7/11/14

Adonis. Zócalo



Adonis.
Zócalo.
Prólogo de Ernesto Lumbreras.
Traducción de Clara Janés.
Vaso Roto. Madrid, 2014.

Con un amanecer mexicano en el que comienza un vagabundeo en profundidad arranca la andadura de Adonis en Zócalo, el último libro del poeta sirio que edita en español Vaso Roto con traducción de Clara Janés y prólogo de Ernesto Lumbreras.

Escrito en francés y publicado el año pasado, Zócalo es un libro de vagabundeos y exploraciones que confluyen en esa plaza que es no solo un lugar de encuentros, sino un aleph en el que concurren tiempos distintos y espacios diversos convocados por la voz potente y la palabra visionaria de Adonis, que empezó a escribir estos textos durante un viaje a México en abril de 2012.

Está aquí el México abrumador de las multitudes y las avenidas y el México precolombino de los mayas y las ruinas, la relación entre el hombre y el universo, el agua y el fuego, la reflexión histórica y la propuesta ética con un hilo conductor que aparece desde el primer verso (El sol ama los caminos de los mayas) hasta el último (El sol ama los caminos de los mayas).

Un verso que recorre las páginas del libro convertido en un mantra que unifica sus 96 secuencias en un solo poema unitario en el que se representa el mundo de la naturaleza y el de la civilización, se invoca la vida, se evoca la cultura y se defiende la diversidad (en un principio era el plural) frente a la intolerancia del integrismo monoteísta:

Hay profetas que besan los muros y la lengua descubre sus carceleros.

Con su mirada crítica, sus versos torrenciales y su palabra celebratoria, Adonis completa una lección de tolerancia y propone una lectura simbólica de la realidad intemporal (Lo eterno necesita de lo efímero) en la que se difumina el tiempo en los museos y en la piedra de sol y la figura de Paz flota en las páginas de este libro en que se suceden Trotsky y Frida Khalo, el Museo de Antropología (me desplazo entre sus salas como si leyera el cielo y la tierra en un mismo libro), los mayas y sus dioses solares (¿nos dirás, sol, dónde se  conservan los archivos de la eternidad?), las calles y las estatuas, la palabra y el dios de la lluvia, la plenitud armónica del mundo: Unos hilos me unen a los cuatro puntos del universo, a la sombra de los mayas y a la del cedro mexicano.

Porque quien habla aquí es un hombre que mira al mundo y dialoga con la realidad, la cultura y la historia en busca de respuestas:

¿En qué apoyarme?
¿En la cuadratura del cero, en el triángulo del deseo, en las pirámides del aire o en los campamentos de la historia? ¿En los vientos que se evaporan de los cementerios o en una tórtola hambrienta?  ¿Tiene la flor al fin un hueco por cuello? ¿No es la mariposa lo mismo que una llama?
¿Debo preguntar cómo acabará este mundo o cómo ha empezado este infierno?
Cómo hacerme amigo de los lobos, matar esta humanidad agazapada entre mis garras.
Mi vista ajustada a mi visión y ésta a aquélla, acompaño en su país al perfume de una rosa muerta.
Las heridas humedecen el vestido de un cielo pobre que aprende a cantar con nosotros:
El pájaro está de paso
La jaula no tiene fin.

El sol ama los caminos de los mayas.

Como señala en su prólogo Ernesto Lumbreras, “el ojo y el pensamiento que rigen el discurso lírico son los de la memoria del poeta y de la tribu. Adonis necesita «vagabundear en profundidad» para ordenar su inventario del mundo. Las calles de la Ciudad de México, las ruinas mayas, el Museo de Antropología o la Casa de León Trotsky se resuelven en el heideggeriano claro de bosque donde todos los tiempos convergen, propiciando un fértil juego de correspondencias o de recapitulaciones donde la historia o la arqueología han cedido su puesto al orbe de la poesía”. 

Por eso Zócalo no es un diario de viaje, ni un elogio sentimental del pasado, sino el fruto verbal de un viaje interior y de una mirada extranjera que se asombra o de una mirada universal que se conmueve y utiliza esa experiencia como palanca para ir más allá en el conocimiento del mundo y de sí mismo, de sí mismo en el mundo, entre el tiempo y el vacío, entre la muerte y la eternidad:

En este momento el aire está en duelo.
Mi mirada se desplaza sobre la tapa de lo real desde que he cedido mi visión a la luz de las leyendas.
Las imágenes que ignoran el mutismo se expresan sólo en cuchicheos.
Cerezas negras son los ojos
Puentes de polvo los pasos.
¿Por qué esta incapacidad para no embriagar a la época sino con jarras de sangre y partículas de átomo?
¿Por qué no saber bailar sino sobre cadáveres de nuestros amigos y amados?

El sol ama los caminos de los mayas.

Santos Domínguez