19/12/17

Navidades de libro. Narrativa



Henry James.
Cuentos completos.
Volumen I
[1864-1878].
Edición de Eduardo Berti.
Editorial Páginas de Espuma. Madrid, 2017.

Terminada la edición de los Cuentos completos de Chéjov, Balzac o Marcel Schwob, Páginas de Espuma comienza otro ambicioso proyecto con la publicación de los Cuentos completos de Henry James, uno de los padres de la literatura contemporánea, un escritor que cumple el papel de bisagra entre la narrativa del siglo XIX y la del XX.

Se ha encargado de la edición Eduardo Berti, que señala en el prólogo que “era hora de ofrecer en castellano una versión cronológica y global de los numerosos relatos de James, que muchos consideran una de las cumbres de su producción personal e incluso una de las cumbres de la ficción escrita en Estados Unidos."

Acaba de aparecer el primero de los tres volúmenes que se ajustan a las tres etapas que se suelen distinguir en el desarrollo de su obra. Tres volúmenes que a lo largo de tres años reunirán en ediciones anotadas la totalidad de los relatos de James, casi cien cuentos -algunos inéditos en español- ordenados cronológicamente, lo que permite seguir la evolución de una narrativa en la que superficialmente no pasa nada, aunque bajo su superficie corre una caudalosa corriente subterránea.

En este primer tomo se reúnen los relatos de sus años de iniciación y formación, escritos entre 1864 y 1878 y publicados en revistas. Veintisiete cuentos que, entre “Una tragedia del error” y “El casamiento de Longstaff”, de alguna manera son una obertura en la que empiezan a perfilarse sus temas y la intensidad de su talento, que brilló especialmente en la distancia corta.

Está aquí en ciernes el mejor James, el escritor magistral que superó el realismo y se adentró en los abismos psicológicos de lo subjetivo con su capacidad analítica, proyectada en la asombrosa variedad de enfoques y matices que recorre su obra.

La relación entre vida y arte, entre ficción y realidad, la profundidad psicológica y la complejidad de los comportamientos humanos, la importancia del punto de vista frente a la ficción de la objetividad realista, la lentitud sin sorpresas ni efectismos, la incertidumbre, la importancia del matiz, la sutileza del análisis psicológico del personaje, la importancia del detalle, temas como el arte y el secreto, el fracaso o la pérdida de la inocencia, la ambigüedad, la frase larga, la hondura y el misterio, el flujo de conciencia y esa expresión ambigua a la que alude Eduardo Berti en un prólogo que contiene espléndidas introducciones a cada uno de los relatos, son algunas de las claves de estos cuentos que James escribió entre los 21 y los 35 años.

Aparecen en ellos comportamientos ilógicos y narradores engañosos o equivocados, diálogos intensos como los de 'Un día perfecto', pintores como el de 'La historia de una obra maestra' y espectros como los de 'La leyenda de ciertas ropas antiguas', su primer cuento de fantasmas, o 'El alquiler fantasmal', la inocencia perdida en 'Un hombre ligero', el conflicto entre lo europeo y lo americano en 'Benvolio', el uso magistral de la elipsis en 'Cuatro encuentros'.

Son los relatos de un Henry James cada vez más sutil y ambiguo, camino de convertirse en el autor refinado y magistral que controla todos los mecanismos del relato, juega con los narradores indirectos y bucea en lo más profundo de los personajes y en sus contradicciones, en la patología de la vida cotidiana; el escritor que ahonda en la soledad y en la tristeza, en las ilusiones y en la fatalidad, en la soledad de los vivos y los muertos, en la melancolía y en el espejismo imaginativo; el Henry James experto en elipsis y dueño de una calculada técnica narrativa. Un libro imprescindible.



El lector decadente.
Selección y prefacios 
Jaime Rosal y Jacobo Siruela .
Atalanta. Vilaür, 2017. 

“Me gusta la palabra ‘decadencia’ [...] Me sugiere pensamientos sutiles de extrema civilización, alta cultura literaria, un arma capaz de intensas voluptuosidades” escribía Paul Verlaine en 1888.

Lo recuerda Jacobo Siruela en el segundo de los prefacios -el dedicado a Inglaterra- de la espléndida antología de narrativa decadentista que publica Atalanta con el título El lector decadente y selección y prefacios del propio Jacobo Siruela y de Jaime Rosal, que explica que “el decadentista era un escritor de vuelta de todo, caracterizado por una enfermiza sofisticación en lo artístico, el equivalente al dandi en lo social, uno de cuyos modelos era Oscar Wilde.” 

