28/2/14

Juan Gil-Albert. Poesía completa


Juan Gil-Albert.
Poesía completa.
Edición de Mari Paz Moreno Páez.
Introducción de Ángel Luis Prieto de Paula.
Pre-Textos. Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert.
Valencia, 2004.

En abril se cumplen ciento diez años del nacimiento de Juan Gil-Albert. En julio, veinte años de su muerte. Y este mismo año hace diez de la publicación en Pre-Textos de una serie de volúmenes que reunieron la obra completa de Gil-Albert en prosa y verso para celebrar el centenario de su nacimiento.

Pero no hace falta buscar excusas en el calendario para hablar de la obra de escritores como él, que están ya por encima del tiempo. Porque Juan Gil-Albert, después de haber sido durante varias décadas un escritor secreto, es ya un clásico indiscutible del siglo XX en España.

En 2004, Pre-Textos, en coedición con el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, publicó, con una introducción de Ángel Luis Prieto de Paula, una cuidada edición de su Poesía completa, preparada por Mari Paz Moreno Páez. 

Desde esa edición, este volumen de casi mil páginas, que incorporaba un centenar de poemas inéditos o no reunidos en libro hasta entonces, se ha consolidado como la recopilación más completa y fiable de la poesía de Juan Gil-Albert, uno de los poetas más interesantes de la literatura española contemporánea, una de esas pocas voces que han proyectado la influencia de su obra sobre los poetas posteriores. 

Esa influencia creciente empezó a ejercerla desde la publicación de Fuentes de la constancia, una antología que apareció en 1972, cuando tenía casi setenta años y era un poeta casi desconocido. Aquel libro fue la reivindicación tras una larga etapa secreta de casi treinta años, “el rescate –escribe Prieto de Paula en su introducción- del escritor, auténticamente ignorado –no minusvalorado o preterido: ignorado.”

A medio camino entre el 27 y el grupo del 36, Gil-Albert fue un poeta-isla hasta Fuentes de la constancia, aunque en 1944, en el exilio, había publicado un primer libro importante, Las ilusiones, que pasó desapercibido, aunque mostraba ya una voz personal y un mundo poético propio que se perfilaría definitivamente en sus libros posteriores.

Regresó del exilio en 1947, en un viaje de regreso hacia dentro; dejó el exilio geográfico para sufrir un exilio interior que mantuvo silenciado a aquel “señorito rojo” y homosexual, siempre a la espera sin embargo de lo que él mismo llamaba su “laurel tardío.”

Y en esas décadas oscuras fue construyendo su propio mundo, fue elaborando una poesía meditativa que arranca de una dicción clásica y de la contemplación del mundo mediterráneo. Serenidad, armonía y contención expresiva, celebración hímnica de la belleza, esteticismo y sensorialidad en la fijación de lo instantáneo y lo fugitivo son algunas de las claves que recorren la obra poética de Gil-Albert.

Una obra que, tanto en prosa como en verso, vive en el equilibrio armónico del mundo interior y el paisaje. Un texto tan expresivo de ese equilibrio como La tarde se subtitula significativamente En un balcón, ese espacio intermedio entre lo exterior y lo íntimo:

Sólo cuando se es hombre se sabe qué es la vida.
Sólo si se ha cumplido con la edad
se sabe lo que empieza y lo que acaba.
Se sabe que el vacío que nos queda
es el hermoso todo que tuvimos:
como un bosque inmolado.
Donde el azul del cielo sólo encuentra
ancho campo abismal. Ya nada obstruye
el palpitar de un ala poderosa.
Ya las paredes todas se evadieron
y estamos al desnudo, como un cuerpo,
paradisíacamente. Es el retorno
tras haber agotado a la serpiente.
Tras haberla dejado de escuchar.
Es el retorno fiel a la ignorancia.

Esa armonía entre lo íntimo y lo cósmico, entre la autobiografía y el mito es un rasgo asimilado de los clásicos de Grecia y Roma, de Garcilaso y los místicos, que forman una parte esencial de la construcción de su voz propia, de su epicureísmo meditativo y su tonalidad celebratoria, de su quietud contemplativa y su reflexión vitalista ante el paisaje. 

Un ejemplo, este Nocturno, de Homenajes e In promptus (1976), quizá su último gran libro:

Noche de las estrellas te estremeces
con un fluido oscuro. En tus arpegios
de soledad escucho la hermosura
de la existencia. ¡Oh lumbres fugitivas
en cuyo seno mora irreparable
la verdad! Qué sombrías esperanzas
abres a quien te mira recostado
desde la dulce tierra y se incorpora
con un temor incierto a esas frondosas
penumbras celestiales. Brilla el rostro
de la nocturna esfera fascinando
como el de un animal entre las sombras
con sus ojos abiertos; brilla el sueño
de su caudal fluyendo lentamente
cual si nada existiera; en esa duda
no sé dónde poner mis ilusiones
y a quién brindar la dicha de sentirme,
tibio de vida en medio de los mundos,
hijo fiel del ardor y la pereza.
Esos silencios ruedan sumergidos
en ingentes distancias, esas flores
esparcen sus semillas vacilantes
en la bondad de un éter misterioso.
-¡Ah delirante triunfo de esperanzas
con los soles despiertos!- Ígneo atruena
mi corazón roído por deseos
irrealizables, salta en sus prisiones
como un astro humillado que pidiera
que lo dejaran ser; pálido atiendo
su súplica vehemente como un padre
oye qué desmedidas ambiciones
turban la paz del hijo. ¡Oh noche, oh fragua
de los altos desvelos, solitaria
cripta donde reposan sus racimos
hombres y estrellas!

Santos Domínguez