17/10/16

La historia de la escritura


Ewan Clayton.
La historia de la escritura.
Traducción de María Condor. 
Siruela. El Ojo del Tiempo. Madrid, 2016 

Por lo que se refiere a la palabra escrita, nos encontramos en uno de esos momentos decisivos que se producen raras veces en la historia de la humanidad. Estamos presenciando la introducción de nuevos medios y herramientas de escritura. No ha sucedido más que dos veces en lo concerniente al alfabeto latino: una, en un proceso que duró varios siglos y en el que los rollos de papiro dejaron paso a los libros de vitela, en la Antigüedad tardía; y otra, cuando Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles y el cambio se difundió por toda Europa en una sola generación, a finales del siglo XV. Y ahora, el cambio significa que durante un breve periodo muchas de las convenciones que rodean a la palabra escrita se presentan fluidas; somos libres para imaginar de nuevo cómo será la relación que tendremos con la escritura y para configurar nuevas tecnologías. ¿Cómo se verán determinadas nuestras elecciones? ¿Cuánto sabemos del pasado de este medio? ¿Para qué nos sirve la escritura? ¿Qué herramientas de escritura necesitamos? Tal vez el primer paso para responder a estas preguntas sea averiguar algo del modo en que la escritura llegó a ser como es.

Con ese párrafo abre Ewan Clayton su magnífico ensayo La historia de la escritura, que publica Siruela en su colección El Ojo del Tiempo con traducción de María Condor. 

Calígrafo, monje, profesor de diseño tipográfico, Ewan Clayton propone en los doce capítulos de este volumen un recorrido por la evolución del alfabeto latino y de la escritura, por sus distintos soportes e instrumentos: desde el pincel de punta cuadrada hasta los programas de diseño de tipografía digital pasando por la pluma de caña o de ave; desde los rollos de papiro al papel y a la imprenta, a las máquinas de escribir y alos procesadores de texto pasando por las tablillas de cera o los manuscritos medievales en códices de pergamino. 

Un proceso evolutivo en el que la caligrafía se convierte en eje de un estudio que presenta las diversas etapas de la historia de la escritura como herramienta del conocimiento del mundo y del ser humano. Desde el trazo al diseño, desde el pulso artesanal del copista a los tipos móviles de Gutenberg y al diseño por ordenador, se aborda en estas páginas la importancia decisiva de la imprenta en el Renacimiento y en la Revolución Francesa, la creatividad tipográfica en los carteles publicitarios o en los periódicos. 

Porque, más allá de una mera historia de la escritura, este es un espléndido recorrido por la historia de la cultura y la literatura, por la evolución de la tecnología de la escritura y el diseño gráfico. Pero también una historia de las emociones y del pensamiento como formas de expresión y construcción del yo en un relato construido en torno a tres ejes de referencia: el desarrollo de la caligrafía y la tipografía, la evolución de la tecnología de la escritura y el contexto histórico, social y cultural del que forma parte.

Tres perspectivas que se van entecruzando en una cuidada edición ilustrada con abundantes imágenes explicativas para tejer un estudio panorámico, minucioso y documentado, pero ameno a la vez de la evolución de la escritura, que –señala Ewan Clayton en el último capítulo, El artefacto material- es mucho más que una mera reproducción del habla. Algunos elementos de la letra –guión, colores, cambios de estilo, de la romana a la itálica o a la gótica- no guardan ninguna relación directa con el habla y, desde luego, hay muchas cosas que la escritura tiene que pasar por alto: entonación, velocidad, subidas y bajadas de volumen, la interacción del habla y la expresión facial, así como la alianza del habla con los gestos, en una interrelación de signos coreografiados que discurren entre el hablante y el oyente. La escritura no capta nada de esto. 

Pero la escritura hace algo que no hace el habla. Comunica por medio de diversos sentidos, color, forma, peso, textura. Tiene también una relación distinta con el tiempo. Puede dejar un sustrato que perdure un largo periodo, a menudo mucho más amplio que la vida del autor. Puede recorrer físicamente grandes distancias, puede configurarse colectivamente y “continuar” mucho más tiempo del que alguien es capaz de hablar sin pausa. Es posible volver a ella. Se le pueden integrar ilustraciones. Puede ordenar cosas visualmente, en formas tabulares, radiales o inclusivas, lo que es difícil de hacer en el lenguaje hablado; no existe ningún equivalente auditivo del sumario de un libro ni del índice analítico. La escritura participa en la manera en que entendemos nuestras relaciones y construimos y coordinamos nuestras instituciones, que inician su andadura precisamente en ese punto en el que las cosas devienen demasiado extensas (como en la fábrica del siglo XIX) o demasiado complejas (la enciclopedia) para que el habla funcione de manera eficaz.

Santos Domínguez