El Decadentismo fue un fenómeno que se desarrolló en los años finales del siglo XIX y a principios del XX. Surgió en un mundo finisecular que se desmoronaba y en una sociedad en crisis y dejó en España su huella más significativa en la primera época de Valle-Inclán. 

Caracterizado por el refinamiento enfermizo, la artificiosidad y el exotismo orientalizante, por la tendencia autodestructiva de sus autores lúcidos y perversos, atraídos por los distintos abismos del alcohol y las drogas, el Decadentismo tuvo mucho de actitud, de postura y hasta de impostura. 

“El Decadentismo no puede definirse como un movimiento literario propiamente dicho, sino más bien como una forma de sentir”, explica Jaime Rosal. En sus actitudes convivieron la incertidumbre y la crueldad, la transgresión y el esteticismo diletante, la provocación y el irracionalismo sentimental, el hastío y el desprecio de la sociedad burguesa, lo morboso y lo canalla, el satanismo y la exquisitez. 

El lector decadente ofrece una amplia selección con catorce autores franceses –de Baudelaire a Lautréamont, de Barbey d'Aurevilly a Schwob, de Villiers de L'Isle-Adam a Mallarmé o a Mirbeau- y seis ingleses, entre ellos Oscar Wilde o Aubrey Beardsley, que firma también un buen número de las abundantes ilustraciones de este volumen, como las que preparó para la Salomé de Wilde o para su propia Historia de Venus y Tannhäuser. 

Fragmentos de El jardín de los suplicios de Mirbeau, varios de los póstumos Poemas en prosa de Baudelaire, una de las semillas de las que brotó la poesía contemporánea; uno de los Cantos de Maldoror de un Lautréamont visionario y provocador que explora el territorio del mal con pasión imaginativa y potencia verbal; la pasión autodestructiva de Pierre Louÿs; un Schwob imaginativo y extemporáneo, inventor de voces y de vidas y erudito evasivo; tres de las Divagaciones de un Mallarmé oblicuo y secreto; uno de los Cuentos crueles de De Villiers; un Barbey ambiguo y antimoderno; varios capítulos de A contrapelo, la novela de Huysmans que acabará convirtiéndose en manifiesto decadentista; una amplia muestra del mejor Wilde y su visión de la vida como obra de arte o un Crowley satánico y exhibicionista son algunos de los contenidos de este volumen, que ofrece una muy significativa muestra del que, en palabras de Jacobo Siruela, fue “uno de los primeros movimientos artísticos genuinamente modernos que reflejó en el espejo de la literatura el otro rostro (siempre variopinto) de la modernidad, tal como había empezado a hacer Baudelaire a mediados del siglo XIX.



Ramón del Valle-Inclán.
El ruedo ibérico.
Edición de Diego Martínez Torrón.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2017.

El reinado isabelino fue un albur de espadas: Espadas de sargentos y espadas de generales. Bazas fulleras de sotas y ases.

Con esa viñeta comienza Aires nacionales, el primero de los diez libros que componen La corte de los milagros, la primera entrega de El ruedo ibérico. Esas mismas líneas volverán a repetirse al final del capítulo, lo que completa un diseño circular acorde con el título de la serie y con la meditada estructura que diseñó Valle para todo el ciclo.

Cátedra Letras Hispánicas publica El ruedo ibérico en edición anotada de Diego Martínez Torrón, que en su estudio introductorio lo define como “la obra cumbre de la narrativa universal del siglo XX. Una obra maestra que parece escrita para un lector lector/a de otro siglo posterior.”

Un ciclo que –añade- se caracteriza por “una perfecta técnica narrativa”, “un estilo inigualable” y “un retrato de la época que abarca desde las clases altas de la corte a las clases bajas de la sociedad.”

Fue el más ambicioso de los proyectos literarios de Valle-Inclán, el más sostenido en el tiempo y, a pesar de que el plan quedó inconcluso, a la escritura del ciclo novelístico El ruedo ibérico le dedicó una constancia poco frecuente en él. 

