2/10/13

El general de la Rovere



Indro Montanelli.
El general de la Rovere.
Traducción de Domingo Pruna.
Confluencias Editorial. Almería, 2013.

Como una variante del tema del traidor y del héroe, al que dio forma definitiva Borges en un relato memorable, se puede leer El general de la Rovere, la narración de Indro Montanelli que recupera la editorial Confluencias en la traducción de Domingo Pruna.

Este texto, inspirado en la figura de un personaje al que Montanelli conoció en la prisión de San Vittore en la Segunda Guerra Mundial, sirvió como base del guión de la película homónima de Rossellini en la que Vittorio de Sica interpretó memorablemente el complejo papel del impostor ambiguo, mitad farsante, mitad superviviente en tiempos difíciles, para acabar convirtiéndose en una figura de enorme dignidad moral que muere como los héroes de las tragedias.

Como el de la película, el tema del relato es el proceso por el que Giovanni Bertone, un ludópata sin suerte, expulsado del ejército por deudas y tráfico de estupefacientes, filántropo venal y extorsionista de familias de detenidos bajo el avatar del ingeniero Fabio Grimaldi, se convierte en colaboracionista del ejército alemán y suplanta bajo sus órdenes la personalidad de Fortebraccio de la Rovere, un general italiano que encabezaba la resistencia y había sido asesinado.

Encarcelado para ejercer como delator y descabezar la resistencia, el conocimiento de la brutalidad de los nazis con los que colaboraba hace que su figura vaya creciendo hasta su incorporación voluntaria – en un suicida gesto de coraje- al patíbulo donde es fusilado junto con aquellos a quienes debía delatar.

El sentido de esa trayectoria lo resume así el coronel Müller en las últimas frases de la obra:

-Nosotros los alemanes juzgamos a este país por sus generales auténticos. Y es con los falsos que da su medida. 

Y el propio Montanelli explica la complejidad de su personaje en estas líneas:

¿Fue verdaderamente un traidor Bertone de la Rovere? No lo sé. Sé solamente que cayó como aquellos que no lo eran. Y sé también que Jesucristo no se sintió ofendido por la vecindad de Barrabás. Como fuere, yo no me propongo juzgar a ese polivalente e inquietante personaje, quien acaso tampoco supo dónde y cómo cesó de ser un aventurero para convertirse en héroe, y cómo, una vez incorporado al drama, no se mostró ajeno a él. He tratado tan sólo de dar una explicación de ello. 

Santos Domínguez