19/3/14

Albertine desaparecida


Marcel Proust.
Albertine desaparecida.
Traducción de Javier Albiñana.
Anagrama. Otra vuelta de tuerca.
Barcelona, 2014.

En 1922, poco antes de morir, Marcel Proust revisó intensamente esta novela, la sexta y penúltima de la serie, editada también luego como La fugitiva.

Entre La prisionera y El tiempo recobrado, Albertine desaparecida, es la novela más breve y por eso mismo la más intensa del ciclo. Se publicó póstuma, en 1925, y ahora la recupera Anagrama en su colección Otra vuelta de tuerca con una estupenda traducción de Javier Albiñana.

En sus páginas, que podrían tomarse como cifra de A la busca del tiempo perdido, la literatura se convierte en tabla de salvación del protagonista frente a sus decepciones amorosas y sociales. Decepciones profundas o superficiales, triviales o decisivas, pero con un obsesivo amor pasional al fondo y con una amarga secuela de posesión y celos, infidelidades y desconfianza, memoria y muerte.

Son las intermitencias del corazón, tan centrales y significativas que figuraron en la primera tentativa de título de la serie. Pero hay aquí algo más doloroso que las decepciones: el olvido y la traición como manifestaciones de esas intermitencias del corazón de Albertine Simonet, la amante infiel que traiciona al protagonista con otras mujeres antes de morir al caer de un caballo.

En una reciente recopilación temática de textos proustianos, Jaime Fernández definía brillantemente el ciclo A la recherche como “un arca de Noé contra la muerte”, y su planteamiento como el de un arte redentor en el que su autor convoca con un ejercicio de sensibilidad e inteligencia la fuerza de la memoria involuntaria para hablar de los “faros giratorios de los celos”, del pensamiento y el sentimiento sobre el sueño y las relaciones sociales, sobre la apariencia y la realidad, la imaginación y el tiempo, el amor y la soledad, la homosexualidad y la creación artística, la enfermedad y la muerte.

Esas líneas de fuerza que atraviesan la serie y la sostienen como columnas vertebrales del mundo complejo y prodigioso que creó Proust como uno de los monumentos literarios más memorables de la historia de la literatura, están presentes también en Albertine desaparecida.

Con intensidad emocional, densidad narrativa e inigualable brillantez verbal, la conciencia existencial del tiempo perdido se transforma en experiencia de búsqueda, en tiempo recobrado en un entramado circular, en propuestas de salvación a través de la memoria y la literatura.

El descubrimiento del mundo, el despertar sexual, los celos y la muerte, la aristocracia de los Guermantes, la homosexualidad, el refinamiento y la melancolía en París y en Combray, las ilusiones perdidas y la decadencia irreversible de un mundo que muere, reflejada a través del snob Swann y el barón de Charlus, de Odette y Albertine. Un pasado en el que la memoria superpone ficción y realidad, igual que se superponen lo consciente y lo subconsciente, la voz del narrador y la del autor y los tiempos distintos en los que viven.

Con el amor, el tiempo y el deseo al fondo, el mundo se queda al otro lado de la habitación forrada de corcho en la que escribía Proust, con su insuperable capacidad estilística para crear atmósferas y monólogos interiores de una lentísima elegancia en los que se refleja la languidez espiritual que inunda su estilo.

Porque la verdadera vida, la única vida vivida con intensidad es la literatura, concluirá Proust en la novela final, El tiempo recobrado, que cierra un círculo temporal para regresar al punto de partida de la serie, al momento narrativo en que confluyen el tiempo del narrador y el tiempo narrado, desde la primera frase de Albertine desaparecida:

¡Y así, lo que me figuraba que no suponía nada para mí, representaba ni más ni menos que toda mi vida!

Y todo eso, ya tan cerca del final, está en los dos inolvidables capítulos de esta obra, una memorable novela construida con la creciente intensidad de una partitura musical interpretada estilísticamente con la brillantez pasmosa de un virtuoso de la palabra, la narración, el tono y el ritmo.

Una lección narrativa que compendia todas las virtudes literarias de Proust, dueño de un irrepetible y retrospectivo universo literario en sus postrimerías.

Santos Domínguez