En 1923 ya había empezado a hablar de una serie narrativa sobre el siglo XIX y pocos días antes de su muerte el 5 de enero de 1936 seguía trabajando en el ciclo que había proyectado en nueve novelas organizadas en tres series ternarias que iban a abarcar desde las vísperas revolucionarias de 1868 a la muerte de Alfonso XII -Los amenes de un reinado, Aleluyas de la Gloriosa y La Restauración borbónica-, aunque el ciclo se interrumpiría en agosto de 1868, antes de la Revolución de septiembre, la Gloriosa

Con una historia textual laberíntica, pues la publicación de fragmentos en periódicos anticipaban o seleccionaban fragmentos, en 1927 apareció en libro la primera novela –La corte de los milagros- y el año siguiente Viva mi dueño. El proyecto se truncó en la tercera novela –Baza de espadas-, de la que Valle dejó terminado sólo el primer libro -Vísperas setembrinas-, que no se publicó hasta 1958. 

Organizadas en libros formados por breves estampas, viñetas o cromos expresionistas, las novelas de El ruedo ibérico son una muestra depurada de la técnica del esperpentismo: la perspectiva cenital, la ironía, la degradación de los personajes, héroes o villanos reflejados en espejos cóncavos y rebajados a la condición de peleles o animales, la mirada distanciada, la visión crítica de la realidad y sobre todo la potencia de su elaboración estilística se imponen a un dudoso afán cronístico o documental:

Los héroes marciales de la revolución española no mudaron de grito hasta los últimos amenes. Sus laureadas calvas se fruncían de perplejidades con los tropos de la oratoria demagógica. Aquellos milites gloriosos alumbraban en secreto una devota candelilla por la Señora. Ante la retórica de los motines populares, los espadones de la ronca revolucionaria nunca excusaron sus filos para acuchillar descamisados. El Ejército Español jamás ha malogrado ocasión de mostrarse heroico con la turba descalza y pelona que corre tras la charanga.

Y esa perspectiva astral propia del esperpento permite componer un mosaico narrativo de multitud de personajes grotescos en escenarios descoyuntados, como en esta viñeta de Cartel de ferias, la parte central de Viva mi dueño:

En la llanura fulgurante, el villaje ancho y decrépito. Fuera de bardas, el gitano aduar. Sobre un cerro de retamares la mina del castillo. Triscan las cabras, y el pastor remontado en la sombra de la ruina, hace calceta.—En Solana del Maestre, como por todo aquel ruedo, las ferias aparejan siempre prematuros calores, y prosperan las alegrías del jarro. Por aquellos días, nunca faltaba el Trueno Madrileño en Los Carvajales. El Marqués de Torre-Mellada —parasol de alpaca, uniforme con espadín, sombrero apuntado—, entre un juez y un alcalde, los murguistas detrás, las vaquillas de la capea por delante, presidía, año tras año, la Ceremonia de los Verdes.


Ramón del Valle-Inclán.
Sonatas.
Ilustraciones de Víctor López-Rúa.
Edición de Luis Alberto de Cuenca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2017.

“Las Sonatas de Valle-Inclán son la mejor, y acaso la única, muestra de literatura plena y profundamente décadente de las letras hispanas. Atrevidas y audaces, nos hacen discurrir por un universo trazado a la medida de un personaje, el Marqués de Bradomín", escribe Luis Alberto de Cuenca en el prólogo de la espléndida edición ilustrada por Víctor López-Rúa de las Sonatas de Valle-Inclán.

Las publica Reino de Cordelia con el texto fijado por Luis Alberto de Cuenca a partir de  la última versión corregida por Valle, la edición de 1933 en Rivadeneyra, para ofrecer al lector –señala en el prólogo-  “un texto limpio, nítido, claro, listo para acoger tanto al entusiasta de las Sonatas como a quien todavía no las conozca. Un texto que dirige su flecha ecdótica del siglo XXI al corazón de uno de los libros más hermosos de la literatura universal, coincidiendo con el octogésimo primer aniversario de la muerte de su autor.”

Se reúnen así en un volumen muy cuidado las cuatro Sonatas –Primavera, Estío, Otoño e Invierno- que Valle publicó entre 1902 y 1905 y que contienen las memorias amorosas del Marques de Bradomín, un irrepetible don Juan “feo, católico y sentimental.”

