3/5/17

Las almas muertas


Nikolái Gógol.
Las almas muertas.
Ilustraciones de Alberto Gamón.
Traducción de Marta Rebón.
Notas de Ferran Mateo.
Nórdica. Madrid, 2017.

Para celebrar los 100 números de su colección Ilustrados, Nórdica publica una estupenda edición conmemorativa de Las almas muertas, una novela que cumple este año 175 años.

Esa novela seminal, que Gógol subtituló Poema, apareció en 1842 para inaugurar la modernidad literaria en Rusia con una nueva mirada a los personajes y una manera innovadora de enfocar la realidad.

Con esas novedades en las descripciones de paisajes o en la caracterizació de los personajes, Las almas muertas se convierte en la primera gran novela rusa del siglo XIX, un siglo prolífico en grandes novelas de Dostoievski o Tolstói.

Protagonizada por el opaco Pável Chíchikov, un terrateniente venido a menos que se dedica a comprar fantasmas, centenares de almas muertas: los nombres de los siervos desaparecidos desde el último censo para obtener a cambio una serie de beneficios en el tiempo que transcurra hasta la actualización del registro.

Nabokov la entendió en su Curso de literatura rusa como el reflejo de las pesadillas de Gógol más que como un testimonio de aquella Rusia zarista de siervos y miseria, aunque reconoce que en aquella época “una amplia mayoría de la nación rusa vivía a la intemperie, bajo un velo de lenta nieve, al otro lado de los ambarinos ventanales.” Rusia era entonces –añadía Nabokov- “un país famoso por sus desdichas, famoso por la miseria de sus innumerables vidas humildes.” 

Y en ese contexto inevitablemente hay que situar esta novela, poblada por un enjambre de personajes que a veces no son más que caricaturas grotescas, pero otras son creaciones inolvidables, el brillante resultado de caracterizaciones individuales y de unos diálogos ágiles que perfilan las figuras de los terratenientes Nozdriov, excéntrico y juerguista; Sobakévic, voluminoso, lírico y glotón; el avaro Pliushkin y Manílov el sentimental; la del cochero Selifán, mentiroso compulsivo y borracho, o la de la señora Koróbochka, codiciosa viuda de un terrateniente.

Todo ese despliegue narrativo nos llega ahora refrescado y actualizado en esta nueva traducción de Marta Rebón e iluminado por las abundantes ilustraciones de Alberto Gamón, tan espléndidas como la de la portada, y por las oportunas notas de Ferran Mateo. 

Escrita con distancia, desde fuera de Rusia, con ironía crítica y con la tendencia a lo grotesco que aparece también en los relatos de Gógol, Las almas muertas es, además de un monumento narrativo, un fresco imborrable de aquella Rusia zarista, llena de nieve y de pobreza, que está en el fondo de toda la gran novela rusa del XIX.

Pero es también que, por encima de esas circunstancias espaciales y temporales, históricas o sociales, sigue hablando de la condición humana.

Por algo es un clásico.

Santos Domínguez