4/11/16

Weldon Kees. El club del crimen



Weldon Kees.
El club del crimen.
Selección y traducción de Ezequiel Zaidenwerg.
Prólogo de Dana Gioia.
Vaso Roto. Madrid, 2016. 

AL NORTE

Si yo, como otros en sus madrigueras,
hallara una parcela del pasado
para elogiar, posiblemente habría
sustitutos del ruido y de las manchas
borrosas: el confort del aislamiento,
asegurado, estricto, que nos nutre
cuando la luz expira sobre el vidrio;
pero la mente tiene que agacharse,
desconfiada, cambiar de dirección
y concentrar en una luz idiota
los días de otros azotes o de exilios
y enfermedades en que los horrores
de la historia, que van de las cavernas
pasando luego por los campamentos
hasta los ataúdes del mañana,
se queman hasta la última ceniza.

¿Y la tumba del Tiempo, dónde está?
¿La descomposición, qué aspecto tiene?
Una herradura, huesos blancos, árboles
sin vida, fríos hemisferios, moho
seco y una ola azul que al mediodía
baña unas costas que no habrás de ver.

Es un poema del norteamericano Weldon Kees, que vivió entre 1914 y 1955. Tenía 41 años cuando dejó su coche, el 18 de julio de 1955, con las llaves puestas a la entrada del Golden Gate Bridge de San Francisco. Desde entonces se pierde su pista y se empieza a disolver también el rastro de un autor de existencia problemática que hizo compatible el talento y la infelicidad, las drogas con la escritura y el alcohol con su carácter ciclotímico.

Casi desconocido en Estados Unidos, apenas representado en antologías colectivas, Vaso Roto publica en edición bilingüe El club del crimen, una selección de sus mejores poemas.

Una amplia antología con selección y traducción de Ezequiel Zaidenwerg que va precedida a manera de prólogo de un estudio introductorio de Dana Gioia, el primer ensayo que reivindicó la importancia de la poesía de Kees y abordó las características temáticas y estilísticas de una obra de “intensidad directa y emotiva”, escrita con “una sorprendente claridad.” 

Había nacido en  Nebraska en 1914 y, aunque su obra se reduce a tres libros, desde el primero de ellos, El último hombre (1943), Kees se expresa con una voz formada, dura, desesperanzada y amarga, con una capacidad narrativa y un tono conversacional que facilita la aproximación del lector a su mundo sombrío.

Desde ese primer libro hasta los poemas póstumos que aparecieron por primera vez en la recopilación de su obra poética en 1960, Weldon Kees es un “visionario del apocalipsis contemporáneo” que proyecta el “pesimismo cósmico” -del que habla Dana Gioia en su introducción- en el paisaje desolado de su poesía, en sus atmósferas opresivas y grises, en el desorden y la violencia que reflejan sus textos.

A eso mismo aludía Kenneth Rexroth cuando decía de Kees que “vivía en un permanente y desesperado apocalipsis.” “Hay poetas contemporáneos –añade la prologuista- más modernos que Kees, pero ninguno de ellos parece más fiel a la vida moderna. Escribió acerca del mundo ruidoso en el que estamos atrapados, acerca de los ruinosos paisajes que nos rodean, usando las sórdidas imágenes con los que nos enfrentamos a diario. Muchos escritores trataron de convertir esos fragmentos en arte, pero pocos tuvieron la energía imaginativa necesaria. Kees la tuvo. Es el poeta que nuestra época merece, lo quiera o no.”

Y como muestra de su realismo amargo, de su profético pesimismo sin salida y desesperado, este texto desolador, Para mi hija: 

En los ojos de mi hija, detrás de la inocencia 
de la carne matinal, veo indicios de la muerte 
que ella aún no sospecha. El más frío de los vientos 
agitó sus cabellos y maniató una red 
de algas sus manos ínfimas:. el pausado veneno 
de la noche, anodino e indulgente, impulsó 
la sangre por sus venas. Vi unos años ajados 
que podrían ser suyos: una muerte inminente 
en cierta guerra, verdes sus piernitas delgadas. 
O cómo, alimentada a base de odio, saborea 
el aguijón de la agonía de los otros; 
quizá es la novia cruel de un tonto o un sifilítico. 
Estas disquisiciones se agrian bajo el sol. 
No tengo hija. Ni deseo tenerla.

Santos Domínguez