2/3/15

El gran misterio de Bow


Israel Zangwill.
El gran misterio de Bow.
Traducción de Ana Lorenzo.
Ardicia. Madrid, 2015.


Todo empieza en Londres, en un amanecer invernal con niebla. Un sindicalista aparece asesinado a puñaladas en el cuarto de una pensión en el barrio pobre de Bow. A partir de ahí, El gran misterio de Bow, de Israel Zangwill, desarrolla una intriga creciente en torno a la torpe investigación oficial del inspector Wimp y a otra paralela, mucho más orientada en su lógica deductiva, del policía retirado George Grodman. 

Y personajes como la señora Drapdump, dueña de la pensión en la que el muerto convivía con otro sindicalista sospechoso del crimen, un poeta, un filántropo, un posible móvil amoroso o la desaparición del arma.

Con un espléndido manejo narrativo, están aquí los ingredientes del relato policial: la geometría del enigma, el astuto diseño de la trama, el humor sutil, el ingenio de Zangwill, su capacidad para la descripción de ambientes, la brillantez del planteamiento y del desenlace que destacó Borges.

Son algunas de las virtudes de una novela que, entre el cadáver inicial que exige el género y el desenlace imprevisto que lo remata, riza el rizo de la dificultad porque el crimen ha ocurrido en una habitación cerrada sin ningún posible acceso desde el exterior y no ha dejado pistas.

En sus páginas, varios personajes capaces de sostener la mirada y la atención del lector y un narrador que crea una espiral de intriga para hacerle intervenir activamente en la narración aventurando explicaciones al cómo, quién y por qué del crimen, acompañando al detective, usurpando su lugar o anticipando claves del misterio.

Aunque, señala Zangwill en la nota final, “el misterio que el autor siempre asociará con este relato es el de cómo consiguió cumplir el encargo de llevarlo a cabo.”

Con su inconfundible aire inglés, El gran misterio de Bow, que se publicó por entregas entre 1891 y 1892, es un eslabón entre las narraciones policiales de Poe y las novelas de Conan Doyle, un clásico poco conocido pero lleno de interés y sutileza que recupera Ardicia con una estupenda traducción de Ana Lorenzo.

Santos Domínguez