el Instituto Británico, el monólogo de un capitán napoleónico en Rusia, el viaje de novios del que surgió Corazón tan blanco, el ejecutivo que se encuentra con su doble exacto e invariable, un voyeur obsesionado con captar el último día de vida de la mujer de la que está enamorado, el fantasma que sufre la maldición del conocimiento completo, un médico, un guardaespaldas o un futbolista son algunos de los personajes y de las situaciones con las que Javier Marías aborda en estos relatos las conflictivas relaciones humanas, el conocimiento, la identidad y la memoria o los límites difusos de la realidad.

En la narrativa breve de Marías, ejemplar en la intensidad y la precisión que exige el género, están algunas de las mejores piezas de ficción de toda su obra. Por ejemplo, Cuando fui mortal, que desde su inicio establece una tensión narrativa que no decrece en ningún momento del relato:

A menudo fingí creer en fantasmas y fingí creerlo festivamente, y ahora que soy uno de ellos comprendo por qué las tradiciones los representan dolientes e insistiendo en volver a los sitios que conocieron cuando fueron mortales. La verdad es que vuelven.

Y en casi todos estos cuentos, constantes temáticas como el tiempo,  el deseo, el odio, la envidia o el miedo transmitidos por una mirada aguda y una prosa punzante y elaboradísima.

Una mirada y una prosa que indagan en el conocimiento y el secreto de un mundo opaco e inquietante con una narración fluida y absorbente que hace del lector un cómplice hipnotizado por la sutileza del narrador, que va siempre un paso más allá de lo visible. Lo ha explicado así Marías:

La mayoría de mis narradores son intérpretes en un sentido amplio del término. No intervienen ni actúan mucho; ven, observan, son testigos a menudo pasivos. /.../ En cierto sentido son fantasmas, y he dicho en muchas ocasiones que el punto de vista de un fantasma me parece un excelente punto de vista para narrar: uno ya no está, ya nada puede pasarle, pero a la vez no es indiferente a los hechos (por eso los fantasmas vuelven y rondan).

Además de su valor propio como textos aislados, estos relatos ofrecen un importante valor añadido:  mantienen una evidente red de relaciones con el resto de la obra de Javier Marías en temas, situaciones, personajes y sobre todo en el cuidado de una prosa de respiración inconfundibe en la que no se percibe el menor descuido ni el más mínimo desfallecimiento.

Santos Domínguez