9/4/18

Lope de Vega. Cartas


Lope de Vega.
Cartas (1604-1633).
Edición de Antonio Carreño.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2018.

Como “una autobiografía a retazos” define Antonio Carreño las cartas de Lope de Vega en el prólogo a su edición anotada del volumen Cartas (1604-1633) que publica Cátedra Letras Hispánicas.

Se abre con una carta, fechada en Toledo el 14 de agosto de 1604, en la que Lope escribe: Yo tengo salud y toda aquella casa. Doña Juana está para parir, que no hace menores los cuidados. Toledo está caro, pero famoso, y camina con propios y extraños al paso que suele; las mujeres hablan; los hombres tratan; la justicia busca dineros; no la respetan como la entienden; representa Morales; silba la gente; unos caballeros están presos porque eran la causa desto (..) De poetas, no digo: buen siglo es este. Muchos están en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a Don Quijote. Dicen en esta ciudad que se viene la Corte a ella. Mire vuestra merced por dónde me voy a vivir a Valladolid porque, si Dios me guarda el seso, no más corte, coches, caballos, alguaciles, música, rameras, hombres, hidalguías, poder absoluto y sin putos disoluto, sin otras sabandijas que cría ese océano de perdidos, lomo de pretendientes y escuela de desvanecidos.

“Su valor –escribe Antonio Carreño en el prólogo- como testamento biográfico e histórico, y como documento literario, es innegable. Lope escribe de todo y lo hace a golpe de consejas y consejos, de comentarios y opiniones, de referencias cultas y de anécdotas picantes. De sus cartas se han valido las mejores biografías sobre el Fénix; las rigurosamente históricas y las novelescas.”

En pocos autores se funden vida y literatura tan intensamente como en Lope y por eso estas cartas componen un autorretrato involuntario construido desde la inmediatez de los hechos triviales del día a día: la intimidad de su compleja vida doméstica y familiar, los viajes, el ambiente teatral, los actores y sobre todo las actrices, los escritores y los amigos, las rivalidades literarias -hay dos cartas muy interesantes a Góngora sobre el valor literario de Las Soledades- y las envidias o las aventuras amorosas:

Llegando yo mozuelo a Lisboa, cuando la jornada de Ingalaterra, se apasionó una cortesana de mis partes, y yo la visité lo menos honestamente que pude. Dábale unos escudillos, reliquias tristes de los que había sacado de Madrid a una vieja madre que tenía; la cual, con un melindre entre puto y grave, me dijo así: “No me pago cuando me güelgo, escribía Lope de Vega en una carta de octubre de 1611 a su protector, el Duque de Sessa.

Casi todas estas cartas –más de trescientas- las dirigió Lope a lo largo de tres décadas al Duque, de quien fue secretario, confidente y consejero en asuntos amorosos. Entre chismorreos y consejos, alusiones a las enfermedades de su mujer, Juana de Guardo, y de su hijo Carlos Félix, la presencia constante de su amante Marta de Nevares  (Amarilis), rivalidades literarias, tercerías, noticias de la corte o quejas por las estrecheces económicas, contienen la compleja variedad de su biografía y registran la vida personal, literaria y amorosa del escritor, pero además reflejan el entorno social y cultural en que vivió Lope.

Así evoca las ferias que se celebraban en Madrid en una carta de 24 de septiembre de 1611, en la que informa al duque, desterrado entonces de la Corte:

Aquí han sido las ferias, menos que suelen, entretenidas. Sobran damas y faltan dineros. Los coches han crecido en número, pues antes los había por escuadras, ahora por legiones, como demonios, y para mayor embarazo traen añadidas dos bestias, que todo cuanto se intenta en el mundo es en aumento suyo. Vi al Duque, cuñado de vuestra excelencia. Está bueno y va con el de Pastrana. Ferié sus cortesías y volvime harto de ver bandas, colchas, zapatillas, medias, almonedas, rameras, libros, nueces, membrillos y melocotones.

O esta magnífica descripción del verano madrileño en una carta del 6 de agosto de 1611:

Ya refresca en Madrid, señor excelentísimo, con que amaina la furia de nadar las mujeres en el cuitado Manzanares. Cubiertos iban los caminos de borricos y jamugas; los sotos lo estaban de cantimploras y empanadas; el arroyo, de calientes ninfas revolcándose en más arena que aguas.


Santos Domínguez