Desde la doble distancia que le dan a Bradomín el exilio y la edad, la Nota que Valle colocó al frente de las Sonatas explica que "estas páginas son un fragmento de las Memorias Amables que, ya muy viejo, empezó a escribir en la emigración el Marqués de Bradomín. Un Don Juan admirable. ¡El más admirable tal vez!
Era feo, católico y sentimental…"

Los jardines italianos de la Sonata de Primavera, la caliente tierra mexicana de la Sonata de Estío, los brumosos pazos gallegos de la Sonata de Otoño y la Navarra de la guerra carlista en la Sonata de Invierno sirven de telón de fondo a las memorias amables y escandalosas de Bradomín, a sus recuerdos de la novicia María Rosario en los ambientes vaticanos, de la Niña Chole en las llanuras de Tierra Caliente, de una Concha a punto de morir en el palacio de Brandeso o de María Antonieta en la corte estellesa.

Cuatro estaciones, cuatro edades del marqués, cuatro paisajes, cuatro mujeres sobre un fondo estilizado de jardines y conventos, palacios y salones, obras de arte y armonías musicales que crecen en la prosa rítmica de las Sonatas, cima del Modernismo, y en la sensorialidad de su lengua exuberante y su erotismo refinado:

“Anochecía, cuando la silla de posta traspuso la Puerta Salaria y comenzamos a cruzar la campiña llena de misterio y de rumores lejanos. Era la campiña clásica de las vides y de los olivos, con sus acueductos ruinosos, y sus colinas que tienen la graciosa ondulación de los senos femeninos. La silla de posta caminaba por una vieja calzada: las mulas del tiro sacudían pesadamente las colleras, y el golpe alegre y desigual de los cascabeles despertaba un eco en los floridos olivares. Antiguos sepulcros orillaban el camino y mustios cipreses dejaban caer sobre ellos su sombra venerable.
La silla de posta seguía siempre la vieja calzada, y mis ojos fatigados de mirar en la noche, se cerraban con sueño. Al fin, quedeme dormido y no desperté hasta cerca del amanecer, cuando la luna, ya muy pálida, se desvanecía en el cielo. Poco después, todavía entumecido por la quietud y el frío de la noche, comencé a oír el canto de madrugueros gallos, y el murmullo bullente de un arroyo que parecía despertarse con el sol. A lo lejos, almenados muros se destacaban negros y sombríos sobre celajes de frío azul. Era la vieja, la noble, la piadosa ciudad de Ligura.”

Así empieza la Sonata de Primavera, la primera de cuatro obras  maestras. “No puede acumularse en ellas –escribe Luis Alberto de Cuenca- una brizna más de belleza, no cabe más encanto ni más capacidad de seducción auditiva en sus páginas, no puede soportarse tanta perfección (...) Y es que en la literatura española de los últimos ciento cincuenta años no hay nada comparable a las Sonatas de don Ramón del Valle-Inclán.”



Augusto Roa Bastos.
Yo el Supremo
Real Academia Española 
y Asociación de Academias de la Lengua Española.
Alfaguara. Madrid, 2017.

Para celebrar el centenario del nacimiento de Augusto Roa Bastos la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española patrocinan la publicación en Alfaguara de la edición conmemorativa de la que es sin duda la novela más importante del autor paraguayo, Yo el Supremo, una obra fundamental también de la novelística latinoamericana.

Casi simultánea, aunque un poco anterior a El recurso del método y a El otoño del patriarca, con Yo el Supremo la novela de dictador alcanza su valor literario más alto.

Inspirada en la figura de José Gaspar Rodríguez de Francia, autoproclamado Supremo dictador perpetuo de la República del Paraguay entre 1816 y 1840, Yo el Supremo es una reflexión sobre el poder absoluto, una novela que integra materiales narrativos y ensayísticos, históricos y mitológicos, porque aquí el tiempo mítico se superpone al tiempo histórico.

Imaginación y documentación conviven, como el castellano y el guaraní, en las páginas de esta novela brillante y exigente, en la que una enorme potencia verbal se pone al servicio de la disección del poder absoluto, cuyo objetivo es instaurar el discurso único del dictador y eliminar la disidencia.

Sobre ese proyecto y sobre su fracaso gira toda la novela: frente al pasquín subversivo  del comienzo, la circular perpetua; y frente a la monodia, la polifonía de narradores, el despliegue de voces que articulan el sentido de la novela y vertebran su estructura.

Además de una reflexión sobre el poder absoluto, Yo el Supremo es también una indagación sobre la escritura y sus límites,  sobre la libertad y la realidad a través de la búsqueda del autor del pasquín y de la escritura alucinada del propio dictador que dicta a su secretario-escriba, Policarpo Patiño.

