20/5/13

Los últimos años de Casanova

 
Joseph Le Gras y Raoul Vèze.
Los últimos años de Casanova.
Edición de Jaime Rosal.
Memoria mundi. Atalanta. Vilaür, 2013.


En 1773 vuelve a la Serenísima Giacomo Casanova, aquel veneciano que ya se había convertido en la imagen tópica del libertino. Tenía casi cincuenta años y la saturación de experiencias de una vida vertiginosa. Había entrado en una edad en la que la Fortuna desprecia a los hombres. Llevaba a sus espaldas la tristeza por la muerte de algunos amigos y protectores, la muerte reciente de su bella amiga Charlotte, la fatiga del perseguido y la nostalgia del exiliado.

Sobreviviría casi un cuarto de siglo más a los escándalos, las pérdidas y las esperanzas frustradas, entre una sucesión de humillaciones, caídas en desgracia y peticiones lamentables de favores. A una temprana decadencia física se unía la irrelevancia social, el ridículo ante unos jóvenes que empiezan a no tomarle en serio y se ríen de él.

No tardaría en tener que salir de nuevo de Venecia para cumplir un periplo desorientado por Bruselas, París o Viena, hasta instalarse definitivamente en el castillo de Dux como bibliotecario del conde de Waldstein desde 1785. Y allí, lejos ya del mundo, escribió desde 1790 la historia de su vida, uno de los libros centrales del siglo XVIII y el que mejor resume lo que fue la Europa anterior a la Revolución Francesa.

Quien ya no quería ser nada ni nadie escribió aquellas memorias desde el fondo mismo de la desolación, pero sin renunciar a la provocación ni al descaro como última venganza ante un mundo que ya no era el suyo. Y se recordó como el modelo de libertino ilustrado, como el intelectual vitalista y masón encarcelado por el Santo Oficio veneciano, como el aventurero que escapó de la cárcel de Los Plomos en 1755 y recorrió las principales ciudades de Europa. De Venecia a París, de Praga a Dresde o Viena, introdujo la lotería en Francia, se relacionó con Rousseau, discutió con Voltaire y colaboró con Mozart.

Pero la evocación de su vida llega hasta ese momento en que regresa a Venecia. Tal vez porque no sabía o no creía que el relato de la decadencia es tan interesante como la descripción del esplendor, Casanova evita hablar de esos casi veinticinco años en los que mendigó sinecuras ante los poderosos de Venecia y se puso al servicio de la Inquisición veneciana como agente secreto y confidente.

Para paliar ese silencio, en 1929 Joseph Le Gras y Raoul Vèze, dos especialistas en su figura, publicaron Los últimos años de Casanova, una reconstrucción de ese último tramo de su vida en el que Casanova fue un superviviente de sí mismo y escribió el Icosameron, una novela de ciencia ficción sobre una raza subterránea o una carta a Robespierre en ciento veinte folios que han desaparecido.

En una edición cuidada por Jaime Rosal, generosamente ilustrado, acaba de aparecer en la Bibliotheca Casanovensis de Atalanta este complemento imprescindible de la monumental Historia de mi vida que publicó en dos tomos hace cuatro años.

No es igual que un Casanova en primera persona, pero llena el vacío sobre “lo que Casanova no nos contó”, como titula su prólogo Jaime Rosal, y en uno de los apéndices del libro recupera el Compendio de mi vida, que envió a su amiga Cecilia de Roggendorf. Fechada el 17 de noviembre de 1797, es seguramente la última carta que escribió un Casanova al que le quedaban poco más de seis meses de vida. Antes de firmarla como Jacques Casanova, porque la escribió en francés, como su obra mayor, la cerraba con esta orgullosa declaración en latín:

Non erubesco evangelium. (No me avergüenzo de lo dicho.)

Y ese colofón sirve no solo para cerrar la carta, sino para resumir su vida y su literatura en este libro imprescindible para los casanovistas. 

Santos Domínguez