28/1/15

Marga


Marga. 
Edición de Juan Ramón Jiménez.
Prólogo de Carmen Hernández-Pinzón.
Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2015.

Qué dulce es el amanecer del día último, anotaba Marga Gil Roësset en su diario. Y añadía en esa noche última en la que ya había tomado la decisión de suicidarse por el amor sin correspondencia de Juan Ramón Jiménez:

Pero en la muerte, ya nada me 
separa de ti... solo la muerte
... ... solo la muerte, sola... y, 
es ya... vida ¡tanto más cerca así
... ... muerte... cómo te quiero!

Con suicidarse ha descompuesto mi vida, afirmaba Juan Ramón Jiménez poco después de la muerte de aquella joven artista plástica de 24 años que se suicidó el 28 de julio de 1932. 

Aquella misma mañana había visitado al poeta, como venía haciendo casi con regularidad desde unos meses antes, y le había dejado en la mesa unas cuartillas que contenían el diario del amor imposible de aquella muchacha enamorada que ya había decidido suicidarse horas después.

Juan Ramón decía de ella que llevaba el alma fuera, el cuerpo dentro, la describió como Amarga. Persa. Fuerte, viril le dedicó algunos poemas (¡Qué solo suena el tiempo rojo y verde / contra tu comenzada ausencia eterna!) que se reproducen en esta edición y guardó aquel diario en una carpeta que tituló Marga 

Era un diario desconocido por la familia de la joven artista, como explica su sobrina Marga Clark en la semblanza que reivindica su memoria. Juan Ramón dejó preparado para su publicación aquel material con el que deseaba homenajear a la mujer que se quitó la vida por él, pero la complicada peripecia de la carpeta que contenía el proyecto frustró su realización hasta esta edición que acaba de publicar la Fundación José Manuel Lara en un volumen cuidado por Carmen Hernández-Pinzón que se completa con abundante material gráfico, fotografías y manuscritos y con poemas y textos en prosa de Juan Ramón y de Zenobia, a quien la artista le pide perdón en una carta que comienza así: Zenobita… vas a perdonarme… ¡Me he enamorado de Juan Ramón!

Es un diario atravesado por la admiración sin límites al poeta y al hombre y escrito en un estilo que recuerda mucho o imita abiertamente al Juan Ramón de la Segunda Antología:

Me parece que tendré que morirme triste, sin beso, ni corazón, ni voz de plata, ni versos.

Qué bruma, densa noche negra, noche enferma, cuando siento que apenas si te importo

Se te adentra en el alma por los ojos... manos... boca... parece que soy yo la que amanezco, azul y nueva...

Fue un triángulo raro en el que se mezclaron los destinos del poeta, de la joven escultora enamorada y de Zenobia, que recordaba sus trágicos ojos sombríos. Una mezcla explosiva de idealización y erotismo, de pasión posesiva y admiración estética, de arte y carnalidad, que interrumpió un disparo en la sien. La decisión se la explica a su hermana en una carta de despedida: Me he matado porque no podía ser feliz... y no quería no serlo.

Así evocaba Juan Ramón su último recuerdo de Marga en uno de los textos que incluye esta edición:

Estaba en la mesa de operaciones. Un tiro en la cabeza, con la belleza no destrozada, descompuesta. Su mano estaba caliente, latía su pulso. Sangre a borbotones porla boca, la frente vendada de gasa. Una mirada ancha, dilatada, salida, ¿sin ver?

Santos Domínguez