Como en el resto de los títulos de la colección, enmarcan la edición del texto un conjunto de estudios monográficos y ensayos breves con distintas aproximaciones críticas a la narrativa de Roa Bastos y a Yo el Supremo: un análisis de sus aspectos formales, su trama y sus características genéricas, sus voces narrativas y su punto de vista, su concepto del tiempo o su complejo andamiaje novelístico. 

Completan el volumen, además de una breve cronología de hechos históricos citados en la obra, un útil glosario y un índice onomástico.



Arturo Úslar Pietri.
Oficio de difuntos.
Prólogo de Moisés Naím.
Drácena. Madrid, 2017.

Drácena recupera uno de los títulos esenciales de Arturo Úslar Pietri, Oficio de difuntos, una obra de madurez que publicó en 1976.

Úslar Pietri fue el primero que utilizó la expresión ‘realismo mágico’ para referirse a la narrativa hispanoamericana que estaban escribiendo Asturias, Carpentier y él mismo en los años treinta y cuarenta.

No fue esa la única relación entre los tres novelistas: los tres, aunque en fechas distintas, escribirían una novela de dictador: El señor presidente, El recurso del método y esta espléndida Oficio de difuntos, que es -en palabras de Moisés Naim en el prólogo de esta edición- “quizás la menos conocida de la serie de grandes novelas hispanoamericanas en este subgénero de dictadores (...) que han buscado explicar el mundo y la psicología de los caudillos y de sus víctimas, los pueblos que subyugan.”

Centrada en la figura de Juan Vicente Gómez, el sátrapa que gobernó Venezuela durante casi treinta años, entre 1908 y 1935, Oficio de difuntos es una sátira política, una meditación sobre el poder y la ambición y sobre el papel del intelectual.

La distancia irónica con que la escribió Úslar Pietri le evitó caer en la simplificación y en la caricatura para abordar la psicología del dictador y los mecanismos del poder a través de un personaje fundamental, el padre Solana, que puso su talento envilecido y temeroso al servicio del caudillo.

Es él quien abre y cierra la novela, el hilo conductor de un relato construido a partir del momento de la muerte del dictador -que aparece en la novela como el general Aparicio Peláez-, cuando Solana se ve obligado a redactar la oración fúnebre que tendrá que pronunciar en el oficio de difuntos ante el cuerpo muerto del general:

En la noche lo llamaron desde Tacarigua para darle la noticia. Demasiado breve, demasiado simple para comprenderla en toda su significación. “El general acaba de morir”. Fue una noche de callado pavor, de andar por la casa sin rumbo, de hablar solo, de rezar rosarios sin término, de despertar al fámulo para que lo acompañara, de pensar en los más diversos y disparatados medios de desaparecer y de huir. Disfrazarse, esconderse, refugiarse en una embajada, salir al extranjero. Temprano, en la mañana, después de aquella larga noche, vino la otra llamada. De parte del general encargado del poder ejecutivo, le participaban que había sido designado para decir la oración fúnebre en la misa de difuntos de cuerpo presente que se iba a celebrar al día siguiente, allá en Tacarigua, antes del entierro.

Y a partir de ahí se suceden los recuerdos, se superponen el presente y el pasado para reconstruir el proceso por el que llega al poder el dictador y las circunstancias que formaron su personalidad.

Ante el poder absoluto que representa el general Peláez, dos personajes, el padre Solana y el general rebelde Damián Dugarte, reaccionan de dos maneras distintas: con sumisión o con rebeldía y articulan la reflexión sobre la realidad política y social de la dictadura y sobre los mecanismos del poder.

Pero Oficio de difuntos, habitado por personajes que representan la cobardía y la corrupción, la crueldad y el valor, la astucia y la injusticia, funde lo personal y lo colectivo y va más allá del ámbito venezolano para trazar un poderoso mural de la realidad hispanoamericana.


Paul Metcalf.
Génova. 
Una historia de las maravillas.
Traducción de José Luis Piquero.
Hermida Editores. Madrid, 2017.

Algo más de medio siglo después de su primera edición en 1965, Hermida Editores publica Génova, que seguramente es la mejor novela del norteamericano Paul Metcalf (1917-1999).

