11/3/15

Horacio Quiroga. Cuentos fantásticos


Horacio Quiroga.
Cuentos fantásticos.
Selección y prólogo de
Toni Montesinos.
Hermida Editores. Madrid, 2015.

Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / y así como en tus cuentos, no está mal; / un rayo a tiempo y se acabó la feria…

Con esos versos evocaba Alfonsina Storni el suicidio de Horacio Quiroga en 1937, que ella no tardaría mucho en imitar.

Lo recuerda Toni Montesinos en el espléndido prólogo -Una lágrima de vidrio- con el que presenta la selección de Cuentos fantásticos que ha preparado para Hermida Editores.

Y es que toda la obra narrativa de Horacio Quiroga está atravesada por lo que Montesinos llama acertadamente una pulsión mortífera que afectó no sólo a sus personajes sino a su propia vida. Por eso no es una casualidad que sus modelos literarios y vitales fuesen personalidades tan autodestructivas como Poe o Dostoievski.

En una época en la que el tardorrealismo y el modernismo propendían a la malversación verbal y a la ampulosidad de la frase, el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) da en cada página una lección de economía lingüística y de alto rendimiento expresivo, de eficacia en el uso del diálogo y las descripciones y de astucia en el arte de la elipsis. Rasgos que estaban presentes en Maupassant, uno de sus maestros reconocidos.

Dotada de ese despojamiento estilístico, su frase directa, escueta y nerviosa está presente en párrafos como este, de La miel silvestre:

Benincasa había sido ya enterado de las curiosas hormigas a que llamamos corrección. Son pequeñas, negras, brillantes, y marchan velozmente en ríos más o menos anchos. Son esencialmente carnívoras. Avanzan devorando todo lo que encuentran a su paso: arañas, grillos, alacranes, sapos, víboras, y a cuanto ser no puede resistirles. No hay animal, por grande y fuerte que sea, que no huya de ellas. Su entrada en una casa supone la exterminación absoluta de todo ser viviente, pues no hay rincón ni agujero profundo donde no se precipite el río devorador. Los perros aúllan, los bueyes mugen, y es forzoso abandonarles la casa, a trueque de ser roído en diez horas hasta el esqueleto. Permanecen en el lugar uno, dos, hasta cinco días, según su riqueza en insectos, carne o grasa. Una vez devorado todo, se van.

Es uno de los nueve relatos en los que la soledad, el amor como pulsión destructiva, la muerte o la locura como variante de lo fantástico se convierten en temas de una presencia tan inquietante como persistente.

Un ejemplo, el desenlace de uno de sus cuentos imprescindibles, El almohadón de pluma:

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

Quiroga convirtió su vida en literatura. Y pese al carácter fantástico de muchos de sus relatos, proyectó en ellos y en sus personajes muchas de sus actitudes y de sus experiencias.

Para él, los cuentos se deben alimentar desde el interior de su autor. Se lo explicaba a Norah Lange en una carta que se recuerda en el prólogo: "Tal vez sea el cuento la forma de arte para la que se requiere más acumulación de sentimientos propios; sentidos casi en carne propia."

Quizá de ahí proceda la intensidad de sus textos y la vitalidad intemporal de su prosa, sostenida en la fuerza que le da la pasión desesperada que derrochó en todo lo que hizo, en todo lo que escribió.

Como Poe, como Dostoievski, Quiroga combinó la irracionalidad controlada de sus textos alucinados con una reflexión constante sobre la técnica narrativa. Por eso es un acierto incorporar en esta edición cinco artículos en los que el narrador uruguayo aborda los mecanismos del cuento.

En el más conocido de esos textos, el Manual del perfecto cuentista, Quiroga resume la importancia del desenlace, que como enseñó Poe, debe ser el cimiento constructivo y el punto de partida del relato:

Comenzaremos por el final. Me he convencido de que, del mismo modo que en el soneto, el cuento empieza por el fin.

Santos Domínguez