8/11/17

Chesterton. Temperamentos

G. K. Chesterton.
Temperamentos.
Traducción de Juan Antonio Montiel y Natalia Barbarovic.
Jus Ediciones. Barcelona, 2017.

Decía Alberto Manguel que "al leer a Chesterton nos embarga una peculiar sensación de felicidad. Su prosa es todo lo contrario de la académica: es alegre."

Al lector de Chesterton le espera siempre en sus páginas la inteligencia aguda y profunda de aquel cofrade glotón de la hermandad de las buenas letras, que no compartió con Mallarmé la angustia de la creación ni la inseguridad de la página en blanco.

Lo puede comprobar con estos Temperamentos que publica Jus Ediciones con traducción de Juan Antonio Montiel y Natalia Barbarovic.

Con su habitual perspicacia crítica, Chesterton abordó en esta espléndida obra un recorrido por la biografía y por la obra literaria de autores como William Blake, Byron, Charlotte Brontë, Stevenson o Tolstói. 

Además de su amplio e imprescindible tratado sobre William Blake, que ocupa las dos terceras partes del libro e incorpora un espléndido cuadernillo central de ilustraciones, el volumen contiene otros ocho ensayos sobre escritores, artistas y místicos, sobre cuatro temperamentos artísticos y cuatro temperamentos religiosos sobre los que Chesterton proyecta su mirada inteligente y luminosa.

William Blake (1757-1827), el eje de Temperamentos, es uno de los poetas más enigmáticos y asombrosos de la tradición occidental. Su intensa poesía fue una isla deslumbrante en el racionalismo del siglo XVIII, una profecía del irracionalismo romántico y de la actitud visionaria del superrealismo.

Chesterton trazó en su ensayo un retrato global y comprensivo del artista complejo que fue Blake, de sus problemáticas relaciones con los editores, de la convivencia en su figura y en su obra de lo oscuro y lo deslumbrante a la vez, de la inspiración y el caos, de lo disparatado y lo convencional, de un raro equilibrio, de una inusual coexistencia de lucidez y locura que el biógrafo resume en su estilo inconfundible: Blake no era, ni mucho menos, un poeta sentimental ni un místico bobalicón. Si era un loco, era también un hombre.

Esa mirada optimista y luminosa de Chesterton se proyecta sobre Byron, que lejos de ser un pesimista, pertenecía a una especie que podría llamarse la de los optimistas inconscientes; o sobre Charlotte Brönte y su épica del júbilo del hombre tímido. Es la mirada que exalta el valor de la imaginación en Stevenson, que murió con mil historias en el corazón.

El que escribe estas páginas es siempre un Chesterton profundamente  cordial y comprensivo, capaz de entender a un personaje como Savonarola o de definir el cristianismo de Tolstói como uno de los acontecimientos más dramáticos y emocionantes de nuestra civilización moderna.

Con ese optimismo invencible, escribe Chesterton estas líneas al final del ensayo sobre William Morris: este dolorido gris verdoso de la penumbra estética en la que ahora vivimos, a pesar de la opinión de los pesimistas, no es el gris de la muerte, sino el del amanecer.

Santos Domínguez