Original y renovadora, Génova es una novela inclasificable y sorprendente, narrada por Michael Mills, un médico que no ejerce y trabaja en Indianápolis en la General Motors. La relación con su hermano Carl, ejecutado en una cámara de gas en Missouri por el asesinato de un niño, es uno de los motores de la novela, escrita para atender, afrontar, examinar, quizá, algunas de las otras obligaciones, como

Nota: Post mortem: comprender a mi hermano Carl
y
Nota: para los vivos, yo mismo y otros, descubrir lo que hay que curar, y por qué, como médico, no lo haré.

Con el relato se mezclan citas de obras y cartas de Herman Melville –bisabuelo de Metcalf-  y de los diarios de Colón, fragmentos que convierten la novela en un collage de citas y referencias, en un palimpsesto de la memoria y en una indagación sobre la monstruosidad el viaje y el sentido de la vida.

Viajes y viajeros reales y ficticios articulan en contrapunto la estructura de una novela deslumbrante en la que se funden la imaginación y la realidad, el espacio y el tiempo, la narración y el documento, el relato clásico y la ficción posmoderna para trazar una geografía del tiempo desde la metaficción de un narrador-protagonista en busca de explicaciones.




César González-Ruano.
Memorias.
Mi medio siglo se confiesa a medias
Prólogo de Manuel Alcántara 
Editorial Renacimiento. Sevilla, 2017.

En su Biblioteca de la memoria, Renacimiento reedita Mi medio siglo se confiesa a medias, las memorias que César González-Ruano escribió entre el 1 de julio y la noche del 31 de diciembre de 1950. 

Seiscientas apretadas páginas que redactó con rapidez pasmosa si se tiene en cuenta que no era su única dedicación y que sólo las escribía por las tardes. Lo explicaba así en el prólogo de la primera edición: Escribiré de prisa, no porque tenga prisa, sino miedo a aburrirme, y no corregiré –casi nunca lo hice– ni he de volver sobre el original por otro miedo: el de que no me guste y lo rompa. Creo que éste es un tipo de libro, aunque pueda parecer lo contrario, de inspiración y de cogerlo y no dejarlo hasta el final, casi casi como un trance o como la rápida reconstrucción de un sueño.

Como en una labor de reciclaje, González-Ruano aprovechó diversos materiales previos (artículos, relatos, crónicas...) para componer un mosaico en el que conviven la calidad de su prosa y ese silencio interesado -y no sólo sobre asuntos amorosos- que se anuncia desde el título.  

Un silencio que acaba convirtiéndose en una especie de cínica renuncia a la sinceridad que es muy característica del personaje que fue Ruano. Personaje, sí, porque en estas páginas la autobiografía se convierte en novela y la memoria se transforma en autoficción, en creación de una máscara alejada de la persona y cercana al personaje: 

En suma, no basta con ser un tipo moral, ni siquiera físico, si los demás se empeñan en ver otro. Si se tiene una fuerte personalidad, a lo más que se puede llegar es a defender un cincuenta por ciento de ella, a circular por la vida y el mapa como un medio ser logrado por uno mismo y otro medio ser inventado por la gente.
Esta ficción impuesta de lo que los demás han querido que uno sea, esta farsa en la que uno representa el papel que nos han dado nuestros autores, como un cómico que necesita vivir, a veces es tan insistente, o tan atractiva, o nos proporciona tal éxito inmerecido, o nos acarrea tanta desgracia, que acaba por afectarnos, y, con frecuencia, nos la incorporamos al medio ser auténtico, y entonces, uno mismo, se hace un lío tremendo, y ya no sabe hasta dónde se es de verdad y desde dónde se es –por mucho que seamos– de mentira.

"Amanuense de sí mismo" lo llama en su prólogo –César- Manuel Alcántara, que destaca la centralidad de esta obra en el amplio conjunto de la producción de González Ruano: “Está claro que el César preferible es el articulista que hizo época además de llenarla y el autor de Mi medio siglo se confiesa a medias. (...) Si tuviera que explicarle a alguien quién era, quién sigue siendo, y nadie menor de treinta años tiene una idea muy clara de él, le diría que leyera este libro y una recopilación de crónicas. Ahí está lo mejor de su desparramada y febril creación de pura raza de las letras, de escritor de cuerpo entero. Su bibliografía tiene más de ochenta títulos, pero sus credenciales de supervivencia literaria están aquí y en sus artículos. Es casi como haberle conocido. Casi como haber sido amigo suyo. Casi.”

Santos Domínguez